El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
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De todos modos, no creía que la relación de Damon con Amber Coleman fuera seria. Amber era muy guapa, pero se rumoreaba que tenía muchos pájaros en la cabeza. Quizá los rumores fueran infundados, quizá Amber fuese una intelectual. A lo largo de la historia, las mujeres, disimulando su inteligencia, se habían hecho pasar por tontas con los hombres. Pero la mujer moderna debía hacer todo lo contrario.
Aquella tarde Carol estaba de suerte, Damon la había invitado a cenar al, supuestamente, mejor restaurante de la ciudad. Ella nunca había ido a ese restaurante, no era un lugar que frecuentaran los estudiantes universitarios.
Carol continuaba viendo a sus amigas y ayudándolas, aunque con cuidado de no excederse. Sobre todo con Amanda, que había empezado a comportarse como si ahora que era rica tuviera la obligación de hacerse cargo de ellas. No le había importado pagar la operación de nariz de Emma, que ahora parecía otra. Le alegraba ver a Em mucho más segura de sí misma.
Eligió una ropa que la hacía parecer más mayor, más madura; no obstante, sabía que no podía competir con las bellezas con las que él acostumbraba a salir, y menos en estatura. Por eso se calzó unas sandalias color fucsia de tacón altísimo que hacían juego con el vestido. Se había cortado el pelo a capas, que ahora le llegaba solo a los hombros, pero lo suficientemente largo como para recogérselo en un moño o coleta cuando quisiera.
No tenía joyas. Al menos, todavía no las tenía. Su madre tenía montones, pero no se había ofrecido a prestarle ninguna:
–Por el amor de Dios, Carol, ¿es que no puedes ir a comprarte algo tú sola? –le había dicho Roxanne.
Su madre apenas podía disimular la envidia que le producía su buena suerte.
–Te van a detestar más que nunca, Carol. Yo que tú me andaría con cuidado. Puede incluso que intenten asesinarte –había añadido Roxanne.
–Bueno, mamá, me rindo a tu mayor experiencia. Tú sabes bastante de esas cosas –le había contestado ella con frialdad.
Al final, había pedido consejo a la madre de una compañera de universidad, una mujer encantadora. La madre de su amiga la había acompañado a una boutique de moda en la que se había probado unos cuantos trajes de noche aptos para su diminuta figura. Al final, se habían decidido por un precioso vestido de satén color fucsia, con un hombro desnudo y una especie de lazo cubriéndole el otro. El vestido se le ceñía al cuerpo, pero sin apretarla.
Además del vestido, habían comprado una serie de atuendos que iba a necesitar en un futuro próximo. Después, había llamado por teléfono a una floristería para pedir que enviaran un ramo de flores a su consejero.
El escote no precisaba collar, pero sí un par de pendientes. Tenía unos pendientes que, aunque parecían de zafiros y brillantes, eran zirconios y topacios azules. Le servirían.
Ya lista, se quedó a esperar la llegada de Damon. Cada vez más nerviosa. Lo que sentía por él era profundo, pero… Damon era su amigo, no su amante. No obstante, había incluso soñado con él. Y no una sola vez. No, no podía engañarse a sí misma, Damon la tenía atontada. ¿Y quién podía culparla?
Carol se quedó casi petrificada al entrar en el restaurante. Mientras el maître les acompañaba a la mesa, el interés que despertó su presencia fue evidente. Algunos comensales incluso les saludaron. En una ocasión, una mujer tomó la mano de Damon murmurando unas palabras que ella no acabó de oír. Varios volvieron la cabeza para ver quién era la acompañante de Damon Hunter. Las expresiones eran amables, quizá alguna apenas podía disimular la envidia.
De repente, a Carol se le ocurrió que, si algún día, por difícil que fuera, llegara a enamorar a Damon, jamás se lo perdonarían.
Pero esas mujeres no tenían nada que temer, la invitación a cenar era su recompensa por haber estudiado mucho y sacar buenas notas.
–Es como si tuviera monos en la cara –comentó Carol una vez sentados a la mesa y después de que Damon hubiera pedido champán.
–Tendrás que acostumbrarte, Carol. Vas a ser siempre el centro de atención.
–¡Eso sí que tiene gracia! Yo creía que todos te miraban a ti; sobre todo, las mujeres. ¿Alguna novia presente?
–Sí, alguna que otra –reconoció Damon con una leve sonrisa–. ¡Estás preciosa!
Se le había escapado, pero aún no se había recuperado del impacto que le había causado verla al abrirle la puerta. Carol estaba más guapa que nunca. No solo guapa, sino también sumamente atractiva e incluso parecía haber madurado. Carol era una mujer de la que podía enamorarse con facilidad; una mujer sensual y vivaz. Una mujer única.
Pero debía evitar por todos los medios enamorarse de Carol. Ni siquiera se había atrevido a darle un beso en la mejilla. No podía permitirse ese lujo. Solo tocarle la piel desnuda del brazo le había dejado casi sin respiración. Carol tenía una piel maravillosa… No, debía pensar en otra cosa, olvidarse de la piel de Carol y de su atractivo.
–Me alegro de que lo digas. ¿Crees que parezco mayor?
Damon no pudo evitar echarse a reír.
–¿Era eso lo que pretendías conseguir?
–Supongo que habrás notado que no voy vestida como suelo hacerlo cuando salgo con mis amigas a tomar unas copas por la noche –le dijo ella, inclinándose hacia delante y en tono de confidencia–. Quería parecer más elegante.
«Por ti», añadió Carol en silencio.
–Lo estás, te lo aseguro –respondió Damon con una sonrisa burlona.
Ella le miró con esos enormes ojos del azul más azul.
–Dime, ¿te parece que las intrigas amorosas son la sal de la vida?
–¿Insinúas que esta es una ocasión amorosa? –Damon arqueó una ceja.
–No digas tonterías, Damon. Vas a hacer que me sonroje. Me refiero a tus «amiguitas». No nos impide nadie hablar de ellas, ¿no? Resulta que me he enterado de que has investigado con qué chicos salgo.
–¿Cómo puedes saber tú eso? –la mirada de Damon se tornó más aguda.
–¡Te he pillado!
–Está bien, lo reconozco –Damon alzó las manos–. Tengo como misión protegerte, Carol. Protegerte a ti y tus intereses. Ahora estás en el punto de mira de todos, así que no me queda más remedio. Pero no tienes por qué preocuparte, he logrado formar un equipo para velar por tus intereses.
–¿Cuánto tiempo va a funcionar este equipo del que hablas?
–El tiempo que sea necesario. Y ahora, a celebrar tu éxito en los estudios; como sabes, nos sentimos muy orgullosos de ti, Carol. Bueno, ¿qué vas a cenar? El pescado y el marisco son excelentes aquí.
–Sí, eso he oído. Y, Damon, gracias por preocuparte por mí. Somos amigos, ¿verdad?
Los oscuros ojos de Damon le sostuvieron la mirada.
–Sí,