¡Ganar!. Brad Gilbert

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y la humedad del Grandstand, la calidad de su juego caería porque la calidad de su pensamiento caería. Lo había visto antes. Me dije a mí mismo que, si podía ganar el tercer set, podía ganar el partido. ¿Sonaba demasiado optimista? Esto es lo que pasó.

      En el 2-3 mantuve el servicio para empatar en 3. Llevábamos dos horas y media de partido. Había ganado tres games consecutivos y eso le llamó la atención. Defendimos nuestros saques, pero Boris se mostraba cada vez más disgustado e irritable. En dos oportunidades gritó algo en alemán. Me dije en broma que la traducción era: “Mis pies queman. Quiero ponerlos en hielo”. Boris aceleró su ritmo, como si quisiera terminarlo cuanto antes.

      Su compostura estaba cambiando. Los dos mantuvimos el servicio otra vez. Y otra vez. De pronto estábamos 6-6 y en otro tie-break por jugar.

      Boris pareció entrar en razón nuevamente y consiguió un mini break temprano. Sacaba 2-1. Era exactamente el lugar donde no quería estar, abajo en el miniquiebre de un tie-break que me podía mandar a casa. Pero Boris jugó dos puntos que resultaron cruciales para el devenir del partido, por como afectaron el marcador y su compostura.

      Con el saque tras el 2-1 en el tie-break, Boris cometió una doble falta. Me puso de nuevo en partido sin siquiera haber movido la raqueta. Fue un gran error de su parte, creo por culpa de la impaciencia, por haber apurado un poco las cosas. Quería terminar el trabajo demasiado rápido. Perfecto.

      Entonces otro peloteo crítico en el 2-2. Boris sacó y atacó a la red. Al moverse hacia su derecha (a pocos centímetros de la red), se resbaló y cayó al piso. Lo vi caer, así como su frenética lucha para levantarse, entonces jugué un globo de revés para hacerlo correr hacia la línea de fondo. No llegó, porque otra vez sus pies resbalaron y su cuerpo se estrelló en la cancha. Esta vez no se levantó.

      Becker yacía boca abajo, gritando sin control en alemán. La caída fue tan dura que su reloj de oro resbaló desde la muñeca hasta los dedos. Estaba furioso consigo mismo y con lo que sucedía. Se levantó sobre una rodilla y soltó otro grito terrible. Nadie en el tenis tenía un alarido tan temible como Becker cuando perdía el control. Era el sonido puro y total de la angustia. Era hermoso de escuchar. Boris se desmoronaba.

      Arriba 3-2 en el tie-break, volví a sacarle a su drive. El tiro de Boris se quedó en la red y de inmediato soltó otro grito que helaba la sangre. Esta vez no pude escucharlo. Un avión gigantesco pasó por encima de nuestras cabezas y bloqueó cualquier otro sonido. Era una sensación muy extraña. La cancha literalmente vibraba con el ruido del avión. Podía ver a Boris gritando, pero no escuchaba nada excepto el ensordecedor ruido del avión. Boris golpeó con violencia la raqueta contra el suelo. Sabía que se sentía como si se estuviese ahogando y no podía nadar. No importaba cuánto lo intentara, solo sentía que las cosas iban de mal en peor.

      Es interesante cómo las distracciones afectan cuando estás en un momentum y ganando puntos. El calor, la humedad, el increíble ruido blanco de los aviones, a mí nada me molestaba. Pero cuando estás luchando como lo estaba haciendo Boris, resultaba imposible mantenerse en foco. Las distracciones te devastan. La mente se torna incontrolable. Solo quieres de irte ahí.

      Seguimos 5-4 en el tie-break con mi saque. Recordaba que mi plan de juego era ser selectivo con su drive. Y eso fue lo que hice. El tiro de Boris fue a la red. Set point para mí y otra vez decidí ir hacia su drive en mi saque. ¡Otra vez devolvió a la red! La táctica funcionó con hermosura.

      Me las había arreglado para ganar el tie-break y de esa manera el set 7-6 (7-4). La marcha de Boris hacia la victoria se retrasaba. Yo estaba vivo. Más que vivo. Sabía que podía ganar el partido.

      El cuarto set fue duro, pero mi juego se mantuvo firme. Nada llamativo, pero exactamente lo que había planeado hacer. Tuve un quiebre y lo devolví. Boris estaba insatisfecho, pero entendía que todavía no estaba lejos de mandarme de vuelta a California. Yo me sostenía allí, tirando hacia su drive cuando fuera posible y probando con éxito approaches hacia su revés. Boris no encontraba el ritmo, yo no se lo daba. No le dejaba ver muchos segundos saques. Tenía paciencia.

      Entonces ocurrió algo que no esperaba. En todo el complejo donde se jugaba el US Open empezó a correr la voz de que Boris Becker estaba en problemas. El estadio se llenó de gente que dejaba de ver el partido entre John McEnroe y Andrés Gómez. Esos fanáticos querían ver más tenis y para eso yo tenía que ganar el cuarto set. ¡La multitud que llegaba al Grandstand estaba de mi lado! Me alentaba en cada tiro. Aullaba cada vez que corría cada pelota y me rompía el lomo en lo que era un verdadero baño de vapor. Les encantaba. Y a mí también me encantaba.

      Becker estaba afectado. Los largos aullidos y lamentos en alemán continuaron: “Mis pies queman. ¡Quiero ponerlos sobre hielo!”. Fue como una inyección de adrenalina para mi sistema. Sabía que, si perdía el control, lo vencería. Boris se frustraba cada vez más. De haber estado a dos puntos de llevarse el partido (cuando saqué en el tercer set 4-5, 30-30) y el boleto a los cuartos de final, pasó a tener un montón de trabajo por delante. Y en condiciones climáticas que hasta un camello odiaría.

      En el 5-5, Boris amenazó con quebrar mi saque. Lo intentó dos veces y falló. No era una linda manera de mantenerlo, pero lo mantuve. Boris tenía que sacar 5-6. Fuimos hacia nuestras sillas para el cambio de lado. Decidí cambiarme la remera para darme un pequeño empuje mental, ponerme algo fresco y seco. Y realmente empecé a trabajar con mi pensamiento, a repasar mi plan de juego: “Mantente alerta. No regales puntos estúpidos. Hazlo jugar algunas pelotas y sigue pegando hacia su drive. ¡Que cometa errores!”.

      En el fondo empecé a escuchar algo, un sonido en la multitud. Eso alteró mi concentración. Levanté la vista y vi a dos adolescentes corriendo por los pasillos. Agitaban banderas de Estados Unidos y el público se contagiaba: “¡USA! ¡USA!”. Se escuchaba cada vez más fuerte. Los fans se habían involucrado de verdad. “¡USA! ¡USA!”. Miré hacia el rincón donde estaban sentados mi familia y mi entrenador, Tom Chivington. Estaban de pie y alentando. La emoción que corría por el Grandstand era electrizante. Se me puso la piel de gallina con más de 32 ºC de calor. Estaba inyectado de confianza.

      Volvimos a la cancha con Boris 5-6 en el saque. La multitud zumbaba. Boris sacó cuatro veces. No ganó un punto. ¡Lo quebré en cero y gané 7-5 el set! La gente rugía y me dio una ovación de pie: “¡USA! ¡USA!”. Flameaban más banderas. De pronto estábamos dos sets iguales. El partido empatado, ¿verdad? Error.

      Yo ya había ganado. El partido no había terminado, pero yo ya había ganado. Miré de reojo a Boris y podía ver que estaba terminado. Su energía se había ido. Sus ojos estaban muertos, sin chispa ni lucha. Su lenguaje corporal me decía que ese día ya no daría batalla.

      No se trataba de una cuestión física sino mental. Boris era un súper atleta y estaba en gran forma. Lo que se había debilitado era su determinación. Boris estaba frustrado con el partido. Solo quería irse de allí. Como pensé que ocurriría.

      Comienzo del quinto set. Mi saque. Y otra vez Becker no amenazó. Lo mantuve con facilidad. Boris sólo ganó dos puntos en dos games. La marca ya estaba hecha. Quebré, mantuve, quebré y mantuve.

      Estaba 5-0 arriba y solo me había tomado diez minutos. Al menos se sintió así de rápido. Boris se las ingenió para conseguir un game, pero perdió 6-1.

      El partido había durado cuatro horas y diecisiete minutos en condiciones opresivas de calor y humedad, una caja de sudor. A pesar de que había sido programado para la tarde, eran casi las diez de la noche. Había perdido más de tres kilos. Pero estaba tan entusiasmado que podía correr un maratón. Jimmy Connors me “desentusiasmó” dos días después en los cuartos de final. Pero no me sacó nada del orgullo de haber batallado desde dos

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