Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball

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Cómo provocar un incendio y por qué - Jesse  Ball

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primer día el asunto del lápiz no había llamado demasiado la atención, lo cual fue bueno, pero después de la entrevista con la psicóloga la gente empezó a comentarlo. No me molestó que en el almuerzo nadie se acercara a mi mesa. Me da igual no tener con quien hablar. Pero que la gente que está delante y detrás en una fila se aparte un poco más de lo normal no es agradable. Los voy a apuñalar de verdad si siguen actuando así, pensé en decirles, pero obviamente no habría sido el mejor de los comentarios.

      Las cosas repuntaron entre la quinta hora y la sexta cuando escuché al pasar una conversación entre dos chicos. Ellos no me veían, y el más bajo con cara de tonto le decía al más alto que ya estaba todo arreglado y que la Sociedad del Fuego se reuniría esa tarde en el lugar de siempre. Trataban de sonar bien enigmáticos.

      Apuesto a que no saben de qué hablo. Se preguntarán qué es la Sociedad del Fuego y por qué tanto entusiasmo. Pues bien, tengo un amigo (es cierto) que me contó algo que a su vez le contaron a él, y lo que me contó es esto:

      En este preciso instante se están creando sociedades por todo el país. Se hacen llamar Sociedades del Fuego, y son sociedades para personas que quieren provocar incendios, personas que están hartas de la riqueza y de la propiedad y que quieren prender fuego todo.

      Mi amigo me dijo que tienes que incendiar algo solo para que te dejen entrar, y cuando me lo dijo pensé: es lo más fascinante que escuché en mucho tiempo. En mi opinión, si no te gusta el fuego, no estás vivo.

      7

      Pero en la última hora, la de ciencias sociales, sucedió algo horrible. Estábamos haciendo un simulacro de juicio. Yo era el supuesto testigo de un asesinato y estaba declarando en el banquillo. Una de las supuestas abogadas, una chica llamada Lisette, me hacía preguntas. Pero tuvo la mezquina ocurrencia, apenas ingeniosa, de hacerme preguntas sobre mi identidad real. Al principio las intercaló sutilmente con las demás preguntas. Me costó entender adónde quería llegar.

       Así que es nueva en la escuela. ¿Conocía al acusado antes de su llegada a este lugar? ¿En qué circunstancias?

      Algunos se rieron por lo bajo. Respondí que no iba a la escuela y que hacía años que no estudiaba: se suponía que yo fuera un hombre mayor. ¿Acaso no me delataba la barba? (Nadie se rio). Le dije que ya había visto al acusado. Por supuesto, si era uno de mis inquilinos.

       La noche del incidente anduvo deambulando en las calles. ¿Por qué motivo?

      Hubo más risas.

      Respondí que no había estado en la calle. Había estado en mi casa, mirando por la ventana.

      Entonces arremetió:

       Lo siento, sé que esto no tiene nada que ver con el juicio, pero ¿cómo consiguió esos jeans de hace cuatro años? ¿Viajando en una máquina del tiempo?

      Lisette Crowe. Parece que tengo otra persona de quien vengarme. Tiene mucho dinero pero su forma de hablar es puramente televisiva. No se expresa como una persona con una mente real. El dinero de sus padres no alcanzó para protegerle el cerebro. Odio cómo habla la mayoría de la gente. De solo escucharlos dan ganas de volverse ermitaña. Mi mamá tenía un modo precioso de hablar. A veces me gusta pensar en eso.

      El asunto es que todos se rieron de mí.

      Tal cual, cuando ella hizo su tonta gracia todos se rieron, y eso me pone en un dilema: ¿es suficiente con que alguien se ría para agregarlo a la lista negra? Pienso que si se trata de una persona superficial, esencialmente un instrumento de los demás, entonces no, realmente no está en falta por reírse. Pero también pienso que si es una persona con ciertas capacidades (no hablo de inteligencia, digamos una que cuente con los recursos mínimos), en ese caso, si se ríe sin dudas se ganará un lugar en la lista. Porque podía no hacerlo. En fin, vi a varios de esos. Considérenlos agregados a la lista.

      Dicho sea de paso, mis jeans no tienen nada de malo. Ni siquiera sé qué quiso decir ella. En un estudio a ciegas, apuesto a que no podría distinguirlos de otros cuatro pares de pantalones.

      Pero así son las cosas: las personas ricas y populares ni siquiera necesitan tener razón. Hagan lo que hagan, siempre salen ganando.

      8

      (y por eso deben morir)

      9

      En la parada del autobús después de la escuela (el de la línea urbana) conocí a un chico que estudia en la universidad. Al menos, eso dijo. Le dije que yo también iba a la universidad y creo que se lo tragó. El chico estaba leyendo un libro sobre Chernóbil, cosa que puede parecer interesante al principio pero que en realidad no lo es tanto. Digamos que si una se encuentra con un libro así, lo que hace es ojearlo un segundo y luego dejarlo. No creo que acabe leyéndolo en la parada del autobús. Lo peor es que él iba por la primera página. Ni siquiera lo tenía empezado. Eso, para mí, es una señal de que el libro es un libro pantalla. Los libros pantalla son libros que la gente lleva consigo para parecer inteligente. La cuestión es que su libro pantalla me puso en guardia.

      Me preguntó qué estudiaba y le dije que estaba estudiando el concepto de los venenos. Me preguntó a qué me refería. Le respondí que hay muchas cosas que son venenosas, pero que solo unas pocas son venenos. ¿A quién le toca trazar ese límite? A lo largo de la historia, el límite se va desplazando según quién salga beneficiado. Digamos que el alcohol es bastante venenoso, por ejemplo. Él dijo que le gustaba el alcohol. No lo dudo, dije yo.

      ¿Te gusta ir a recitales?

      No mucho.

      ¿Por qué?

      Porque son caros. A veces, mis amigas y yo entramos gratis.

      Me dijo que no se sorprendía de que nos dejaran entrar gratis.

      Le dije que una de las chicas es muy linda, que debía ser por eso.

      Él dijo que no, que lo que había querido decir era que no se sorprendía: que le parecía que yo podía entrar gratis, con o sin amigas.

      Me preguntó si quería ir a su casa, y le dije que sí, pero cuando llegó el momento de bajar del autobús me quedé sentada. Él se levantó y dijo: la parada es esta. Yo me quedé quieta, mirando por la ventana. Entonces el autobús volvió a arrancar y él ya se había bajado. Tal vez no vuelva a verlo nunca más. No me molesta la idea.

      10

      A veces con mi tía jugamos al cribbage, pero como a ella le parece aburrido nos inventamos un sistema de apuestas. Normalmente se juega hasta los 121 puntos, que se acumulan con el simple fin de ganar. Pero a ella (a mi tía) se le ocurrió la idea de que los puntos pudieran canjearse, y así el juego se volvería más interesante. Entonces, en cada mano, y entre una mano y la siguiente, se pueden usar los puntos de determinadas maneras para hacer varias otras cosas, como anular cartas, volver a tomar del mazo, duplicar la apuesta de alguna mano, comprar toda la caja o duplicar las fichas. Así, el juego es muy entretenido. A mi tía le gusta ganar y a mí también. La mesa que usamos para comer tiene incorporada una pieza que, al desplegarla, se convierte en un tablero de cribbage gigante. Sobre ese tablero jugamos. Con un tablero tan grande, ganar es más divertido y perder es más desagradable. Cualquiera de las dos que haya sido la última ganadora tiene ciertos privilegios en la casa. Uno de ellos

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