La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo
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De 1974 a 1989, el movimiento pasará a infiltrarse en el sistema político italiano y el entorno del Papa Juan Pablo II, a pesar de que no faltan críticas a la jerarquía católica. A partir de 1990, el movimiento abandonó sistemáticamente el campo político para consagrarse a lo social. La re-cristianización desde arriba había acarreado imprevistas consecuencias negativas, de modo que volvió a hacerse prioritaria la actividad desde abajo.
Principales tendencias dentro del catolicismo
En su análisis del fundamentalismo en el catolicismo, Tamayo recuerda que el término “integrismo” aparece en el pontificado de Pío X (1903-1914) y coincide con su condena del “modernismo”. El término se acuñó en Francia y se refiere a los católicos que se autodefinen como “integrales” y afirman defender la integridad de la fe, oponiéndose a los modernistas y su lectura de los datos de la fe desde las ciencias modernas. Así como en el fundamentalismo hay una voluntad de regresar a la fuente, a la Escritura fundacional, el integrismo pone el acento en la tradición, lo cual supone el recurso a los padres y doctores de la Iglesia, a los concilios, a la autoridad papal, etc.
Ahora bien, el resurgimiento del fundamentalismo acaece –como hemos visto– a mediados o finales de los años setenta del siglo XX. Ya no se trata de la modernización del cristianismo, sino de la cristianización de la modernidad. Es la “nueva evangelización” diseñada por el cardenal Ratzinger y llevada a cabo en el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), con la ayuda de los nuevos movimientos eclesiales restauracionistas, entre los que cabe citar, además de Comunión y Liberación, al Opus Dei, a las Comunidades neocatecumenales, Legionarios de Cristo, Heraldos del Evangelio o Sodalitium.
Podrían distinguirse (Tamayo, 2005:86) cinco tendencias dentro del catolicismo que si no lo son en sentido pleno muestran claras analogías con el fundamentalismo:
La integrista antimodernista intransigente, opuesta al liberalismo, que se desarrolló a principios del XX en España y Francia y todavía tiene algunas manifestaciones, aunque minoritarias.
La tradicionalista lefebvrista, opuesta a la renovación y la apertura del Vaticano II e instalada en la tradición del rito tridentino.
La conservadora, que sitúa la obediencia al Papa por delante del seguimiento de Jesús…
La sectaria, que se cierra sobre sí misma creyéndose en posesión única de la verdad y no tiene contacto con el mundo por considerarlo lugar de perdición, ni con otros grupos cristianos por considerarlos alejados del depósito de la fe que debe mantenerse incólume.
La puritana, que desprecia el cuerpo por considerarlo ocasión de pecado y valora la castidad y el celibato por encima de otras formas de vida en común no celibatarias.
2.3. A LA SOMBRA DEL CORÁN: EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO. LOS HERMANOS MUSULMANES
En los países musulmanes de la cuenca mediterránea, en los años setenta los movimientos de re-islamización toman el relevo de los grupos marxistas. Sobre el filo de los ochenta, los marxistas han sido derrotados en casi todas partes y comienza una década de esporádica agitación islamista con momentos difíciles: el asalto a la Gran Mezquita de la Meca (1979), el asesinato de Sadat (1981) o la resistencia afgana a la invasión soviética. Pero la toma del poder sólo se ha materializado en Irán.
Veamos cómo las raíces de la agitación que se desencadena en las décadas de finales de siglo que nos ocupan se remontan a las primeras décadas del siglo XX, algo similar a lo que veíamos en el fundamentalismo protestante. Así, en 1927 nace en la India una asociación pietista, la Jama’at al Tabligh («Sociedad para la propagación del Islam»). A su fundador, Mohammed Ilyas, le preocupaba que los musulmanes minoritarios en el subcontinente índico se dejaran “contaminar” por la sociedad hindú que los rodeaba. En medio siglo se difundió por todo el mundo, proponiendo una forma de vida en la que la imitación de la vestimenta, comida y costumbres de Muhammad eran la clave, hasta que a mediados de los ochenta era la principal organización islámica internacional. Poco a poco, todos los rasgos de la modernidad han ido entrando en el “extravío” criticado por esta Sociedad.
En 1928 se crea la asociación de los Hermanos Musulmanes (HM) en Egipto. En 1952 Nasser sube al poder en Egipto, y los HM tienen ya una red de simpatizantes de un millón y son de los más fervientes adeptos al nuevo régimen. En 1954, cuando Nasser se siente ya seguro políticamente procede a liquidarlos; hasta entonces aliados, ahora se han convertido en su único competidor político preocupante. La represión fue de una brutalidad inaudita. Hasta mediados de la década de los sesenta no se supo nada más de ellos.
En los años 1960, el dominio colonial ha cedido el paso a la creación de Estados independientes (Turquía, Argelia, etc.). La aspiración a un mundo mejor cambia de registro, se traslada del dominio secular al religioso. En 1965, el rais (Yaser Arafat) devuelve a los Hermanos Musulmanes a la escena pública denunciando un complot contra él. Es un pretexto para desatar una nueva campaña represiva que culmina con la ejecución del principal ideólogo del movimiento, Sayid Qutb, autor de una crítica radical del régimen nasseriano, redactada mientras estaba en un campo de concentración. Los temas elaborados por él sólo hallarán lectores suficientes y militantes una década después: Bajo la égida del Corán (voluminoso comentario del Corán) y Siguiendo los rastros (manifiesto del movimiento). Según él ya no existe ninguna sociedad musulmana. El universo sólo es yahiliya (período de ignorancia y barbarie anterior a la predicación de Mahoma), término que se emplea ahora para caracterizar a las sociedades del siglo XX, que son, según Qutb, contrarias a la esencia del Islam (Kepel, 1991:40). Su voluntad de romper con el mundo, de “ruptura,” es singular, pues la yahiliya equivale a idolatría, impiedad, injusticia y despotismo.
En 1966 es ejecutado Qutb, sin ver cómo germinan sus semillas. Nasser contaba con un eficaz aparato represivo, con carisma y prestigio; su legitimidad sólo se pondría en tela de juicio tras la catastrófica derrota árabe ante Israel en junio de 1967. Eso lleva al cuestionamiento radical musulmán de los regímenes surgidos de la independencia.
Hasta octubre de 1973 (el estallido de la guerra árabe-israelí), los portavoces privilegiados de esta línea de ruptura socio-política son los grupos de inspiración marxista. Después de ese conflicto, los movimientos de reafirmación de la identidad islámica comienzan a invadir el campo de la revuelta.
En 1977, el régimen de Sadat se opone espectacularmente a los Hermanos Musulmanes. Se detiene a varios adeptos. Chukri Mustafá, en represalia, secuestró y asesinó a un dignatario religioso. A partir de ahí, la secta fue desmantelada y se ejecutó a sus principales dirigentes (Kepel, 1991:49).
En 1979, en febrero, se concretan todas las esperanzas de los movimientos de reislamización “desde arriba”: en el Irán chií, el ayatolá Jomeini vuelve a Teherán. Irán era un caso aparte. El Irán del Sha había acumulado fabulosas riquezas, con excelentes infraestructuras. La doctrina chií considera que quien ejerza el poder carecerá de legitimidad hasta el advenimiento del Imán oculto, el Mahdi, cuya llegada aseguran los doctores de la Ley y a quien los chiíes deben obediencia. Esa fue una baza fuerte de Jomeini para llamar a la lucha contra el Sha. Ese mismo año, en noviembre, un grupo islamista tomó por asalto la Gran Mezquita de la Meca. Tras mortíferos combates, los asaltantes fueron sometidos y ejecutados.
En febrero