E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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de que pudiera protestar, la agarró de la mano y la condujo entre la gente hasta una pista de baile minúscula.

      Clavar los pies en el suelo no funcionó. Se vio indefectiblemente atrapada por el terremoto de Axel.

      —No sé bailar —le advirtió por encima del sonido de la música.

      Axel le hizo apoyar la mano en su hombro derecho y la agarró por la cintura.

      —Todas las mujeres guapas saben bailar.

      Tara jamás se había considerado una mujer guapa, pero ya fuera por sus palabras o por la mano que sentía en la cintura, se sintió de pronto ardiendo de la cabeza a los pies.

      La música vibraba a su alrededor mientras el cantante se lamentaba por los deseos insatisfechos, y sentía cada una de las huellas dactilares de los dedos de Axel atravesando su blusa roja. Quizá fueran imaginaciones suyas, pero tenía la sensación de que aquellos dedos se flexionaban sutilmente contra ella, como si fueran las garras de un enorme gato de pelo dorado preparando a su presa.

      Tara llevaba cinco años viviendo en Weaver, pero no había tenido ninguna relación sentimental con nadie de allí. En realidad, tampoco las había tenido antes; no había vuelto a salir con nadie desde que se había ido a pique su matrimonio cerca de mil años atrás.

      —Tú eh… ¿habías quedado con alguien?

      —A mí también me han dejado plantado —le susurró Axel al oído.

      —¿Pero quién te va a dejar plantado a ti? —preguntó Tara sin pensar, y se ruborizó hasta la raíz del cabello.

      —En este momento me cuesta recordarlo, porque no esperaba nada especial de la velada. Y aun así —dijo, mientras se estrechaba ligeramente contra ella—, mira cómo estamos.

      Tara volvió a sentir que le daba vueltas la cabeza, pero la sensación no fue en absoluto desagradable. Axel deslizó el pulgar por la palma de su mano y un fuego líquido comenzó a correr por sus venas. Estaba tan paralizada como si le hubiera dado un beso en la boca.

      —Hoy es mi cumpleaños —dijo estúpidamente.

      Axel clavó la mirada en su rostro:

      —¿Has apagado las velas y has pedido un deseo?

      Sí, había pedido un deseo: volver a ver al único familiar que tenía. Y teniendo en cuenta que no tenía manera de ponerse en contacto con Sloan y que había sido él el que le había dejado aquel mensaje, pensaba que era algo que también su hermano quería. Pero era evidente que se había equivocado.

      —No he tenido ni tarta ni velas —contestó.

      Axel volvió a deslizar el pulgar por la palma de su mano.

      —Eso no está bien. En mi familia no falta nunca la tarta en un cumpleaños.

      A Tara no le sorprendió. No había una sola persona que viviera en Weaver y no supiera lo unido que estaba a aquel clan. Aquella familia era la antítesis de la suya.

      —Cuando estás solo, lo de la tarta y las velas parece insenesario —le explicó, frunció el ceño y se corrigió—, innecesario.

      —Bueno, pero esta noche ya no estás sola —replicó Axel con los ojos entrecerrados.

      Ya no estaba acariciándola con el pulgar. En aquel momento, tenía el dedo en el centro de su mano, contra su palma y Tara lo sentía como si una corriente eléctrica la atravesara directamente desde allí hasta el corazón.

      Axel volvió ligeramente la cabeza, como si quisiera contemplar sus manos unidas.

      —A mí me parece que ahora somos dos.

      El corazón le latía con una fuerza atronadora. Tara se sentía como si todas sus terminales nerviosas estuvieran a punto de estallar.

      —De acuerdo —su palabras fueron poco más que un suspiro, pero Axel curvó los labios en una lenta y satisfecha sonrisa.

      Entrelazó los dedos con los suyos y antes de ser siquiera consciente de lo que estaban haciendo, Tara sintió el frío aire de una noche de octubre contra su rostro y se descubrió frente a la puerta abierta del local. Se acordó entonces de que se había olvidado la chaqueta, pero no le importó, porque cuando todavía no se habían apartado de la puerta, Axel le hizo volverse entre sus brazos, la estrechó contra él y cubrió sus labios con la boca.

      En el interior de Tara estalló todo el calor de una tarde de verano.

      Axel posó la mano en su cuello y fue deslizándola lentamente hasta su barbilla. Después, alzó la cabeza y fijó la mirada en sus ojos.

      —Dejemos los deseos a un lado, ¿qué quieres de regalo de cumpleaños, Tara Browning?

      Tara se humedeció los labios, saboreando al hacerlo el gusto que Axel había dejado en ellos.

      —A ti —se le escapó. Qué descaro. El rostro le ardía—. Lo siento, puedes echar la culpa a las margaritas.

      —Me habría gustado tener también algo que ver en ello —le acarició la espalda y la estrechó de tal manera contra él que ni el frío aire de Wyoming pudo interponerse entre ellos.

      Tara tomó aire. Toda ella se sentía tan suave, tan blanda…, mientras que él… Él era todo lo contrario.

      Axel le rozó la barbilla con los labios y continuó deslizándolos hasta su oreja.

      —Tenerme a mí es la parte más fácil. Pero antes —esbozó una sonrisa traviesa— tendremos que celebrar tu cumpleaños como es debido.

      Si no hubiera sido porque Axel la tenía abrazada, Tara habría vuelto a tambalearse.

      —¿Celebrarlo?

      —Por lo menos no pueden faltar la tarta y las velas —se quitó la cazadora con un rápido movimiento y se la echó por los hombros.

      Tara notó a su alrededor el peso del cuero y la intensidad de la fragancia de Axel. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no terminar convertida en un charquito a sus pies mientras se sujetaba la cazadora con una mano. Axel le tomó la otra y la condujo por el aparcamiento hasta su camioneta.

      —Si conseguimos encontrar una tarta a estas horas, soy capaz de comerme un sombrero —dijo Tara, intentando dominar la emoción que corría por sus venas.

      —Hay cosas mucho más sabrosas.

      Axel le abrió la puerta, agarró a Tara por la cintura y la alzó, deslizándola a lo largo de su cuerpo.

      —Desde que tenía quince años, no había vuelto a sentir la tentación de hacer el amor con una mujer en un aparcamiento.

      Tara tragó saliva, impactada por el eco húmedo y ardiente que sus palabras tenían en ella.

      —Yo… no suelo hacer este tipo de cosas.

      —¿Te refieres a celebrar tu cumpleaños? —susurró Axel contra su cuello.

      —Me

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