La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo
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Como dije, también Blay mostraba su admiración hacia los libros del Tibetano, aunque había terminado acuñando su propio lenguaje sencillo y directo, a diferencia de V. Beltrán, quien se hallaba terminológicamente más cerca del lenguaje empleado por el Tibetano. Pero no nos engañemos, tras la jerga esotérica y la aparentemente compleja estructura verbal desplegada por V. Beltrán en sus charlas y sus obras, latía una intuición muy afinada y una clarividencia bien entrenada, y sobre todo una experiencia esotérica de primera mano, no sólo en lo que respecta a los âshramas y al plan jerárquico, sino también, por ejemplo, al mundo de los devas o ángeles, tema al que dedicó una excelente trilogía, en la que, utilizando su propia clarividencia mental y sus contactos directos con varios tipos de devas o ángeles, nos ha expuesto detalles que son difíciles encontrar en otras obras. Tendremos ocasión de ver algo de esto más adelante.
Sin abandonar los temas típicos de esta “tradición esóterica” en la que se enmarca V. Beltrán y de la que tan cerca me he hallado siempre, por un motivo u otro, a través de unos autores u otros (Blay, Escuela Arcana, Beltrán, Meurois-Givaudan, Gualdi/Pastor, etc.), V. Beltrán ha hablado no sólo de la Jerarquía y su estructura, sino también de Shamballa. A ello dedicó uno de sus últimos libros, Los misterios de Shamballa, otro de los “mitos” y “símbolos” actualizados y recreados por V. Beltrán, aunque de nuevo no sólo por él (recordemos la versión del budismo tibetano, por ejemplo a través de Chögyam Trungpa o las referencias que veremos en J. Argüelles).
Las dos décadas de máxima creatividad de V. Beltrán son las décadas de los setenta y los ochenta. Pleno auge del movimiento de la Nueva Era. El primero de sus libros ve la luz en 1974 y el último, Magia organizada planetaria, que conservo con cariño, pues me lo dedicó a mi vuelta de los dos años de estancia en la India, la última vez que lo ví, antes de pasar él a planos más sutiles, lo terminó en 1987. Sería 1989 cuando le abracé por última vez.
Gracias Vicente por el cariño con que nos enseñabas, tanto en tus charlas, como en las reuniones de los jueves, a las que pocas veces pude asistir, pero que tan significativas fueron. Gracias por habernos ayudado a mantener encendida y viva la llama de la espiritualidad esotérica auténtica, por haber reactualizado y haber compartido con nosotros, con el sabor y la autenticidad que tu presencia transmitía, tantas narraciones esotéricas, tantas enseñanzas ashrámicas, tanta sabiduría intuitiva escuchada de labios de tu Maestro, quizás leída-vista con tu clarividencia en los registros akáshicos, en el Libro de los Iniciados, en la Memoria de la Naturaleza, tanta experiencia acumulada y transmutada, con devas luminosos y con otros seres que no lo son tanto, con seres humanos y con aquellos que han trascendido la etapa humana. Gracias, Vicente.
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Me fui a la India con las enseñanzas esotéricas en mi mente, con el trabajo de Blay bien presente y con la experiencia asociada a Klein que nunca olvidaré. Volví con Sri Aurobindo y Madre en el corazón, tras haber vivido importantes experiencias que han marcado mi vida para siempre. He escrito suficiente sobre Sri Aurobindo como para no volver ahora a hacerlo. He de limitarme a evocar algunos de los aspectos más significativos de mis vivencias y mis reflexiones en la India.
Llegué, si la memoria no me falla, en marzo de 1986. Aterricé en Bombay. La beca de investigación para la realización de la tesis doctoral, concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores, tenía como destino el Saint Xavier’s College de Bombay. Allí el padre Francesc Macià me recibió con mucha amabilidad como supervisor que aceptaba mi estancia en la India, pero tenía que buscar director de la investigación, pues él no conocía suficientemente el pensamiento de Sri Aurobindo. Había considerado ya la posibilidad de ir directamente a Pondicherry, al âshram, pero desde la perspectiva oficial se necesitaba una institución académica. Me puse en marcha, a la búsqueda de un director de investigación, recuerdo sobre todo cuando fui al Elphinstone College, el otro College cristiano de mayor prestigio de Bombay, en esta ocasión no católico, sino protestante. Hablé con un profesor de filosofía, pero justamente entonces se habían acabado las clases y se iban de vacaciones. Me recomendó volver pasados dos meses, aunque también me sugirió ir a Pondicherry. Eso hice, con la idea de permanecer allí uno o dos meses, recoger información y volver a Bombay. Se lo comenté al padre Macià y compré un billete para el tren Bombay-Madrás. No recuerdo exactamente, pero duraba el viaje unas veinte horas o algo así. Los días en Bombay fueron duros. No me habituaba a la comida, siempre demasiado picante para mi paladar y mi estómago. Tampoco a los mosquitos omnipresentes y al excesivo calor. Y sobre todo, la principal barrera era el idioma. Mi inglés no era lo suficientemente ágil como para sentirme cómodo. A decir verdad era bastante deficiente. Había cursado tres años en la Escuela Oficial de Idiomas, es cierto; había leído bastantes libros en inglés, pero en especial la conversación me fallaba por todas partes, tanto la compresión como la expresión. Así que hablaba poco. Podría decirse que se inició un mauna forzoso. Mauna es la disciplina de silencio, el tapas o voto ascético propio del muni, especie de sadhu o renunciante que dedica su vida a la búsqueda o a la contemplación del Absoluto. Esto seguiría en Pondicherry. Dado que en el âshram de Pondicherry se facilita y hasta se estimula una vida de silencio y minimización de relaciones “vitales” (en terminología aurobindiana, que incluye las relaciones sexuales y las relaciones emocionales centradas en la personalidad, invitando así a un centrar la afectividad en lo Divino, como todo el bhakti yoga ha propuesto siempre), podían pasar varios días en los que el habla era mínima.
Hice pues las maletas y partí hacia Pondicherry. El viaje fue largo y pesado. Al llegar a Madrás había que buscar la estación de autobuses que conduce a Pondicherry, cuatro horas más para recorrer los 120 km aproximadamente que separan ambas ciudades. En el trayecto se sentó a mi lado un anciano vestido todo de blanco. Me preguntó adónde iba y al responderle que al âshram de Sri Aurobindo me dijo que él era un ashramita, un miembro del âshram, un devoto de Sri Aurobindo y Madre. Al preguntarme, le expliqué cuál era el motivo de mi visita y me recomendó hablar con el profesor Maheshwari. Eso hice al día siguiente de instalarme en la International Guest House, uno de los hotelitos que tiene el âshram para ofrecer alojamiento a los visitantes. El profesor Maheshwari me preguntó cuál era el tema de mi tesis y me recomendó algunas lecturas. Otro de los profesores de filosofía era Arabinda Basu, a quien llegué gracias a M.P. Pandit, uno de los eruditos e intelectuales, escritores y conferenciantes más célebres del âshram. Fue él, en nuestra primera conversación quien, tras escuchar mi caso, me recomendó ir a ver al profesor Arabinda Basu, encargado de dirigir trabajos de ese tipo. Arabinda Basu había sido profesor de filosofía en Benarés y en Durham (Inglaterra). Según él mismo me contaría más tarde, hacía muchos años que había conocido la obra de Sri Aurobindo y fascinado por su profundidad había solicitado