El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way

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El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla - Margaret Way Omnibus Jazmin

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universitario.

      –Dice que es chef –le había dicho la avispada con un bufido–, y trabaja en un bar de bocadillos.

      –Era chef, Amanda, pero le despidieron –había explicado la otra.

      Damon estaba subiendo las escaleras cuando oyó gritos y palabras malsonantes. Subió el resto de las escaleras rápidamente, se acercó a la puerta de la que procedía el ruido y llamó con los nudillos.

      Le abrió un joven de unos veinticinco o veintiséis años, musculoso y no muy alto. Llevaba camiseta.

      –¿Qué quieres?

      –Quiero hablar con la señorita Emmett. Está aquí, ¿verdad?

      –¿Y si ella no quiere hablar contigo? –al joven se le hincharon las venas del cuello.

      –¿Y usted… cómo se llama? –preguntó Damon en tono seco.

      –¿Y a ti qué te importa?

      Damon le miró de arriba abajo.

      –Apártese, por favor. Quiero ver a la señorita Emmett y a su amiga, Tracey. ¿Es usted el novio de Tracey?

      –Márchate ahora mismo –gritó el joven–. Tú no eres policía.

      El joven fue a cerrar la puerta, pero Damon le dio un empujón y abrió la puerta del todo. Fue entonces cuando vio a una joven de cabello oscuro en una silla, tenía el pómulo amoratado y un ojo casi cerrado.

      Damon no soportaba la violencia de género. El daño era tanto físico como moral. Algunas víctimas se consideraban culpables.

      Otra joven, que tenía que ser Carol Emmett, apareció con una bolsa de hielo en las manos. Era infinitamente más guapa que en las fotos: una melena preciosa de rizos rojos, piel resplandeciente y unos ojos azul brillante. Llevaba un vestido corto de seda que dejaba ver unas bonitas piernas delgadas. Tenía el cuerpo de una bailarina de ballet.

      –¿Qué pasa aquí? –preguntó ella en tono imperioso con voz clara, a pesar de su poca estatura: como mucho, un metro cincuenta y ocho o cincuenta y nueve–. ¿Quién es usted?

      Damon casi se echó a reír. Fue entonces cuando el joven aprovechó la oportunidad y, tras agarrar las llaves de la puerta, cerró el puño y se abalanzó hacia él.

      En ese momento, Carol Emmett lanzó la bolsa con hielo a la cabeza del novio, aunque no consiguió atinar porque él había logrado pararle y, con una llave, le tenía de rodillas.

      –Estás acabado, amigo –le amenazó el novio tratando de liberarse.

      –Vaya, qué miedo me das –contestó Damon antes de poner en pie al novio, llevarle a una silla, que la señorita Emmett había levantado del suelo, y hacerle sentarse.

      –A esto se le llama trabajo de equipo –ella le miró, su encantadora boca sonriente.

      –A propósito, soy su nuevo abogado. Y estoy dispuesto a representar también a Tracey. ¿Es este el tipo que la ha atacado?

      –¡Por favor! –exclamó el novio al instante–. Apenas la he tocado. Y a ella le gusta.

      Tracey no dijo nada, pero Carol Emmett estalló:

      –¡Menos mal que he llegado a tiempo! –exclamó mirando directamente a Damon–. Si no, no sé qué podría haber pasado. Y no es la primera vez, ¿verdad, Tarik?

      –Tú no eres amiga de Tracey –gritó el novio–. ¡Tú tienes la culpa! Deberías dejar de meterte donde no te llaman. Lo vas a pagar caro, de eso puedes estar segura.

      Enfadado por la amenaza, Damon, que seguía teniéndole agarrado, apretó.

      –Eh, me vas a romper el brazo –protestó Tarik.

      –Es posible –respondió Damon con voz fría–. Carol, llame a la policía.

      Damon miró a Carol, no estaba seguro del todo de que ella no fuera a agarrar el pisapapeles de cristal que tenía a mano y fuera a tirárselo a la cabeza del novio.

      –¡No, no! –gritó Tracey, que por fin parecía haber recuperado la voz.

      El tono de voz de Tracey le provocó un escalofrío. ¿Cuántas veces había oído esa clase de tono de voz?

      Carol, con expresión de no dar crédito, se acercó a su amiga.

      –¿Qué demonios te pasa, Trace? ¿Es que no te das cuenta de lo que es capaz este hombre?

      –¿Por qué no se sienta, señorita Emmett? –le aconsejó Damon, tratando de calmar la situación–. Deje que yo haga las preguntas.

      Carol arqueó las cejas.

      –Adelante –dijo Carol con voz seca–. Usted es mi nuevo abogado, ¿no? Aunque eso es una novedad, ya que yo no tengo abogado.

      El novio de Tracey lanzó una carcajada desdeñosa.

      –¡Te han pillado, amigo!

      –Bradfield Douglass –Damon le dio su tarjeta de visita a Carol Emmett–. Damon Hunter a su servicio. Y también al de esta joven, ya que es evidente que necesita ayuda.

      En ese momento, Tracey se enderezó y volvió la cabeza, y fue cuando Damon pudo ver el alcance de las lesiones, que incluía magulladuras alrededor del cuello.

      –¡Dios mío! –exclamó él en tono bajo–. Carol, haga lo que le he dicho. Llame a la policía.

      –Ahora mismo –se acercó al teléfono del piso sin mirar a su amiga.

      Después de que Carol hiciera la llamada, Tracey pareció salir de su trance.

      –¡Menos mal! –Tracey suspiró, tenía la voz ronca por las lesiones del cuello–. He sido una estúpida.

      –¡Y que lo digas! –contestó Carol–. Pero no te preocupes, Trace, saldremos de esta. Voy a meter tus cosas en una bolsa y luego te llevaré a casa. Aquí ya no puedes seguir.

      Entonces, mirando a Damon, añadió:

      –Puede conseguir una orden de alejamiento contra él, ¿verdad? Es imperativo que Tarik no pueda acercarse a ella.

      Damon asintió.

      –Me encargaré de ello.

      Entonces se oyeron fuertes pisadas en las escaleras y todos volvieron la cabeza.

      –Debe de ser la policía –anunció Carol con una mezcla de alivio y satisfacción.

      Tarik lanzó un gruñido.

      –Voy a denunciarte por agresión –dijo Tarik a Damon.

      Damon lanzó una carcajada.

      –Adelante.

      –Tengo testigos.

      Carol

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