E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras Pack

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profundo al oírle.

      —Tú estás aquí por tu trabajo.

      Axel no lo negó.

      —La tienda es tuya y puedes hacer con ella lo que quieras.

      La última vez que había hecho lo que quería había sido durante aquel fin de semana en Braden. Y por culpa de aquel fin de semana, su cuerpo, su corazón, su vida entera había cambiado.

      —Si tuvieras un día libre, ¿dónde te gustaría pasarlo?

      —No lo sé —respondió Tara frustrada.

      —Vamos, Tara, utiliza tu imaginación.

      —Me gustaría ir a ver antigüedades —contestó de pronto—. Siempre encuentro algo para la tienda cuando voy a ver a anticuarios.

      —Eso tiene que ver con el trabajo.

      —Entonces, podemos ir a la tienda de cuentas de Cheyenne.

      —Más trabajo. Vamos, piensa en algo que te apetezca hacer.

      Tara lo pensó inmediatamente: le apetecía hacer el amor. Y tuvo que hacer un esfuerzo titánico para que no salieran aquellas palabras de su boca. Dejó caer la mano y, de forma accidental, rozó el brazo de Axel. O quizá no fuera tan accidental.

      —¿Qué quieres que diga? Para mí, diseñar joyas es algo más que un trabajo.

      —De acuerdo entonces. Mañana a primera hora iremos a Cheyenne.

      Aquella capitulación la desconcertó.

      —Pero… —se interrumpió de pronto. ¿Qué daño podía hacerle cerrar la tienda por un día?—. Te advierto que cuando voy allí puedo pasarme horas y horas seleccionando cuentas.

      —Gracias por la advertencia, pero si algo nos sobra, es tiempo.

      Tara lo miró entonces con atención.

      —¿Por qué eres de pronto tan amable?

      —¿Y tú por qué recelas? De vez en cuando, viene bien cambiar de rutina para alejar las preocupaciones.

      Tara estuvo a punto de atragantarse. Si él supiera hasta qué punto iba a cambiar su rutina…

      —¿Y el señor Hyde también nos seguirá hasta allí?

      —Sí. Saldremos mañana por la mañana —se levantó de la cama y, por alguna razón, a Tara se le secó la boca al verlo tan alto y fuerte cerniéndose sobre ella—. Todo saldrá bien, Tara, te lo prometo.

      Tara no habría podido responder aunque le hubiera ido en ello la vida. Así que se limitó a asentir. Siguió a Axel con la mirada mientras él abandonaba la habitación y clavó después los ojos en la oscuridad, hasta que consiguió dominar la urgencia de llamarle.

      Sólo entonces se abrazó a la almohada y consiguió dormir.

      —¿Y esto para que se utiliza? —preguntó Axel sosteniendo una pieza metálica, larga y muy fina.

      Tara desvió la mirada un instante y volvió a concentrarse en la bandeja de cuentas que tenía delante.

      —Para hacer pendientes.

      Llevaban cerca de dos horas en la tienda y era evidente que Axel comenzaba a aburrirse. Pero no iba a sentirse culpable, sobre todo cuando estaba disfrutando como nunca dejando que su creatividad la guiara en la selección de cuentas y piedras.

      Había algunas cadenas en una esquina situada cerca de la puerta, pero Axel no le permitía acercarse hasta allí. A pesar de que había dicho que aquella salida le serviría de distracción, la vigilancia era constante.

      Curiosamente, Tara había descubierto que no le importaba. No la agobiaba, ni se mostraba amenazador con quienquiera que se le acercara. Sencillamente, estaba allí.

      —Stevie Stuart, ¡deja de correr inmediatamente!

      La voz de aquella mujer no bastó para preparar a Tara para el diminuto torbellino que pasó por delante de ella a toda velocidad y le hizo tirar la bandeja en la que iba colocando las cuentas.

      —Lo siento —la madre del pequeño la miró con expresión de disculpa—. Debería haberme imaginado que se pondría como un loco si le traía aquí.

      —Ven aquí, muchachito —Axel agarró al pequeño por la camiseta—. ¿Dónde está el fuego?

      El niño miró a Axel absolutamente fascinado.

      —¿Hay un fuego?

      —No, no hay ningún fuego, Stevie, sólo el que tienes bajo los pies —la mujer agarró a su hijo de la mano y se alejó de allí regañándole.

      Axel sonreía mientras les veía marchar.

      —Qué niño tan gracioso.

      Tara abrió la boca, pero la cerró en cuanto se dio cuenta de lo que había estado a punto de decir. Respondió con un precipitado «sí» y se arrodilló para recoger las cuentas que el niño había tirado antes de cometer el error monumental de hablarle a Axel del bebé.

      —Toma —Axel se agachó a su lado y le tendió un medallón que había rodado bajo la mesa.

      Tara no podía mirarle. Tomó el medallón, lo dejó en la bandeja y se levantó.

      —Ya está.

      —Genial. Ahora podríamos ir a comer algo.

      —Pero si hemos comido hace dos horas.

      —¿Y?

      Tara sacudió lentamente la cabeza y sacó la cartera mientras se acercaba a la caja. Axel le tendió el abrigo, tomó la bolsa cuando la dependienta terminó de envolverle las compras y volvieron juntos a la camioneta, en la que fueron hasta una heladería.

      —Hay docenas de sabores —le advirtió Axel—. Si pides un helado de vainilla, tendré que castigarte.

      —No iba a pedir un helado de vainilla —mintió.

      Axel se echó a reír y le acarició la nariz con un dedo.

      —Están apareciendo las pecas.

      Tara se sonrojó todavía más.

      —De todas formas, ahora no me apetece un helado.

      —¿Preferirías una tarta de chocolate?

      A Tara se le secó la boca. Comenzaba a acostumbrarse al Axel protector, pero el Axel seductor continuaba resultándole demasiado peligroso.

      —Lo siento, señor, pero no tenemos tarta de chocolate —dijo el adolescente que atendía la heladería.

      Axel miró a Tara de reojo.

      —¿Qué te parece, Tara?

      —Me

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