Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball

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Cómo provocar un incendio y por qué - Jesse  Ball

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ser que su madre es la orientadora educativa y puede mover algunos hilos. Cuando llego como de costumbre al aula de los sancionados, Kennison se ríe entre dientes y dice: parece que vamos a tenerte seguido por aquí, como si las dos fuéramos cómplices de una broma. No me interesa segregarme del resto de la humanidad, quiero decir, me gustaría ayudarlos, pero que quede claro: Kennison y yo no estamos en el mismo bote, de ninguna manera. Así que entro y me siento. El día anterior se me había acabado el regaliz, y como a los de Green Gully también se les había acabado, me quedé sin nada. Me explico: hay dos tiendas que venden el regaliz que a mí me gusta. En una de ellas puedo robarlo. Para la otra necesito dinero. Ahora bien, mi tía no tiene casi nada de dinero, y no puedo usar su casi nada de dinero para comprar regaliz. Es decir que solo consigo regaliz cuando lo tienen en Green Gully. Es un supermercado caro, lo que significa que sus precios son tan altos que ni se molestan en poner una buena seguridad.

      Dicho sea de paso, no me parece que escupir a la gente esté del todo bien, pero Lisette me acusó de vivir con mi abuelita o algo por estilo y eso no me gustó. Todo el tiempo, y no exagero, la gente prácticamente me implora que pierda los estribos, y yo por lo general mantengo la calma.

      DÍA CUATRO

      Este día me entero de que las chicas que se sientan en el rincón opuesto del aula se turnan para fumar un porro en el baño durante casi toda la sanción. Lo que hacen es pedir permiso continuamente para ir al baño con la excusa de que les vino la regla. Su comportamiento, cuando lo vi, me causó gracia, aunque no lo comprendiera. Pero cuando fui al baño para usar el baño de verdad, me encontré con una de ellas y me convidó un poco, por lo que el resto de la sanción se me pasó muy rápido. De hecho, estuve fumada como dos horas, así que después de la sanción fui con ellas al parque y nos sentamos a mirar a un vagabundo que perseguía unas gaviotas. En cierto momento, cuando ya hacía unos veinte minutos que estábamos mirándolo, Lana dijo: me parece que está persiguiendo las gaviotas, y nos reímos tanto que se nos caían las lágrimas. Hasta a mí me hizo reír, y yo nunca me río.

      DÍA CINCO

      Me propuse este día hacer el ensayo, aunque faltaran tres semanas para la fecha de entrega. Ojeé un poco el libro sobre Rusia y redacté una sinopsis de lo que sería el ensayo. Luego escribí las primeras páginas. La postura de la autora, según entiendo, es que los campesinos incendiaban sus propias casas no por motivos políticos sino por ignorancia, y en algunos casos como venganza ante ofensas menores. Eso me pareció un tanto deprimente, pero casi inevitable. En una parte decía que las campesinas se despertaban temprano para sacar a sus bebés de las estufas de hierro donde los habían metido la noche anterior. Sí, metían a los bebés en estufas de hierro llenas de brasas. Por eso, si algún día ven a un ruso haciendo alguna locura, como bien suele suceder, recuerden: hace siglos que esa gente hace locuras. No es ninguna novedad.

      El día cinco, que fue el viernes, debo aclarar, encontré una nota en mi casillero. Decía: 11 p. m., Alcatraz.

      Alcatraz no es Alcatraz, por supuesto. Es solo una islita que está en medio de un lago en los predios de un complejo sanitario. Los chicos van allí a tomar.

      ALCATRAZ

      Como casi nunca salgo a ninguna parte, a mi tía no le molesta que vuelva tarde. Cree que, si vuelvo tarde, quizás es porque tengo amigos. En su opinión, eso les gana a los peligros de volver tarde, sean los que fueren. En realidad, si vuelvo tarde, es solo porque me quedo sentada en algún parque, o en un cementerio, o incluso en una lavandería. Esos lugares a los que va la gente que no conoce a nadie.

      Así que me iba a ser muy fácil ir a la reunión si me daban ganas. Pasé por casa a dejar los libros de la biblioteca y me llevé un destornillador que tomé del mueble que está bajo la pileta de la cocina. A mi tía ni siquiera la vi: los viernes trabaja como voluntaria en un hospicio, una especie de comedor comunitario, creo. Los demás voluntarios son todos religiosos y no los soporta, pero va de todos modos. Es como yo: no conoce a mucha gente, así que tiene que arreglárselas con los que sí conoce.

      El complejo sanitario queda bastante lejos de la casa y tuve que ir en autobús. Ya había estado allí dos veces, en ambas ocasiones con chicos más grandes, cuando recién empezaba la secundaria. Se veía distinto siendo que estaba sola, pero logré orientarme.

      Primero hay que sortear el puesto de seguridad que está sobre la calle principal. Para eso hay que caminar unos sesenta metros bordeando el alambrado hasta llegar a una parte que no tiene alambrado. Allí el alambrado está roto y se puede entrar caminando. No tengo idea de por qué no lo arreglan. Entonces, una vez adentro, hay un sendero que desemboca en la calle interna. Mientras se está en la calle interna hay que vigilar que no aparezca el guardia, pero como el guardia da vueltas en una camioneta con luces, siempre hay tiempo para esconderse entre los arbustos. Finalmente se llega a una especie de bosque, que hay que cruzar. No existe un sendero propiamente dicho. Por algún motivo ahí no crecen plantas y se puede caminar por cualquier parte. Así se llega a la isla. Si se toma el camino equivocado, hay una zona pantanosa que te arruina las zapatillas.

      Para llegar a la isla es posible treparse a una rama de unos seis metros de largo suspendida poco más de un metro por encima del agua. La otra punta de la rama se hunde en el agua, pero hay piedras por las que saltar. Suena difícil, pero es bastante fácil, especialmente si se tiene cierta agilidad. La verdad es que la isla no se parece casi en nada a Alcatraz, aunque hace más o menos una década que los chicos la llaman así.

      Desde la orilla vi que había algunas personas del otro lado. Caminé por la rama, salté a las piedras, salté a la otra orilla. Ya estaba. Un chico se me acercó: era Stephan. Tenía puesta una camisa térmica de franela y no lo reconocí. Me estaba esperando, seguramente.

      Estamos por allá.

      Señaló una zona apartada hacia la derecha. Cuando llegué, vi varios grupos de chicos sentados sobre unas piedras. Subimos hasta la parte más alta de la colina, donde había un árbol muy grande junto a una casilla destartalada con una inscripción en la pared. En aquel momento no alcanzaba a verla, pero ya lo sabía de antes. La inscripción (no sé si seguirá allí) decía: Joan monta cabras.

      Junto al árbol y la casilla, en la oscuridad, había unas cuantas personas, alrededor de diez. Stephan me presentó, pero lo que hizo en realidad fue lo que uno hace cuando ni siquiera conoce a las personas en cuestión: básicamente, cuando uno mismo necesita que lo presenten pero no hay nadie que lo haga, entonces lo que hace es presentar a otro. Una estrategia de mierda.

       Ella es Lucia.

      Uno de ellos me preguntó en tono sarcástico si me gustaba el fuego. Aunque sabía que era una cursilería, tenía en la mano el Zippo de mi papá y en un solo movimiento lo abrí y lo encendí. Lo hice muy rápido, la verdad. Fue casi prestidigitación.

      Algunos chicos aplaudieron. Uno dijo: así se hace. Te va a ir bien. Otro le preguntó a Stephan si yo era su novia y los dos dijimos que no.

      Uno de los chicos quiso ver el Zippo, y se lo di. Lo manipuló torpemente unos segundos y me lo devolvió.

      Me senté bajo el árbol y Stephan se sentó conmigo. Las luces del camino que serpenteaba por todo el complejo desfilaban entre los árboles dibujando un trazado sinuoso. A lo lejos había más luces: la ciudad, la autopista, más luces y más.

      Aquella grotesca islita en la que nos encontrábamos era una agradable mota de oscuridad. Se oía el agua.

      No podía distinguir muy bien a los demás, estaba bastante oscuro, pero en su mayoría parecían ser chicos más grandes, tal vez de quinto año. Uno de los

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