La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo

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La llamada (de la) Nueva Era - Vicente Merlo Ensayo

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mucho más de lo que Hanegraaff ha realizado, no sin razón, dado que él se centra sobre todo en las dos décadas que van de 1975 a 1995. A partir de la segunda mitad del siglo XX y a través de la popularización de la espiritualidad Nueva Era, asistiremos a un estallido polimorfo de enseñanzas, mensajes y autores que se sitúan en la estela de la llamada Nueva Era. Ofreceremos algunas indicaciones sobre ello, a partir del fenómeno de las “canalizaciones,” aspecto destacado de la new age.

      Veamos algo más despacio algunas de las raíces, de los precursores remotos, de los pioneros inmediatamente anteriores, de los fundadores principales y de sus representantes más influyentes.

      Con Faivre y Hanegraaff buscaremos las raíces profundas de la Nueva Era en el esoterismo occidental, y esto significa, como hemos insinuado ya: gnosticismo en los primeros siglos de nuestra era, y a partir del Renacimiento, con el surgimiento de movimientos esotéricos bien definidos, la influencia del neoplatonismo, hermetismo y kábala, con las ciencias ocultas tradicionales, magia, alquimia y astrología. En el siglo XVII, la teosofía cristiana, y en el XVIII, el iluminismo. Destaca especialmente Jacob Boehme y la corriente “espiritualista” de la Reforma alemana. En el siglo XIX, el Romanticismo asume parte de la herencia esotérica. Pero será la emergencia en el siglo XIX del ocultismo, en tanto esoterismo secularizado, lo que constituirá la raíz más directa del movimiento Nueva Era. La transformación del esoterismo tradicional en ocultismo tendrá como puentes principales a: E. Swedenborg, F.A. Mesmer y el espiritismo moderno (desde los fenómenos de Hydesville con las hermanas Margarate y Kate Fox, hasta Allan Kardec, con antecedentes como el de “la vidente de Prevorst,” Friderike Hauffe [1801-1829]).

      En el mismo siglo XIX, el estudio de las religiones comparadas constituirá un factor determinante para el enfrentamiento con el cristianismo institucionalizado, desde posiciones no necesariamente materialistas y ateas. En concreto, el renacimiento oriental (que comenzó a influir en el romanticismo alemán, pudiendo hablarse de “indomanía”) y el conocimiento que Occidente está teniendo de las tradiciones religiosas y de sabiduría oriental, colaborarán en la génesis de la espiritualidad Nueva Era. En este sentido, como ejemplo de religiones comparadas y de renacimiento oriental, emerge la primera figura y el primer movimiento que puede considerarse directamente precursor y claramente iniciador del esoterismo fundacional de la espiritualidad Nueva Era. Se trata, claro está, de H.P. Blavatsky y la Sociedad Teosófica (1875) –para unos, “nueva teosofía” (Hanegraaff), para otros, “ilustración teosófica” (Godwin, 1994), para otros, “teosofismo” como pseudo-religión (Guénon, 1969)–. Sus tres objetivos programáticos son bien elocuentes: crear un núcleo de fraternidad universal; hacer un estudio comparativo de las distintas tradiciones, y estudiar seriamente los fenómenos ocultos, parapsicológicos, inexplicados. Esta presentación “ocultista” no se encuentra sola y es preciso recordar, en el siglo XIX también, figuras como Eliphas Lévi o Gerard Encausse, más conocido como Papus.

      En Estados Unidos es preciso mencionar el trascendentalismo americano, especialmente la figura de Ralph Waldo Emerson, fascinado sobre todo por el hinduismo. También en ese continente destaca el «Nuevo Pensamiento» (New Thought) fundado por Phineas Parkhurst Quimby (1802-1866), a través de una nueva interpretación del mesmerismo. Ya él practicó lo que hoy se llama “lectura de auras,” noción frecuente en la Nueva Era. También aplicando el Nuevo Pensamiento surge la Iglesia de la Ciencia cristiana (Christian Science) de Mary Baker Eddy, aunque su influencia en la Nueva Era no sea demasiado destacable.

      J.G. Melton ha insistido en la estrecha relación entre el Nuevo Pensamiento y la Nueva Era, y asimismo en la noción de transformación (individual y social) como preocupación central de la Nueva Era y ha analizado el paso del auge de los gurus orientales a la moda del channeling y los crystals. Así dice: «Se desarrolló a finales de los sesenta y emergió como un movimiento auto-consciente a comienzos de los setenta. Como movimiento, absorbió los temas del New Thought y llegó a los grupos de éste con su mensaje, pero la mayor parte de su inspiración la tomó de la teosofía y el espiritismo y, en menor medida, de las religiones orientales. Brotó no tanto como una nueva religión, sino como un revivalist religious impulse dirigido hacia los grupos esotéricos/metafísicos/orientales y a la corriente mística de todas las religiones» (Melton, «New Thought and the New Age», en Lewis & Melton, 1992:18).

      Hay algunos autores que no encajan perfectamente en lo que hoy llamaríamos Nueva Era, pero que, de un modo u otro, han influido en su desarrollo. En primer lugar cabe mencionar a Alexandra David-Neel (1868-1969), anarquista a los 19 años, librepensadora y feminista militante, quien en 1888 va a Londres y se relaciona con Blavatsky y la teosofía; al volver a París estudia con Sylvain Levi, uno de los indólogos franceses más célebres; posteriormente se introduce en los textos tibeta-nos y será una de las primeras mujeres occidentales en vivir entre los lamas del Tibet. En 1965 publica Magos y místicos del Tibet, del que se ha dicho que es «uno de los clásicos de la era de Acuario».

      Una segunda mujer que merece ser tenida en cuenta es Mirra Alfassa (1878-1973), parisina que en 1905 conoce al ocultista Max Theón en Argelia y luego a Sri Aurobindo en Pondicherry, de quien se convertiría en compañera espiritual hasta el final de sus días y con quien elaboraría el “Yoga integral y supramental”. En 1968 funda Auroville «uno de los centros nueva-era más célebres» (Heelas).

      La Orden Hermética de la Golden Dawn es a finales del siglo XIX y comienzos del XX otra de las influencias mayores. En 1888 abre en Londres «Isis Urania» encabezada por William Westcott, MacGregor Mathers y Woodman. También fue miembro William Butler Yeats. En 1898 fue iniciado allí Aleister Crowley (1875-1947), polémico personaje que tras ser expulsado de ella se unió en 1912 a la «Ordo Templi Orientis» (orden oculta alemana) y en 1922 se convirtió en su director. En 1920 fundó la Abadía de Thelema. Sigue siendo leído, sobre todo en ambientes paganos y atraídos por la magia.

      En el campo de la psicoterapia habría que destacar a Roberto Assagioli (1888-1976), creador de la psicosíntesis, uno de los pioneros más significativos de la visión transpersonal. Con influencias teosóficas, habló del supraconsciente y del Yo superior transpersonal que había que desarrollar.

      Hay que mencionar también la polémica figura de Gurdjieff (1866?-1949), nacido en Armenia, que llegó a París con el fin de fundar el Instituto para el Desarrollo Armónico del Ser humano (1922), que dirigió hasta 1933. Según su pensamiento, el ser humano es una “máquina” con tres centros (motor, emocional e intelectual) y ha de trabajar interiormente para alcanzar la auto-conciencia y la conciencia objetiva (estado iluminado). Su escritura refleja bien su carácter –su misma imagen lo hace– y sus textos son a veces crípticos y plagados de un lenguaje propio y oscuro (Gurdjieff, 1976, 1977, 1983). En realidad, Heelas lo nombra como una de las tres influencias principales, junto a Blavastky y Jung. Influyó en la Escuela de Ciencia Económica, en la Emin Foundation y en Oscar Ichazo y su Instituto Arica (Nueva York, 1971). Parece muy probable que el eneagrama proceda de él, pese a las aportaciones posteriores de O. Ichazo, C. Naranjo (1996), H. Palmer (1998), H. Almaas (2002) y otros muchos. Resulta curioso no sólo el creciente auge del eneagrama en la Nueva Era, como símbolo capaz de articular una tipología psicológica (de nueve eneatipos) con grandes aplicaciones, sino su éxito en medios católicos –como es el caso de Richard Riso (1990), John Burchill (1987), Suzanne Zuercher (1992) y otros–.

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