El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way

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El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla - Margaret Way Omnibus Jazmin

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      –Supongo que has empezado en la misma tónica en la que pretendes seguir, ¿no? –preguntó Damon con una sonrisa.

      –No tengo alternativa, ¿no crees? –respondió ella mirándole a los ojos–. Si creen que van a intimidarme, no saben lo equivocados que están.

      –Tranquila, Carol –le aconsejó él.

      Encontraron a Maurice Chancellor en la biblioteca, el centro de la casa. Maurice estaba sentado en un magnífico sillón ruso estilo imperio con patas delanteras doradas talladas en forma de garras y cabeza de león. Ella recordó que su abuelo, en una ocasión, le dijo que el león era símbolo de poder. Al parecer, su tío quería dejar clara su posición.

      La biblioteca era muy grande, las estanterías de caoba. Había un par de globos terráqueos de principios del siglo XIX, a ambos lados de la puerta, cerca de donde estaban ellos. Una magnífica alfombra de Agra, en la India, con estampado floral en rojo oscuro y bordes color verde, cubría prácticamente todo el suelo. También destacaban un escritorio de madera de palo de rosa estilo Jorge IV y una espléndida araña de bronce y cristal de Baccarat colgando del techo.

      En el momento en que les vio entrar, Maurice se puso en pie.

      Su tío. El hermano menor de su padre.

      Carol le habría reconocido en cualquier parte, se parecía mucho a su padre: alto, guapo, de espeso cabello rojizo y cejas oscuras, igual que ella. Por supuesto, había envejecido y había engordado, pero seguía siendo un hombre muy atractivo.

      Maurice se acercó a ellos con una sonrisa, quizá demasiado relajada.

      A Damon, acostumbrado a gente que se creía con poder, se le antojó una actitud calculada. El poder solía propiciar arrogancia y esnobismo. Al instante, se puso en guardia.

      –¡Querida, bienvenida! –exclamó Maurice con voz profunda–. Hunter.

      Carol, que debería haberse relajado, se vio presa del pánico. Su tío le sonreía y, sin embargo, ella sentía terror. El terror de una niña.

      Interpretando correctamente la reacción de ella, Damon se colocó a su lado, lo suficientemente cerca como para sentirla temblar. La reacción de Carol le pareció algo extraña. Era como si ella se hubiera quedado de piedra. Quizá fuera comprensible, pero ciertamente inesperado. Carol era una joven valiente, lo había demostrado al enfrentarse al exnovio de Tracey.

      En el momento en que empezaba a preocuparse, Carol pareció salir de su trance. Le miró momentáneamente, como si quisiera decirle que ya se encontraba bien. Después, se movió hacia delante, hacia su tío, con la gracia de una bailarina de ballet.

      –Tío Maurice… cuánto tiempo. ¿Quince años? Ha tenido que fallecer el abuelo para que nos veamos. Por favor, acepta mi más sentido pésame.

      Maurice Chancellor la miró fijamente.

      –Sí, un momento muy triste –reconoció Maurice–. Muy triste.

      –Lo único que puedo decir es lo mucho que eché de menos no haber podido ver a mi abuelo –contestó Carol, consciente de que la responsable de ello era su propia madre.

      Como Carol había temido, Maurice le puso las manos en los hombros y se inclinó para besarla en ambas mejillas. Olía a cigarro puro y a agua de colonia.

      –Venid, sentaos –el amable anfitrión, incluyendo a Damon–. ¿Habéis tenido un buen viaje?

      –Sí, muy bueno, gracias –respondió Damon, tratando de interpretar correctamente lo que estaba pasando.

      Maurice Chancellor estaba representando un papel, de eso no le cabía la menor duda. El comportamiento de Carol le enorgullecía, y él estaba completamente de su parte, lo había estado desde el principio. Con el tiempo, Carol se convertiría en una mujer excepcional. No le quedaba otro remedio, iba a tener enormes responsabilidades.

      –Voy a llamar a la señora Hoskins para que os traiga… ¿qué queréis, café, té…? –Maurice Chancellor miró a uno y a otro al tiempo que les indicaba dos impresionantes sillones.

      –Ya le he pedido café a la señora Hoskins, tío Maurice –dijo Carol–. ¿Cuánto crees que van a tardar Dallas y Troy en reunirse con nosotros? Nosotros tenemos que volver a Sídney después de la lectura del testamento. El señor Hunter, como puedes imaginar, está muy ocupado –había una nota de censura en el tono de voz de ella.

      –Sí, claro, claro –la indulgente sonrisa de Maurice se disipó.

      En el mundo de Maurice Chancellor, nadie le censuraba ni le trataba como a un igual. Su sobrina lo estaba haciendo en ese momento, aunque con educación. Pero él se había dado cuenta, igual que se había dado cuenta de que ella era más lista que su hijo.

      Maurice se volvió a Damon Hunter, que cada vez se reconocía más su valía en el mundo de los negocios. Marcus Bradfield se deshacía en elogios respecto a él, a pesar de que aún no le había hecho socio del estudio de abogados. Aún era joven, pero Hunter representaba todo lo que su hijo Troy no era. Vio a Hunter esperar a que Carol se sentara para ocupar el asiento contiguo al de ella.

      –¿Por qué no me dijo mi padre que tú te encargaste de redactar el último testamento y no Marcus Bradfield? –preguntó Maurice arrugando el ceño.

      –Supongo que fue porque demostré serle útil con otros asuntos –contestó Damon a modo de explicación.

      –Mi padre siempre hacía cosas inesperadas –comentó Maurice con cierta nota de preocupación en su voz–. ¡Ah, Dallas, por fin!

      Una mujer de mediana edad acababa de entrar en la biblioteca. Tanto Carol como Damon se pusieron en pie.

      Nada más verla, Carol se dio cuenta de lo estropeada que estaba su tía, a pesar de haber sido una mujer atractiva. Una pena que no se hubiera cuidado un poco más.

      Dallas Chancellor les miró fríamente y asintió.

      –Buenas tardes –dijo, dando la impresión de no querer pronunciar una palabra más.

      «¡Vaya, qué interesante! Al menos sé a qué atenerme con Dallas», pensó Carol.

      Carol y Damon le saludaron.

      –¿Aún no ha llegado Troy? –preguntó Dallas a su marido.

      –Querida, ¿cuándo ha sido Troy puntual? –respondió Maurice en tono burlón y hostil al mismo tiempo.

      Justo en el momento en que Dallas iba a decir algo, el ama de llaves entró en la biblioteca con un carrito. Dallas, que se había sentado al escritorio, le hizo un gesto indicándole que entrara. Al mover el brazo, tiró accidentalmente uno de los libros encuadernados en piel que había encima del escritorio.

      Cuando Damon se agachó para recogerlo, vio que una foto, que se había salido del libro, había quedado tirada debajo del escritorio. La foto era de una bonita chica, quizá de unos dieciséis años, vestida con el uniforme de un conocido colegio. ¿Quién había tomado la foto y la había metido en el libro? Pensó que a Carol le gustaría saberlo.

      Carol había visto caer la foto, pero solo había visto el reverso. Le lanzó una rápida mirada y

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