E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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supermercado. Nos hemos quedado sin leche —comentó ella, intentando romper el hielo.

      —Pasaremos de camino a casa —sonrió él suavemente—. Hablamos ya como una pareja de ancianos.

      —Pero tú no eres ningún viejo.

      —Y tú tampoco.

      Tampoco eran pareja, por cierto, pero Tara pensaba que no tenía sentido remarcar lo obvio.

      Cerró la caja, remató las tareas del día y esperó a que Axel tocara el claxon de la camioneta para salir por la puerta de atrás. Le encontró hablando por teléfono.

      —Hasta luego entonces —dijo, y colgó—. Era mi madre —le explicó a Tara mientras ponía la camioneta en marcha—. Nos invita a cenar.

      —¿Pero no se supone que vamos a ir a comer mañana?

      —Sí, pero ahora estaremos nosotros con ella.

      Tara decidió no protestar, sabía, además, que no le serviría de nada.

      —Pero tengo que ir a comprar leche.

      —No te preocupes, no te vas a quedar sin tu dosis de calcio.

      Tara, por enésima vez, tuvo que pedirle a su conciencia que se callara. Cuando vio que Axel giraba en dirección contraria a la de su casa, comprendió que pretendía ir directamente a casa de sus padres.

      —¿No podemos pasar antes por casa para que me cambie?

      —Vas bien así.

      Tara se alisó la falda beige que llevaba, una de las pocas prendas que todavía le servían. Muy pronto, iba a tener que comprar ropa muy diferente.

      Cuando salieron a las afueras de Weaver le preguntó a Axel:

      —¿Tu hermana y su familia estarán también en casa de tu padres?

      —No, han ido a Braden a pasar la noche.

      —Supongo que tus padres saben a lo que te dedicas.

      —Sí.

      —Entonces, ¿qué sentido tiene fingir con ellos? No lo entiendo.

      —¿De verdad quieres saber por qué no he hablado abiertamente con ellos? Pues bien, porque conociéndome como me conocen, enseguida se darían cuenta de que —se interrumpió y suspiró—, de que para mí no eres sólo una misión.

      Tara lo miró boquiabierta.

      —Saben que me interesas. Además, te aseguro que, de todos los secretos que tengo ahora, éste es el último que me preocupa. ¿Satisfecha?

      Tara cerró la boca. Axel asintió bruscamente y continuó conduciendo en silencio.

      Gracias por la cena —le decía Tara a Emily varias horas después—. Estaba riquísima.

      —Cariño, puedes venir cuando quieras, sobre todo porque es la única manera de que Axel aparezca por aquí —le dio un beso a su hijo en la mejilla—. Vendrás también mañana, ¿verdad? Vamos a celebrar el cumpleaños de Justin. Cumple veintiún años.

      —Es imposible que cumpla ya veintiún años.

      —Eso lo hemos dicho de todos vosotros —Emily le dirigió a Tara una sonrisa traviesa—. Ya veréis vosotros cuando tengáis hijos.

      —Que Dios nos ayude —respondió Axel con cara de póquer.

      Tara apenas tuvo oportunidad de decir nada antes de que Axel la agarrara del brazo y tirara de ella hacia la puerta.

      —¿A qué viene tanta prisa por volver a mi casa? —le preguntó Tara, ya en la camioneta.

      —No tengo ninguna prisa por volver a tu casa. Quiero ir a mi cabaña. No tardaremos mucho.

      Tara estaba deseando ver su cabaña desde que se la había descrito en Braden, pero se encogió de hombros como si no le importara lo que hicieran o dejaran de hacer.

      Axel le había contado que la cabaña no estaba lejos de casa de sus padres, pero a ella se lo pareció. La carretera que conducía hacia allí ni siquiera estaba pavimentada y no tardaron en encontrarse envueltos en una total oscuridad.

      —¿Cómo puedes saber por dónde conduces? —la noche era negra boca del lobo y lo único que reflejaban las luces de la camioneta era el resplandor de la nieve.

      —Crecí aquí. No hay ni un palmo de tierra en esta zona que no conozca como la palma de mi mano —respondió mientras giraba en una curva para inmediatamente detener la camioneta.

      —Mira dónde pones el pie —le advirtió Axel después de rodear la camioneta para abrirle la puerta—. Hay mucha nieve.

      Desde luego. Las botas se hundieron casi diez centímetros en la nieve mientras se dirigían hacia la casa en medio de aquella oscuridad. Pero cuando subieron los escalones del porche, incluso en una noche como aquélla, a Tara le resultó fácil imaginarse el porche en verano, con las mecedoras, las flores y una buena jarra de limonada.

      —Pasa —le pidió Axel en cuanto abrió la puerta.

      Tara le siguió al interior. Axel encendió las luces, iluminando el vestíbulo que se abría para dar paso a una habitación inesperadamente espaciosa. Y la imagen de las mecedoras en el porche no fue nada comparado con el placer que la envolvió al ver aquel maravilloso salón.

      Las paredes exteriores estaban formadas por gruesos troncos de madera, pero las del interior eran completamente blancas, parecían un lienzo esperando el pincel del pintor. El suelo de la habitación era de madera. Además de una enorme chimenea de piedra, había una mesa de billar y el sofá que Axel había comprado en la tienda.

      —¿Qué te parece?

      Le encantaba. Todo.

      —El sofá queda muy bien.

      La hiperactiva imaginación de Tara no tenía ningún problema para imaginarse junto a él compartiendo aquel espacio delante del fuego de la chimenea.

      Recordó entonces las palabras de Axel: «tú y yo vamos a hacer el amor en ese sofá», y desvió rápidamente la mirada.

      —A mí también me gusta —dijo Axel, permaneciendo en el centro de la habitación, con los brazos en jarras y mirando a su alrededor—. El resto de la cabaña todavía está muy vacío.

      Personalmente, Tara pensaba que «cabaña» era una palabra demasiado sencilla para describir aquel espacio.

      —¿Qué más necesitas?

      Tara se acercó a la mesa de billar. Una lámpara colgaba del techo justo sobre ella, pero imaginó que sólo de noche utilizaban la luz artificial, puesto que la mesa estaba situada enfrente de un enorme ventanal que iba desde el suelo hasta el techo.

      —¿Por qué? ¿Quieres añadir más compras a tus arcas?

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