La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo

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La llamada (de la) Nueva Era - Vicente Merlo Ensayo

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inerrancia de la Escritura (es imposible que ésta se equivoque, dado su origen divino); el nacimiento virginal de Jesucristo; la muerte redentora de Jesucristo; su resurrección física, y su poder de hacer milagros.

      Los “evangélicos” (evangelicals) surgen como reacción a la unión de los “fundamentalistas” con la extrema derecha y declaran el mensaje evangélico sólo en su aspecto religioso y social (se dirigen al individuo, la familia y la sociedad civil). Sólo a mediados de los setenta se plasmará también en metas políticas.

      Después de los preparativos en la primera parte del siglo XX, será a finales de los años sesenta cuando acaece el boom de los evangélicos. Así en 1967, por primera vez en dos siglos, las estadísticas reflejan la decepción con las Iglesias liberales protestantes: luteranos, episcopalianos, metodistas, presbiterianos, congregacionalistas, se ven afectados por ello. Poco después, en 1970, la Iglesia católica anuncia también por primera vez el descenso del número de fieles. En el año 1973 se produce la sentencia del Tribunal Supremo que afirma la legalidad del aborto, algo que desatará una lucha encarnizada de los fundamentalistas contra el aborto. El año 1976 es declarado por los semanarios Time y Newsweek como el “año de los evangélicos;” al menos es la fecha en que la prensa toma conciencia del fenómeno. Como veremos corresponde a los años de la primera ebullición de la Nueva Era, con un carácter marcadamente distinto de este retorno a las fuentes y a la tradición.

      Recordemos que Jimmy Carter es candidato del Partido Demócrata y arquetipo del liberal y, sin embargo, es también evangélico, por tanto esto último no siempre es identificable con conservadurismo político. Esta identificación se produce de manera más clara con el republicano Ronald Reagan, elegido presidente en 1980 y reelegido en 1984 hasta 1988. Reagan recibió un apoyo decisivo en ambas elecciones de movimientos político-religiosos que se proclaman evangélicos o fundamentalistas (términos que cada vez más tienden a confundirse). El caso más célebre es el de Moral Majority (La Mayoría Moral) de J. Falwell, creado en 1979, pero no menos importante fue el apoyo de otros muchos grupos evangélicos y fundamentalistas, como Christian Voice o Religious Roundtable. En 1985, Jerry Falwell pone en marcha la Liberty University, en Virginia, después de haberlo hecho con el Liberty Baptist College en 1971. Los docentes y los alumnos han de ser born-again, “regenerados” que han encontrado a Cristo, y han de creer en la veracidad de la Biblia. De sus aulas saldrán miles de graduados habituados a ver el mundo como Falwell.

      Falwell es uno de los más famosos telepredicadores de Estados Unidos, protagonista singular de ese fenómeno llamado “multinacionales de la fe”. Entre éstas tiene un relieve especial la Iglesia electrónica, en la que puede verse la extrema mercantilización del hecho cristiano. Puede hablarse, ciertamente, de una corporación multinacional. Como nos recuerda Juan Bosch, Harvey Cox vió ya en 1987 el idilio que existe entre la religión conservadora y los medios electrónicos de masas. «Los milagros, las curaciones divinas, los hechos prodigiosos, el éxito económico asegurado, los testimonios de sufrimiento superados por la fe… están ahora al alcance de cualquier televidente –se cuentan a millones–, que por un módico precio podrá experimentar la misma gracia divina que acaba de “presenciar” en el programa de cualquiera de los famosos telepredicadores» (Bosch, en Mardones, 1999:171).

      Pero Falwell no es el único personaje destacado entre los televangelistas. Así, por ejemplo, antes que él, ya en 1951 Billy Graham se había lanzado a predicar desde la televisión, hasta el punto de que ha podido decirse que fue él quien transformó el evangelismo en un fenómeno social que implicaba a grandes masas. La influencia que Falwell ejercía sobre Reagan la había ejercido él a su vez sobre Nixon.

      No menos famoso llega a ser Oral Roberts, curado milagrosamente de tuberculosis en su adolescencia; en 1936 recibe el bautismo del Espíritu Santo y comienza a hablar en diferentes lenguas en estado de trance, en ocasiones en un idioma desconocido. Desde Oklahoma lanzará sus “Cruzadas por Cristo”. A partir de 1954 comienza a comprar espacios televisivos y a curar desde la pantalla mediante imposición de manos con el grito de Heal! (¡Cúrate!). No sólo curaciones, más o menos impresionantes, sino también espectaculares exorcismos (Kepel, 1991:160).

      Más triste y preocupante es el caso de Jim Bakker, acusado en 1989 de múltiples malversaciones financieras y de un sonado escándalo sexual. Así «en Heritage USA, especie de Disney-landia cristiana, revivía las orgías de Sodoma, mientras en televisión criticaba la homosexualidad» (Kepel, 1991:143). Fue condenado a 45 años de cárcel y, una importante multa, sentencia apelada, revisada en 1991 y reducida a 18 años de cárcel.

      Si en otros lugares hemos hablado de la “caída” de los gurus orientales, constatamos ahora que otro tanto puede decirse del televangelismo norteamericano. Efectivamente, como señala J. Bosch: «Tres de los más famosos televangelistas, Jim Baker, Jimmy Swaggart y Marvin Gorman, han sido protagonistas de escándalos sexuales y delitos financieros por los que han sido juzgados y condenados a diferentes penas» (Bosch, en Mardones, 1999:171).

      El Concilio Vaticano II (1962-1965) parecía haber comenzado la aceptación del mundo moderno y la remisión del dominio católico, pero el pontificado de Juan Pablo II, iniciado en 1978, marca la reafirmación de los valores y la identidad católicos.

      Desde la misma apertura del Vaticano II y sobre todo con la crisis del mayo del 68 francés, los avances del Concilio pronto parecen insuficientes. Algunos católicos comprometidos con lo social lo consideran un primer paso en el camino hacia la revolución. Muchos católicos se identifican con la posición tomada en América Latina por la teología de la liberación, pero a ojos de la jerarquía aquélla encarna el peligro marxista que amenaza con instrumentalizar la Iglesia y producir un inaceptable giro hacia la izquierda de ésta. Es una ideología que ve el cumplimiento del apostolado cristiano en la construcción del socialismo. Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría, Leonardo Boff destacan, con otros muchos, entre los teólogos de la liberación que sufrieron conflictos y penas de diversa gravedad en su relación con el Vaticano.

      Por otra parte, el entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, representaba a los conservadores. El peligro se centra en la hegemonía de la razón sobre la fe, que según ellos corresponde a un ciclo histórico que se abre con la Ilustración y concluye hacia 1975. Es imperativo luchar por restaurar la Iglesia en cuanto entidad pública. Tal es el objetivo de la recristianización.

      El discurso eclesiástico de la “postmodernidad” viene encarnado, además de por Ratzinger, por Jean-Marie Lustiger, intelectual que domina las ciencias sociales del siglo XX, cardenal de París y que acusa a la “soberbia de la razón” de haber desembocado en totalitarismo, sea nazi o estalinista. El origen del mal está en el Siglo de las Luces que diviniza la razón humana impermeabilizándola ante cualquier crítica. Su consecuencia son los totalitarismos (Kepel, 1991:89). Postmodernidad, tardo-modernismo, Nueva Era, distintos modos de encarnar el descontento que parece reinar ante los límites impuestos por un determinado modo de entender la razón ilustrada y la hegemonía de la tecno-ciencia.

       El caso de Comunión y Liberación

      El movimiento más representativo del integrismo católico es, sin duda, «Comunión y Liberación». Comunión y Liberación hunde sus raíces en la década de los cincuenta, cuando don Luigi Giussani funda en 1954 la «Juventud Estudiantil,» cuyo adversario es el laicismo que adultera la conciencia católica y engendra el marxismo ateo. Ilustración y marxismo son también sus enemigos. En el plano intelectual se profundiza el conocimiento de los teólogos a cuya filiación se adscribe el movimiento; en particular dos de ellos, de talla indiscutida: Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar.

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