E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras
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Desgraciadamente, la hora se le hizo eterna, porque cada vez eran menos los clientes.
Tenía la botella de agua casi vacía, la vejiga llena y lo único digno de observación era la cola que había en el puesto de besos de Courtney Clay.
Al cabo de un rato, Tara se volvió, se llevó la mano a la boca para disimular un bostezo y buscó debajo de la mesa las cajas en las que había llevado el material para el puesto aquella mañana. Todavía no había pasado una hora, pero ya tenía más que suficiente.
Colocó la primera caja encima del taburete y comenzó a guardar la ropa que no había vendido. La descolgaba de las perchas y la doblaba con mucho cuidado. Cuanto más cuidado tuviera, menos trabajo tendría en el momento de volver a colocarlos en la tienda.
Llenó la primera caja y la dejó en el suelo. Después, se agachó para buscar la segunda.
—¿Tienes a alguien enterrado debajo de la mesa? —preguntó una voz grave, profunda, divertida.
Y dolorosamente familiar.
El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho mientras se iba incorporando. Desvió la mirada de Axel y sacó otra caja, recordándose que debía evitar sus ojos. Que, precisamente, había sido al mirarle a los ojos cuando habían empezado todos sus problemas.
—¿Qué estás haciendo aquí?
No fue un saludo muy hospitalario, y deseó haber sido capaz de disimular. Habría preferido que pareciera que no daba ninguna importancia a su inesperada aparición.
—Tenemos que hablar.
—¿Después de cuatro meses de silencio? Me temo que no.
Maldita fuera, aquello tampoco sonaba muy despreocupado. Agarró el resto de la ropa y la guardó en la caja de cualquier manera. Quería salir cuanto antes de allí.
—Tara…
Pero Tara ya se había agachado para buscar una tercera caja. Y aprovechó que estaba oculta debajo de la mesa para suspirar.
Sólo era un hombre como cualquier otro, se había dicho millones de veces desde que aquella noche de pasión que habían pasado en Braden se hubiera convertido en un fin de semana. Habían pasado más de cuarenta y ocho horas encerrados en una habitación diminuta. Y durante esas cuarenta y ocho horas, había comenzado a pensar estúpidamente en cosas que no tenía ningún derecho a pensar. Había comenzado a pensar en imposibles.
Pero la brusca desaparición de Axel, que no estaba ya en la cama cuando ella se había despertado la última mañana, había puesto freno a todas sus ilusiones.
Lo único que había dejado tras él era una nota en la que le decía que la llamaría. Había garabateado el mensaje en la caja de la tarta de chocolate que había conseguido encontrar la primera noche, después de recorrer tres tiendas diferentes. Una tarta que habían compartido durante aquellos dos días de todas las maneras imaginables.
Pero Axel no sólo había desaparecido de su cama, sino que después de aquello, tampoco había vuelto a aparecer por Weaver. Ni al día siguiente, ni a la semana siguiente, ni al mes siguiente…
Los pensamientos que habían compartido, las risas, la pasión, nada de eso parecía tener para él la menor importancia.
Pero ella ya era una mujer adulta. De modo que tenía que ser capaz de asumir las consecuencias.
Agarró la caja, la sacó y cuadró los hombros mientras se levantaba.
Desgraciadamente, Axel continuaba apoyado contra uno de los expositores del puesto, y sus hombros parecían más anchos que nunca con aquel jersey de cuello vuelto que llevaba.
La última vez que Tara había visto aquellos hombros, estaban desnudos y brillantes por el sudor mientras Axel y ella hacían el amor como si fueran incapaces de detenerse.
Tara borró rápidamente aquel recuerdo de su mente y miró hacia el expositor.
—¿Te importa?
Axel retrocedió ligeramente. Ignorando que tenía su pecho a sólo unos centímetros de distancia, Tara abrió el expositor y sacó una de las bandejas.
—Puedo explicarte lo que ha pasado durante estos cuatro meses —se excusó Axel.
—No necesito ninguna explicación —le aseguró Tara—. Lo que pasó, pasó —por fin había sido capaz de responder de forma natural y despreocupada—. ¿Cuándo has vuelto?
—Esta mañana. Pretendía llamarte.
Demasiado poco y demasiado tarde. Cuatro meses tarde, de hecho.
—No tiene ninguna importancia —dijo en el mismo tono de ligereza.
Era una mujer adulta. Habían iniciado una aventura de una noche que había terminado convirtiéndose en un fin de semana. Lo único que en aquel momento le importaba era el hecho de que le hubieran molestado aquellos cuatro meses de silencio.
Mentirosa.
Ignorando el insistente susurro de su conciencia, vació los contenidos de la bandeja en una caja sin ningún cuidado. Ya lo ordenaría todo cuando regresara a la tienda.
—Me surgió algo importante —insistió Axel.
Tara cometió el error de mirarlo, porque pudo ver la mueca que cruzaba aquel rostro tan injustamente atractivo.
—Soy consciente de cómo suena lo que acabo de decir.
—No importa cómo suene o cómo deje de sonar. Todo eso ocurrió hace meses. No es para tanto. Apenas… —estuvo a punto de atragantarse—, apenas me acuerdo.
Axel curvó ligeramente la comisura de los labios.
—¿Sabes que tienes cinco pecas en la nariz? ¿O sólo te salen cuando mientes?
Tara colocó la bandeja vacía en el expositor y sacó la siguiente.
—Bueno, te agradezco que me hayas dado una explicación pero, como puedes ver, estoy ocupada.
—No creo haber explicado nada.
—En ese caso, no hace falta que pierdas el tiempo. Los dos sabemos lo que ocurrió.
Habían pasado un fin de semana juntos y ella había estado a punto de perder el corazón. Él, por su parte, había puesto pies en polvorosa en cuanto había decidido que había llegado el momento de hacerlo.
Axel le quitó la segunda bandeja antes de que hubiera podido dejar los contenidos en la caja.
—Tara…
Tara no iba a comenzar a jugar a un tira y afloja con la bandeja. Pero tampoco tenía ganas de continuar una conversación sobre lo que había pasado entre ellos delante de tanta gente.
De modo que soltó la bandeja, sacó la última y la vació en la caja.
Axel musitó un juramento.
—Tara…