El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
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Damon se interrumpió unos segundos y, tras pasear la mirada por todos los presentes, añadió:
–Gracias por el café, pero ahora Carol y yo tenemos que irnos. Cualquier duda que tengan o consulta que quieran hacerme durante los próximos días, les aseguró que haré lo posible por contestarles. El sepelio va a tener lugar el viernes a las dos de la tarde, solo la familia y unos amigos íntimos asistirán. Ya se les ha avisado. La misa de difuntos tendrá lugar el miércoles de la semana que viene en Sídney, en la catedral de Santa María, como ya saben. Una empresa de catering se va a encargar de la pequeña recepción después del entierro. Mi cliente, el señor Selwyn, quería librar a la familia de las molestias de la preparación de la recepción.
Los ojos grises de Dallas echaron chispas. Pero antes de que pudiera abrir la boca, Maurice dijo:
–Os acompañaré a la puerta.
–Gracias, tío Maurice –repuso Carol.
Capítulo 3
PARA Carol, el funeral fue una experiencia dolorosa. Revivió momentos del pasado, momentos felices con su abuelo. Rememoró escenas recogiendo flores con él o dando paseos con su tierna abuela.
Damon le había dado una fotografía de ella misma con el uniforme del colegio. Le habían sacado la foto a las puertas de la escuela. Debía haber sido su abuelo quien había tomado la foto, ¿quién si no? Era la fotografía que Damon había recogido de debajo del escritorio de la biblioteca tras la lectura del testamento. Damon había estado en lo cierto al pensar que a ella le gustaría tener esa foto. Quizá hubiera más. Iba a ponerse a buscar.
«Que sepas que te quería, abuelo. Y a ti también, abuela. Y a ti, papá».
Su madre y su esposo, Jeff, también estaban allí, a pesar de no haber sido invitados. Jeff, elegantemente vestido, le dio un abrazo excesivamente íntimo, aplastándola contra sí. ¿Qué era lo que Jeff sentía por ella?
–Suéltame, Jeff –dijo Carol, que quería darle una patada en la espinilla.
–Cielo, es que tenía muchas ganas de verte. Nunca vienes a vernos y tampoco nos llamas.
–¿Te extraña?
Fue entonces cuando su madre, siempre considerándose una incomprendida, decidió intervenir.
–Tu padre era mi marido, Carol –lo que explicaba, según ella, su presencia allí.
–Marido número uno –contestó Carol.
–¿Por qué siempre tienes que darme malas contestaciones? –dijo Roxanne malhumorada–. Tenía que venir, Carol. Soy tu madre.
Con un esfuerzo, Carol mantuvo la calma. Había demasiadas personas observándoles. Para empezar, la mujer de Marcus Bradfield. Valerie Bradfield parecía muy atenta en ellos. Carol sabía de buena fuente que Valerie detestaba a su madre.
–En ese caso, ¿te parece bien que te llame mamá?
Roxanne no estaba dispuesta a aceptar eso.
–No te mereces que sea tu madre –declaró Roxanne–. ¡No te mereces nada de esto!
Tras esas palabras, Roxanne hizo un gesto expansivo con los brazos.
–Cuidado, mamá –dijo Carol en tono de advertencia–. Puede que rompas otro jarrón chino y te advierto que, a partir de este momento, lo que rompas lo pagas.
–¡Déjate de bromas! No es el día más adecuado para ello.
–Como sigas molestándome, mamá, haré que alguien os acompañe a ti y a Jeff a la puerta –declaró Carol con voz queda.
–Vaya, aprendes rápido, ¿eh? –dijo Roxanne con amargura–. Eres igual que…
–Cállate, mamá. Damon Hunter se está acercando.
Roxanne paseó la mirada por el salón y no le resultó difícil ver al joven alto y guapo con un impecable traje de chaqueta oscuro. Vaya hombre.
–Damon Hunter no va a poder encargarse de todo, Carol. Vas a necesitar a alguien de confianza. Me vas a necesitar a mí. No lo olvides.
–Y tú no olvides recordarme que lo recuerde –contestó Carol cínicamente.
–Ya estás otra vez con tus cosas.
–Sí, con mis cosas, mamá. Como, por ejemplo, el abrazo que Jeff me ha dado. ¿No lo has notado? Ese fue uno de los motivos por los que me marché de vuestra casa.
–Que Dios te perdone –dijo Roxanne con expresión piadosa–. Jeff ha sido un padrastro excelente.
–Enfréntate a la realidad aunque solo sea por una vez, mamá.
En el momento en que Damon llegó junto a ellas, Roxanne esbozó una encantadora sonrisa. Roxanne era un anzuelo para cualquier hombre: una morena con piel de magnolia y ojos azules, guapísima vestida de negro.
Cuando llegó el momento de marcharse, su tío le dio un abrazo. Y a Carol le sobrevino de nuevo una sensación de temor. ¿Acaso su tío la había asustado de pequeña? De ser así, no se acordaba. Pero no creía que lo hubiera hecho, no se habría atrevido, era la princesa de su abuelo.
–Llámame cuando quieras venir a Beaumont –dijo Maurice como si nada hubiera cambiado–. No consigo hacerme a la idea de que mi padre te dejara la finca a ti, Carol. Pero, por favor, no creas que te culpo de ello. Fue idea de mi padre, que quería vengarse.
–No creo que ese haya sido el motivo, tío Maurice, no olvides que soy la hija de mi padre. Sé lo mucho que significa Beaumont para ti, dispones de mucho tiempo para buscarte otra casa de campo. Según he oído, van a poner a la venta Mayfield.
Maurice la miró con ojos resplandecientes.
–Querida, no podría vivir en ninguna otra finca que no sea esta, la casa de mi familia. De todos modos, te agradezco la consideración.
–No es necesario, tío.
Carol se había esforzado en estudiar y sacó muy buenas notas en los exámenes de su segundo año universitario. Damon, que la había ayudado continuamente y en todo, le dio dinero para comprarse un piso en la zona del puerto con seguridad garantizada. Incluso la había acompañado a verlo.
Se estaba acostumbrando a Damon. Quizá demasiado. Damon siempre se mostraba correcto con ella.
Uno de los motivos por los que había estudiado tanto para los exámenes era porque había querido impresionar a Damon. Quería su aprobación en todo. Incluso le había pedido ayuda en un par de ocasiones; al final, se lo había confesado al profesor Deakin y este se había echado a reír. El profesor estaba encantado con ella. Todos sus profesores estaban muy satisfechos de su trabajo.
Damon había decidido que debían verse al menos una vez por semana: «para ver cómo iban las