El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
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Carol se puso a aplaudir, mirándole con brillantes ojos azules.
–¡Estupendo! Eres el mejor abuelo del mundo –declaró Carol agarrando su gran mano para besársela.
Selwyn no pudo contener un sollozo. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No hacía tanto tiempo que su querida nieta había desaparecido, al igual que su hijo Adam. Aunque había seguido al corriente de la vida de su nieta, a pesar de la distancia. La traicionera Roxanne se había vuelto a casar, con Jeff Emmett, un banquero, apenas dieciocho meses después de la muerte de Adam; no obstante, él había seguido encargándose de cubrir todos los gastos referentes a Carol. Había seguido todos los pasos de su nieta. La había observado a distancia, desde el asiento posterior de su Rolls. Y había contratado a su mejor y más discreto investigador privado para que no perdiera de vista a su nieta, y para que le tuviera informado sobre la madre de Carol y su padrastro.
Un año atrás, cuando se enteró de que tenía cáncer, había llamado a su abogado. Pero no a Marcus Bradfield, de Bradfield Douglass, sino a uno de los jóvenes abogados del despacho, Damon Hunter, el hombre que le había dado nuevas ideas para ahorrar dinero a sus empresas. Era Hunter quien se había encargado del nuevo testamento.
Tras investigar a fondo al joven abogado, sus dudas se habían disipado por completo. Hunter era un profesional y un hombre extraordinario, y por eso le había encargado que cuidara del dinero de Carol y velara por sus intereses hasta que su nieta cumpliera los veintiún años el próximo agosto. Sí, a pesar de su juventud, Hunter era su hombre.
Carol era la única de la familia a quien realmente quería. Carol era la hija de Adam.
En sus últimos momentos, Selwyn Chancellor conjuró otra imagen de su nieta, la imagen de la última vez que la había visto: Carol había dirigido la mirada al otro lado de la calle y habría notado el lujoso coche de no ser por haber estado entretenida charlando con una de sus amigas, una de sus compañeras de universidad con quien la había visto en algunas ocasiones. Carol estaba guapa y llena de vida, y verla así le tranquilizó enormemente. Estaba seguro de que Damon Hunter velaría por los intereses de Carol, y eso que él no era proclive a fiarse de nadie.
Debía de estar teniendo alucinaciones porque le pareció que su preciosa Elaine se había detenido a los pies de su cama.
–¿Eres tú, Elaine? –susurró Selwyn tratando de incorporarse.
Ella no habló, pero se le acercó más, como un espíritu listo para encargarse de su alma.
La imagen se hizo más clara. Sí, era Elaine, resplandeciente.
Y Selwyn no tuvo miedo, sino que quiso irse con ella.
Selwyn Chancellor extendió la mano para tomar la de su esposa.
Y se fue con ella.
Capítulo 1
DAMON Hunter estaba metiendo unos papeles en la cartera cuando Marcus Bradfield entró en el despacho con expresión solemne. Marcus Bradfield tenía un bonito rostro de mediana edad al que el exceso de grasa en las mejillas le confería un aire angelical.
–Malas noticias.
Damon dejó lo que estaba haciendo y miró a su jefe a los ojos.
–No me lo digas, Selwyn Chancellor ha muerto.
–Eso es –Bradfield se dejó caer en uno de los sillones delante del escritorio de Damon.
Bradfield era un hombre acaudalado, de familia rica, respetado, un miembro de la élite de la ciudad. Su abuelo, Patrick Bradfield, había sido uno de los fundadores de Bradfield Douglass.
–Maurice me ha telefoneado –una leve sonrisa cruzó el rostro de Bradfield–. Ha fingido estar muy dolido, pero no le ha salido bien del todo.
–No me extraña que le haya costado, teniendo en cuenta lo contento que debe estar –comentó Damon. No aguantaba a Maurice Chancellor ni a su hijo, Troy–. ¿Por qué no me ha llamado a mí también? Al fin y al cabo, soy yo el encargado del testamento.
–Maurice prefiere hablar con los altos cargos, Damon –contestó Bradfield con una sonrisa cínica–. Selwyn Chancellor llevaba años como cliente de este despacho de abogados. Yo soy socio del despacho. Tú aún eres un empleado. ¿No es así?
–Y, sin duda, se me ofrecerá ser socio de la empresa en el futuro –comentó Damon, consciente de que era verdad. Había conseguido clientes para la empresa. De hecho, su nombre se estaba haciendo conocido en el mundo de los negocios–. En cualquier caso, sigo pensando que, después de hablar contigo, debería haberme llamado. Habría sido lo correcto.
–El pobre estaba destrozado –dijo Bradfield con una sonrisa irónica–. Le dije que te lo diría.
–¡Sigue sin parecerme bien! ¿Te ha dicho si se ha puesto en contacto con Carol Emmett, su sobrina? Aunque lleven años sin ponerse en contacto, hay que informarle de la muerte de su abuelo.
–No ha mencionado a Carol –Bradfield hizo un gesto con la mano de no darle importancia–. Además, ¿por qué iba a hacerlo? Hace años que ni se hablan. Y, hablando de Carol, vaya chica guapa. E indomable, por lo que he oído.
–Simplemente joven –declaró Damon–. Y hay que decírselo.
–¿Me equivoco al suponer que el viejo no se ha olvidado de ella en el testamento? –preguntó Bradfield mirando a Damon fijamente a los ojos.
–No, no se ha olvidado de ella –respondió Damon con expresión neutral–. Era su nieta.
–¡Nunca le hizo caso! –exclamó Bradfield con un brillo acusatorio en sus ojos azules. Marcus era un hombre de familia con tres hijas en edad de casarse.
–Eso tú no lo sabes.
Marcus le miró fija y prolongadamente.
–Damon, sabes tan bien como yo que la familia prácticamente la abandonó, a ella y también a su madre. Y hablando de Roxanne… ¡esa sí que es de cuidado! Bastante ligera de cascos, nadie le tenía mucho aprecio. Deberías oír lo que dice mi mujer. Ah, y otra cosa, chico…
–No soy un chico, Marcus.
–Y otra cosa… Maurice no quiere que nadie se entere de la muerte de su padre hasta mañana, momento en el que informará a los medios de comunicación. Selwyn Chancellor era un hombre muy importante. Puede incluso que el primer ministro quiera un funeral de Estado.
–¿En contra de la voluntad de Selwyn Chancellor? –Damon sacudió la cabeza–. Dejó claro que quería un funeral discreto, con su familia y los amigos más cercanos, nada más. Dejó estipulado que se le enterrara en el jardín de su casa de campo, Beaumont, donde supongo que ha muerto. Y dejó claro que quería que Carol asistiera al funeral.
–¿Pero no Jeff ni Roxanne? –preguntó Bradfield, como si se hubieran violado las reglas sociales.
–No, ellos no. Puede que Jeff Emmett sea uno de tus amigos de juventud, pero dejó claro que ni él ni Roxanne aparecieran en el funeral.
–Así que nunca llegó a olvidar,