El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
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–En ese caso, recuperaré el apellido de mi padre. Nunca me gustó apellidarme Emmett –Carol suspiró–. Esto no le va a gustar a la familia, espero que todos hayan heredado… ¿O me espera una larga lucha en los juzgados?
–No, nada de luchas. Tu abuelo sabía muy bien lo que se hacía. Yo mismo redacté el testamento. No hay ningún cabo suelto. Y, otra cosa, debes saber que el control de tu herencia estará en mis manos hasta que cumplas los veintiún años, que será el ocho de agosto del año que viene, ¿me equivoco?
Ella le dedicó una sonrisa burlona.
–Así que controlas mi monedero, ¿eh?
–No te preocupes, no voy a ponértelo difícil. Estoy aquí para proteger tus intereses, Carol.
«Y para protegerte a ti también», pensó Damon, incómodo por la instantánea atracción hacia ella.
–Me parece que voy a necesitarlo –comentó ella irónicamente–. Tengo intención de emplear bien el dinero. En mi opinión, la gente rica tiene una responsabilidad respecto a la comunidad en la que vive.
–Eso fue lo que hizo tu abuelo.
–Me van a odiar por heredar –declaró Carol–. La verdad es que el dinero no me importa mucho, pero sí me alegro de enterarme de que mi abuelo me quería y de que quería mi custodia. Ojalá lo hubiera sabido antes, me habría servido de mucho.
Carol no quiso confesar lo poco que ella parecía importarle a su madre. Pero ahora, con la herencia de su abuelo, ya no dependería de nadie, ya no dependería de su madre para nada. La relación entre ambas no era buena. No obstante, al menos su madre había sido siempre generosa con ella en el aspecto económico. Incluso le había comprado un coche deportivo.
–Aún no me has preguntado a cuánto asciende la cuantía de tu herencia –Damon se preguntó si Caro tenía la menor idea de lo que iba a recibir.
Ella encogió un delicado hombro.
–No quiero saberlo… todavía. Y tampoco quiero asistir a la lectura del testamento –declaró ella, y se estremeció.
–No tiene por qué preocuparte, Carol, yo estaré allí también –le aseguró Damon–. Imagino que tendré que ir a la casa de campo de tu abuelo pasado mañana, quizá antes. Me gustaría que me acompañaras. Debes estar ahí. La casa es tuya.
Carol arqueó las cejas al instante.
–¿En serio?
–Completamente en serio. Un testamento es algo muy serio.
–Ya lo sé –Carol se sonrojó–. Vaya, así que ahora podré echar de la casa a Maurice y a Dallas, y a Troy… No, Troy vive en un piso en Point Piper, aunque el piso era del abuelo.
–Sí, y el piso se lo queda la familia –dijo Damon–. ¿Quieres echarles de Beaumont?
Carol le miró fijamente a los ojos.
–Todavía no lo sé con seguridad, tendré que pensarlo –Carol suspiró–. Supongo que sabrás que todavía no he acabado mis estudios. Al parecer, soy lista, pero no estudio lo suficiente.
–El año que viene empezarás una nueva vida –comentó él a modo de sugerencia–. Te sentirás mejor y podrás dedicar más tiempo a los estudios.
–¿Cómo es que tú estudiabas tanto? –Carol sentía una sincera curiosidad–. Todos hemos oído al profesor Deakin deshacerse en halagos contigo.
Una leve sombra cruzó la expresión de Damon.
–Yo no gozaba de las ventajas que tú tienes, Carol. Además, siempre quise ser abogado. Y era ambicioso. A los doce años perdí a mi padre, que era geólogo.
Al parecer, los dos habían perdido a sus padres siendo aún muy jóvenes. Él a los doce y ella a los cinco. Un punto en común.
–Mi madre y yo nos quedamos solos –continuó Damon–. Después de la muerte de mi padre, decidí que era mi obligación cuidar de ella, a pesar de que mi madre sabía perfectamente cómo cuidar de los dos. Mi madre tenía un negocio de catering que vendió hace un año. En la actualidad, está viajando por todo el mundo con su hermana, mi tía Terri.
–Qué bien. Una buena idea –Carol vaciló unos momentos antes de preguntar–: ¿De qué murió tu padre? Debía ser bastante joven, ¿no?
Damon le contestó, aunque no solía hablar de la prematura muerte de su progenitor.
–Murió en una explosión dentro una mina en Chile. La empresa le había enviado a examinar unos yacimientos de cobre en ese país. Ayudó a muchos a salir de la mina, pero él no tuvo la misma suerte. Tenía cuarenta y un años.
–Lo siento mucho, Damon.
Él vio compasión en el rostro de Carol y contuvo las ganas de estrecharla contra sí.
«¡Contrólate!».
El contacto físico de ese tipo, del tipo en el que estaba pensando, era imposible. Y extraño. No había imaginado que sentiría una atracción tan potente por nadie.
–Las vacaciones de verano están a punto de empezar –declaró ella con el ceño fruncido–. Mi tío Maurice no se puso en contacto conmigo ni una sola vez en todos estos años.
–Cierto –reconoció Damon, consciente de que Carol no había contado con el apoyo de la familia.
–Tener mucho dinero es una carga muy pesada –observó ella con gravedad.
–Sí, lo es. Además, el dinero también puede enfrentar a los miembros de una familia.
–¿Ha dejado mi abuelo instrucciones para mí? –preguntó Carol, con la esperanza de que así fuera.
–Me alegro de que lo preguntes, Carol. Sí, sí lo ha hecho –respondió él en tono suave–. Quería que estuvieras al tanto de la situación. También ha dejado explicaciones respecto a por qué se tomaron ciertas decisiones. Supongo que quería tu perdón.
–Lo ha conseguido –respondió Carol con voz queda–. Nunca odié a mi abuelo, a pesar de que mi madre no dejara de hablarme mal de él. Yo era una niña muy rebelde, pero nunca odié a nadie, todo lo contrario que mi madre.
Capítulo 2
AL DÍA siguiente por la mañana, el fallecimiento de Selwyn Chancellor era la principal noticia de las cadenas de televisión y también se hablaba de ello en Internet.
Cansada, Carol dejó de contestar el teléfono y dejó que la gente dejara mensajes. Incluso Tracey se olvidó de sus problemas y se sentó a desayunar; quizá un error, ya que tuvo que someterse a las exclamaciones de horror de Amanda y Emma al verle el rostro y la garganta, y oír los virulentos comentarios respecto a la personalidad de su exnovio y de lo que debería hacérsele.
Por fin, Carol les pidió callar.
–¡De acuerdo,