El amor vive al lado. Marion Lennox

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El amor vive al lado - Marion Lennox Bianca

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siento, Tom –Annie trató de mantener la compostura.

      En realidad, tenía razón. No era, en absoluto, una situación divertida.

      Pero había algo de novedoso y agradable para ella: por primera vez se habían invertido los papeles.

      Tom siempre había estado al control de todo.

      Llevaba seis años a cargo de aquel hospital. Desde el primer momento, a Annie le había quedado claro que lo que el doctor buscaba era alguien que hiciera lo que a él no le gustaba y que le permitiese tener tiempo para divertirse.

      Y así lo había hecho durante los seis meses que ella llevaba allí. Eso sí, nunca se divertía con Annie.

      En una ocasión, poco después de llegar, había escuchado un comentario que Tom le hacía a otra persona.

      –Es competente y ordinaria. Si tenemos un poco de suerte, se convertirá en una agradable médico solterona, dedicada en cuerpo y alma a su trabajo. La ciudad obtendrá un beneficio de su dinero.

      Annie había estado a punto de dejar el hospital después de aquello. Pero le gustaba el trabajo y el lugar.

      Bueno, había otra razón.

      Desde el instante mismo que había visto a Tom McIver se había enamorado de él.

      ¡Estúpida, estúpida, estúpida!

      No debería haber ido nunca a aquella maldita ciudad.

      Pero lo había hecho y ya no quería marcharse.

      Durante las noches, mientras ella estudiaba, él se dedicaba a divertirse con sus múltiples amigas.

      Y, precisamente, aquella noche, había salido de casa decidida a decirle que no lo aguantaba más y que dejaba su trabajo.

      Pero aquel inesperado bulto con el que se topó, cambió completamente su ánimo.

      –Asumo que no tenías ni idea de la existencia de esta pequeña.

      –¡No! –respondió él con una mezcla de rabia e indignación.

      –Ya veo… –Annie apretó los labios y miró a padre e hija–. ¿Qué vas a hacer con ella?

      Eso era, exactamente, lo que él se preguntaba insistentemente. Tom miraba con ansiedad a la pequeña.

      –No tengo ni la más remota idea de qué hacer –Tom continuó mirándola–. ¿La has examinado? ¿Está bien?

      –Perfectamente bien –dijo Annie–. El cuerpo está en perfectas condiciones, las fosas nasales limpias. No tiene rozaduras de pañal y está muy bien alimentada. La han cuidado bien.

      –Seguro que la ha cuidado la madre de Melissa –dijo Tom y abrazó al bebé con fuerza–. La hija es una irresponsable a la que no le importa nadie.

      –¿No te gusta Melissa?

      –¡No!

      –¡Perdón por preguntar! –dijo Annie–. Pero, ¿por qué la dejaste embarazada si no te gustaba?

      La ira y la rabia se reflejaron claramente en su rostro.

      –¡De acuerdo! No es asunto mío –dijo ella comprensivamente–. Me voy a la cama. Buenas noches.

      –¡Annie!

      Fue un grito desesperado y el bebé se sobresaltó. Tom se dio cuenta y acarició a la pequeña. Ésta sonrió de nuevo.

      Annie levantó una ceja.

      –¿Sí?

      –No puedes irte así.

      De pronto la rabia se había convertido en pánico

      –¿Por qué? ¿Tienes algún problema?

      –¡Claro que tengo un problema! Yo no puedo cuidar a un bebé.

      –¿No puedes cuidar a tu propia hija?

      Silencio.

      –Mi hija –Tom dijo las palabras despacio, como si fueran mágicas. El pánico desapareció, pero fue reemplazado por el desconcierto.

      –Es tu hija –repitió Annie–. Me di cuenta mucho antes de ver la nota. A veces el parecido entre padre e hijo habla por sí solo. A menos que tuvieras la certeza absoluta de que no puedes ser el padre, yo no perdería el tiempo en hacerme una prueba de ADN.

      –Pero fue sólo una noche –Tom agitó la cabeza como si tratara de despertarse–. Debió de ser después de aquella maldita fiesta… No había salido desde hacía mucho. Bebí demasiado. Melissa no hacía más que servirme aquel maldito licor. Me llevó a casa y allí… ¡Maldita enfermera! Fue ella la que me obligó a que la embarazara.

      –Puedes estar todo lo furioso que quieras con Melissa –dijo Annie–. Pero la niña que tienes en brazos no es culpable de nada y es tu hija. Necesitas tomar una decisión.

      Tom la miró horrorizado.

      –¡Yo no sé qué hacer! ¡No puedo cuidarla!

      –¿Por qué no?

      –Porque…

      –Todo lo que necesita es que le den de comer y que le cambien el pañal. Soy yo la que está de guardia esta noche, así que nadie te va a molestar. Te puedes dedicar en cuerpo y alma a ella.

      –¡Admitidla en el hospital!

      Annie se negó.

      –La niña no está enferma. El hospital está muy tranquilo. No hay ningún otro niño, tú lo sabes, y con el dinero que recibe el hospital no podemos permitirnos gastos innecesarios. ¿Esperas que llame a Helen, que despierte a alguien en mitad de la noche para que cuide a tu bebé?

      –¡No es mi bebé!

      –¿Y entonces de quién es? –le preguntó indignada–. Eres la única familia que esta personita tiene en el mundo.

      –Annie… tienes que ocuparte de ella.

      ¡Aquello ya era demasiado!

      –Tom, yo me voy a la cama –le dijo–. Helen te dará leche y pañales para toda la noche. Sé algo de procedimientos de adopción. Si quieres, mañana te lo cuento.

      –Annie, detente ahora mismo –exigió Tom sin conseguir nada–. No eres un maldito doctor de guardia, eres mi amiga.

      Ella se volvió.

      –Y como amiga quieres que me responsabilice de tu hija hasta que decidas qué hacer con ella.

      –Sí –dijo Tom–. Eso es exactamente lo que quiero que hagas. Tú sabes de niños… Yo no he hecho nada.

      Annie estuvo tentada a aceptar la oferta.

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