La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo

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La llamada (de la) Nueva Era - Vicente Merlo Ensayo

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      Escuchando a Klein, no lo que dice, sino el Silencio que impregna lo que dice y que brilla por igual cuando nada dice, surge una nueva comprensión, una nueva lucidez, un nuevo estado de ser. No hay nada que tenga que ser conocido. Ningún objeto reclama nuestra atención, ningún contenido de nuestra conciencia nos importa. Más bien permitimos que se vacíe de todo contenido, como el cuerpo se libera de toda tensión inne cesaria, como el corazón desata todo nudo y todo apego. Ningún objeto exterior nos importa ahora (todos nos importan cuando hayan perdido ya su influjo fascinatorio sobre nuestra conciencia y seamos capaces de una mirada inocente, no aprehensiva, posesiva, interesada), ningún contenido en tanto objeto de la conciencia posee valor y produce apego porque hemos comprendido que se trata más bien de “Ser” el “Sujeto” de todo conocimiento, el Sujeto que no puede, de ningún modo, ser objetivado. El Ser-Sujeto que es libre de todo fenómeno capaz de aparecer ante nuestra conciencia. El Sujeto que es Espacio luminoso, Vacuidad plena, Lucidez silenciosa. Vivir desde allí es el único objetivo prioritario. Klein, instalado allí, sabía conducirnos a ese no-espacio, a ese no-tiempo en el que uno quedaba liberadoramente apresado en una embriaguez impregnada de paz y de ânanda, del gozo de ser, de la joie sans objet, de la dicha incondicionada, de la alegría espiritual sin objeto, sin razón, sin motivo, con la fragancia de la rosa que no tiene por qué, que florece porque florece.

      Eckhart y Heidegger son dos de las escasísimas referencias que recuerdo haber escuchado de labios de Klein. Una más: también R. Guénon.

      La presencia de un ser así, que no podía sino exponer su ausencia de “ego,” arroja una gran luz sobre los textos sagrados que se refieren a cómo habla un yogui establecido en brahman, cómo se mueve un iluminado, qué significa la trascendencia del ego, qué supone una mente en calma, en silencio, serena. Todavía recuerdo el primer encuentro con Klein, en Segovia, cuando ante la pregunta «Klein, quién eres, en realidad,» respondió: «personne». Nadie. El yo individual se había mostrado ya hace tiempo como una ilusión. Había dejado de ser necesario para el funcionamiento de ese ser que vivía –acaso nos atrevamos a pensar que permanentemente– en la Luz.

      Recuerdo también, en una de las pocas referencias personales que pueden leerse en sus obras (siempre transcripción de sus conversaciones en los Cursos), la descripción que él mismo realiza del momento en que se produjo la Liberación definitiva, la Iluminación radical, la trascendencia del ego, la Inmersión en la Luz. Había seguido durante años las indicaciones de su maestro indio, probablemente de la tradición del shivaísmo de Cachemira, cuando un día paseando por Bombay sucedió. El pájaro de fuego voló como el águila, sin dejar rastro.

      Desde ese punto adimensional, desde este espacio inespacial por el que nos sentimos solicitados de vez en cuando, como tú nos mostraste, gracias, Klein, por la pureza en la transmisión de la Enseñanza primordial.

      ***

      Con el trabajo integral de Blay y la experiencia advaita tan profunda de Klein nos sentíamos afortunados por tener cerca dos instructores de tal talla, por haber recibido enseñanzas tan luminosas y esenciales. Diríase que no hacía falta nada más. Tan sólo llevar a la práctica dichas enseñanzas. En ambos casos, no obstante, lo esencial parecía ser la lucidez, adoptar la actitud del testigo, despertar la conciencia más allá de los mecanismos psicológicos. La vida cotidiana era el campo de entrenamiento, el campo de juego y el campo de batalla. En ocasiones, uno salía de los cursos, sobre todo del de Klein, creyendo que se hallaba cerca de la Realización definitiva. Recuerdo una vez, caminando por las calles del lugar donde se había celebrado el curso con Klein, que sentía tal ligereza, tal felicidad, tal plenitud que uno estaba presto a aceptar la ilusión de que dicha experiencia cumbre se iba a mantener y permanecer para siempre. Ilusiones de principiante que la dureza de algunos aspectos de la vida se encarga pronto de desvelar. No obstante, en tanto que experiencias puntuales, no cabe duda de la significatividad y el alcance de éstas.

      Mientras tanto, otra vertiente de mis inquietudes seguía igualmente activa: lo que he denominado antes “la dimensión esotérica de la espiritualidad”. Articularé este aspecto en torno a la tercera persona viviente que más me ha influido: Vicente Beltrán Anglada.

      Recuerdo haberme comprado en la librería «Isadora» de Valencia sus dos primeros libros: Los misterios del yoga, y el que más me impactó y entusiasmó La Jerarquía, los Ángeles solares y la Humanidad.

      Desde el descubrimiento de la teosofía y la obra de Blavatsky, Besant, Leadbeater, etc., la existencia de la Jerarquía espiritual del planeta, de la Gran Fraternidad Blanca, del Colegio Iniciático de sabios iluminados, había sido el “mito” fundamental de los que compartíamos el fervor esotérico. Parte de ello era la ilusión de ser un Iniciado (para los más pretenciosos o con una mejor autoimagen) o al menos un “discípulo,” es decir, alguien que se halla en contacto directo y consciente con alguno de los Maestros de la Jerarquía, con “su” Maestro, justamente. Y como mínimo, uno esperaba ser un discípulo de un grado u otro, secretamente supervisado por alguno de tales Maestros. Si la imagen de uno mismo no daba para más, o en los arrebatos de (falsa o genuina) humildad, uno se conformaba con ser un “aspirante” que al menos hubiese entrado, aunque fuese recientemente, en “el Sendero”. Si la Teosofía puso en órbita la idea de los Maestros y el Sendero, de las Iniciaciones y los grados iniciáticos –creando ya ciertos problemas al ser manipulada tal información por egos no suficientemente pulidos– la extensa obra de A. Bailey, el Tibetano presentó un esquema más claro y coherente, más profundo y detallado, más libre de apropiaciones y manipulaciones por parte de escuela y personajes más o menos esotéricos.

      Simultáneamente, algunos de nosotros leíamos otras muchas cosas del esoterismo y husmeábamos en otros grupos: Gurdjieff y el cuarto camino, el viejo siloísmo, la gnosis tántrico-alquímica de Samael Aum Weor, los Rosacruces en alguna de sus versiones, la Antroposofía de Rudolf Steiner (otra de las presentaciones esotéricas que más respetables me han parecido siempre), la Orden y la Misión Rama, etc. Pero el hilo conductor y el sistema de creencias básico seguía siendo la obra de Bailey. El Maestro D.K. comenzó presentando su obra (resulta evidente en su dedicatoria a Blavatsky en Un tratado sobre Fuego cósmico) como continuación de la obra de Blavatsky. Prefiero hablar de un enfoque posteosófico que se reconoce deudor de la teosofía blavatskyana, pero sabe adoptar también un enfoque crítico con las deficiencias y sobre todo vulgarizaciones tergiversadoras de algunos círculos teosóficos.

      En la obra de Bailey, comenzada con Iniciación humana y solar en 1919 y terminada justo a mitad de siglo con, entre otras, La Reaparición de Cristo o Los Rayos y las Iniciaciones –el último tomo de los cinco que componen el magno Tratado de los siete rayos–, asistimos a la profundización y clarificación más destacada del esquema teosófico. Constituye, a mi entender, la verdadera fundamentación esotérica de la filosofía de la Nueva Era. Recordemos que algunas de sus obras hacen referencia a dicho término desde su mismo título, así por ejemplo, El discipulado en la Nueva Era, o Educación en la Nueva Era. Quien no ha buceado en una obra de semejantes características difícilmente imagina su profundidad y alcance.

      Volvamos a V. Beltrán, pues la realización del sueño (post)teosófico y el motivo del entusiasmo inicial venían producidos por la convincente confesión realizada por V. Beltrán acerca de su relación consciente con uno de los âshramas de la Jerarquía y con uno de sus Maestros. Efectivamente, en La Jerarquía, los Ángeles solares y la Humanidad, V. Beltrán contaba con suficientes detalles su ingreso en el âshrama al que pertenecía, su composición, su encuentro con el Maestro, algunas de las enseñanzas recibidas cuando por la noche su cuerpo descansaba y su ser interno, sin perder la conciencia, asistía a las reuniones del âshrama, y tantos otros datos esotéricos que estimulaban nuestra voraz curiosidad y nuestro sincero interés. Por otra parte, en Los misterios del yoga ofrecía una versión esotérica de los principales yogas del pasado, así como

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