E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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le hacían tan audaz, pero la verdad era que no le importaba. Al fin y al cabo, eran dos personas adultas.

      —Estupendo —contestó Axel, deslizando los labios sobre los suyos con un beso que le aceleró a Tara nuevamente el pulso—. Ya tenemos un lugar al que ir con nuestra tarta —la sentó en el asiento de la camioneta—, y también en el que comerla.

      A Tara le dio un vuelco el corazón en el instante en el que Axel cerró la puerta. Le siguió con la mirada mientras él rodeaba la parte delantera de la camioneta y en el momento en el que sus ojos se encontraron, el tiempo pareció detenerse… Hasta que Axel continuó caminando, abrió la puerta y se sentó tras el volante.

      —¿Lista?

      —Sí —contestó Tara con voz ahogada.

      Dios santo, ¿en qué lío se había metido?

      Pero Axel la miró de reojo, sonrió y le estrechó la mano, borrando todas sus preocupaciones, disolviendo todos sus temores. En ese momento, comprendió que estaba exactamente donde quería estar: con Axel.

      Había corazones por todas partes. Si alguien hubiera entrado en aquel momento en el gimnasio de la escuela preguntándose qué se estaba celebrando, definitivamente, los corazones habrían despejado todas sus dudas.

      —¿Cuánto valen estos pendientes?

      Tara le sonrió a la adolescente que acababa de acercarse a su puesto. Aunque era trece de febrero, estaban celebrando el día de San Valentín. Los organizadores habían decidido que para los habitantes de Weaver, era preferible organizar la feria un sábado.

      —Te los puedes llevar a cambio de una lata de comida para la campaña de recogida de alimentos —el resto del dinero que ganara estaba destinado al proyecto de ampliación de la escuela.

      —Prométeme que no los venderás, ¿de acuerdo? Ahora mismo vengo.

      —Te lo prometo —Tara observó a la chica alejarse a toda velocidad por un gimnasio repleto de puestos en los que se podía encontrar desde besos hasta galletas.

      Todos los comercios de Weaver tenían algo interesante que ofrecer para la feria. Incluso Tara, a pesar de que lo último que le apeteciera celebrar fuera el amor.

      Permanecía sentada en un taburete detrás de su mesa. Dos horas más y podría llevar de nuevo sus cosas a Classic Charms, sintiéndose satisfecha por haber participado en el último ejercicio destinado a enaltecer el espíritu de la comunidad.

      No tenía ningún motivo para quedarse después en el gimnasio. La feria terminaría con una cena y un baile, pero el hecho de haber comprado la entrada para ambas cosas no la obligaba a asistir.

      Porque lo único que le apetecía hacer aquella noche era meterse en la cama. Sola.

      —Buenas tardes, Tara —Hope Clay, una de los organizadoras de la fiesta y miembro de la junta del colegio, se detuvo ante su puesto—. Parece que ha ido bien el negocio —señaló la mesa, casi vacía—. Es la primera vez que me acerco a tu puesto. Quería comprarles algo a mis sobrinas.

      Tara esbozó una sonrisa. Ya había visto por allí a sus sobrinas.

      —Leandra ha entrado con Lucas en brazos en cuanto han abierto la puerta del gimnasio.

      Hope se echó a reír; era una mujer que no aparentaba los cincuenta años que tenía.

      —Aunque sólo tenga dos años, ese niño lleva la sangre de los Clay en las venas. Tristan y yo nos quedamos con él y con Hannah hace unas semanas. Cuando Leandra y Evan vinieron a buscarlos estábamos agotados —sacudió la cabeza sin dejar de sonreír—. Pero no puedo decir de Lucas nada que no tenga que decir del resto de los bebés de la familia.

      Hope se fijó entonces en uno de los brazaletes del expositor de cristal.

      —Es precioso. ¿Es una amatista?

      Tara lo sacó para enseñárselo.

      —Sí, de hecho, Sarah —explicó, refiriéndose a otra de las sobrinas de Clay—, le ha comprado uno a Megan hace una hora, pero de olivina.

      —Me pregunto si será normal que una vieja dama como yo tenga el mismo gusto que su sobrina.

      —No eres una vieja —protestó Tara con sinceridad—. Y teniendo en cuenta que los brazaletes los he diseñado yo, me gustaría pensar que eso significa que las dos tenéis un gusto excelente.

      —Muy bien dicho —Tristan, el marido de Hope, se detuvo en aquel momento al lado de su esposa y posó la mano en su cuello con un gesto de cariño que hablaba de años de profundo amor.

      Hope se volvió sonriente hacia su marido.

      —Creía que ibas a pasar toda la tarde de reuniones. ¿Ha ido todo bien?

      —Inesperadamente bien —Tristan se volvió entonces hacia Tara con una sonrisa—. Bueno, Tara, ¿cuánto va a costarme esta vez el excelente gusto de mi esposa?

      Tara le dijo el precio del brazalete y él sacó la cartera y el dinero. Cuando Tara comenzó a hacerle un recibo, lo rechazó con un gesto. En realidad, a Tara no le sorprendió, teniendo en cuenta que su empresa de juegos de ordenador, CESID, había financiado ya gran parte del proyecto de expansión del colegio. En general, los Clay eran muy generosos cuando se trataba de apoyar a la comunidad. Aunque había otros Clay que eran expertos en darse a la fuga.

      Apartó rápidamente aquel pensamiento de su mente y terminó de envolver el brazalete.

      —Aquí lo tienes. Espero que lo disfrutes.

      —Aquí está la lata —la adolescente regresó casi sin aliento y le tendió una enorme lata y un montón de monedas—. No has vendido los pendientes, ¿verdad?

      Tara sacó los pendientes y se los tendió.

      —Te había prometido que te los guardaría.

      —Sabía que sería una buena idea lo de la feria —dijo Hope mientras tomaba la lata y la dejaba en el cubo que tenía Tara al lado del puesto—. Te veré más tarde en el baile —y se alejó del brazo de su marido.

      Tara tuvo que reprimir la punzada de envidia que sintió al ver marcharse a la pareja e intentó concentrarse en su joven cliente.

      —Pero sabes que para ponerse esos pendientes necesitas tener agujero.

      —Sí, me hice los agujeros en las orejas el mes pasado —miró emocionada sus pendientes nuevos—. En cuanto pueda quitarme los que me pusieron entonces, éstos serán mis primeros pendientes de verdad. Por fin —elevó lo ojos al cielo—. Pensaba que mi padre nunca iba a dejarme ponerme pendientes.

      Tara se identificaba plenamente con ella. A pesar de sus frecuentes ausencias, su padre la había educado con mano de hierro.

      —Así son los padres —envolvió los pendientes en papel de seda y los guardó en una cajita—. Aquí los tienes.

      —Gracias.

      La chica se alejó

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