E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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de esto —le advirtió Axel a Tara antes de volverse hacia una rubia de pelo rizado que caminaba en aquel momento hacia él—. Hola, Dee. ¿Cómo estás?

      La rubia le abrazó sin ningún pudor.

      —Voy a tener que castigar a Sarah. No me había dicho que venías. Todos pensábamos que continuabas en Europa, intentando comprar algún caballo. Hola, Tara —añadió con aire ausente.

      En otras circunstancias, a Tara incluso le hubiera divertido la actitud de Deidre Crowder. Pero aquel día se había agotado todo su buen humor.

      Aun así, consiguió responder a su saludo con naturalidad y aprovechó aquella distracción para terminar de vaciar el expositor de joyas. No pudo evitar oír que Axel le explicaba a Dee que su prima no estaba al tanto de su llegada. Y tampoco pudo evitar fijarse en cómo agarraba Dee a su amigo del brazo.

      —Perdona —le dijo a Dee, que tenía la mano apoyada en el expositor.

      —Lo siento —contestó Dee. Apartó la mano, pero no desvió la mirada de Axel—. ¿Y cuánto tiempo piensas quedarte por aquí? Podríamos quedar.

      Tara levantó el tablero de la mesa y lo colocó encima de las cajas. Después, sacó el taburete. Todavía tenía que desmontar el perchero, pero no tenía ganas de oír cómo quedaba Dee, una auténtica devora hombres, con Axel.

      Sin mirarles siquiera, se dirigió al almacén para retirar el carro que había dejado allí después de organizar su puesto. Lo sacó e intentó desplegarlo.

      —Déjame ayudarte.

      Tara dejó caer los hombros. Dee no había conseguido retener la atención de Axel durante el tiempo suficiente.

      —No necesito ayuda —estiró la manilla del carro—, ¿lo ves?

      Le rodeó con el carrito y regresó hacia su puesto. Pero sus piernas no eran tan largas como las de Axel y éste consiguió adelantarla.

      Tara tensó los labios, se volvió hacia el perchero y quitó las ruedas para guardarlas. Sin hacer caso a Axel, agarró el carro ya cargado y se dirigió hacia la salida del gimnasio.

      Pero todavía no había llegado a la puerta cuando Joe Gage, el director de la escuela de primaria, hacía su entrada en el gimnasio.

      —¿Ya has cerrado la tienda, Tara? —le sostuvo la puerta.

      —Sí, ya me voy. Gracias, Joe —maniobró con el carrito para cruzar la puerta.

      —Bueno, supongo que te veremos esta noche en el baile. Este pobre viejo espera poder bailar contigo —le sonrió.

      Era un hombre muy agradable, que siempre había sido muy amable con ella. Tara le sonrió, esperando que no se diera cuenta de que no le había contestado.

      Por encima del hombro de Joe, pudo ver a Axel, que la seguía a grandes zancadas.

      —Eh, Axel —oyó que Joe le saludaba—. No sabía que habías vuelto al pueblo.

      Tara aceleró el paso y no pudo oír la respuesta de Axel. Cuando por fin llegó hasta su coche, apenas podía respirar. Sacó las llaves a toda velocidad, pero acababa de abrir la puerta del maletero cuando llegó Axel, cargó las tres cajas, dobló el carro y lo colocó al lado de las cajas.

      Cerró el maletero de un portazo y clavó sus penetrantes ojos en Tara.

      —Puedes hablar conmigo ahora o dejarlo para más tarde. Pero hablaremos, Tara. Hay algunas cosas que tienes que saber.

      Pero había otra cosa que Tara no quería que él supiera. No por primera vez, se descubrió preguntándose por qué no se marchaba de Weaver para siempre. La tienda era lo único que la unía a aquel lugar. Eso y el hecho de que fuera el único lugar en el que su hermano podía localizarla.

      —Quiero llevar estas cosas a la tienda antes del baile.

      —En ese caso, te acompañaré.

      —¡No! —exclamó con más dureza de la que pretendía—. Podemos vernos esta noche en el baile —mintió mientras se dirigía a la puerta de pasajeros.

      —No creo que ése sea el mejor sitio para hablar.

      —Lo tomas o lo dejas —replicó Tara mientras se sentaba en el coche y cerraba la puerta.

      Intentando disimular el temblor de sus manos, metió la llave en el encendido y se alejó de allí como si la persiguieran todos los demonios del infierno. Aunque, por supuesto, Axel Clay no era ningún demonio.

      Solamente era el único hombre con el que se había costado desde que, a los dieciocho años, se había embarcado en un matrimonio que apenas había durado un mes.

      Pero lo peor de todo era que era el padre del hijo que llevaba en su vientre.

      Axel ahogó un juramento mientras la veía alejarse en el coche. Alzó la mirada hacia el cielo invernal y soltó una exhalación. A pesar de lo que Tara le había dicho, dudaba de que fuera al baile aquella noche. Pero, ¿qué esperaba? ¿Que le diera la bienvenida con los brazos abiertos?

      Había tenido muchas aventuras a lo largo de su vida; siempre con mujeres que jugaban con las mismas reglas que las suyas. Pero el fin de semana con Tara había sido algo diferente. Ella era diferente. Siempre lo había sido. Lo había sabido desde el día que la había conocido, cinco años atrás.

      Comenzó a vibrar el móvil que llevaba en el bolsillo y lo sacó rápidamente.

      —¿Has hablado con ella? —le preguntó su tío.

      —No exactamente.

      —Pues la situación no está para ese tipo de respuestas. Sloan es un hombre muy valioso para nosotros y le di mi palabra de que continuaría ocupándome de su hermana. Quiero informes a diario.

      Tristan Clay no era sólo el tío de Axel. Era también su jefe y lo había dejado bien claro después del desastroso final de su última misión para Hollins-Winword.

      La principal preocupación de aquella agencia de agentes secretos era la seguridad, ya fuera a escala nacional o internacional. En algunas ocasiones, manejaban incluso asuntos que las agencias del gobierno no podían asumir por los canales normales. Aquél había sido el caso de la última misión de Axel, que había sido un auténtico fracaso.

      No había conseguido garantizar la seguridad de nadie, y menos la de la amante de Sloan McCray.

      Como resultado, Tristan había hecho exactamente lo que debía: le había expulsado temporalmente de la agencia. Y así había estado hasta ese mismo día. Aquella mañana había ido a ver a su tío. Tristan pretendía que renunciara a su trabajo, que era, lo que en realidad, el propio Axel había estado pensando desde que había sido expulsado. Pero, curiosamente, no había querido renunciar.

      Al contrario, se había descubierto suplicándole a su tío que le asignara una última misión. No sólo por lo que había pasado con Sloan McCray, sino por la propia misión: Tara Browning.

      El

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