E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Excitada, Violet cerró la mano sobre su muñeca y la apretó contra su piel, para sentirlo mejor.
–Bueno, ¿qué te parece? –continuó Zak.
–¿Tú qué crees?
–Por el tono de tu voz, yo diría que estás de acuerdo.
–Y lo estoy.
Zak soltó un gemido y la besó, desatando su pasión. Violet le pasó los brazos alrededor de su cuello y, apoyándose en él, cerró las piernas sobre su cintura.
–Me gustaría tumbarte en la playa, desnudarte y hacerte el amor a la luz de la luna –dijo él, con voz ronca–. Pero esta noche no me parece adecuada. Esta noche, prefiero llevarte a mi habitación.
Violet no tuvo ocasión de disentir, porque Zak se dirigió a la mansión a grandes zancadas y no se detuvo hasta llegar al dormitorio de la suite principal, donde la soltó y besó sus labios con dulzura.
–Date la vuelta –ordenó entonces.
Violet obedeció y él le bajó la cremallera del vestido, que cayó a sus pies.
–Vaya, hoy tampoco llevas sostén –declaró el príncipe, admirando sus senos–. ¿Qué pretendes? ¿Torturarme todo el tiempo?
–¿Crees que eso es una tortura?
–Lo es, porque consigues que me obsesione con lo que llevas o dejas de llevar debajo de la ropa, y no puedo pensar en nada más.
–Oh –dijo ella, dominada por un profundo sentimiento de satisfacción femenina.
Zak le puso una mano en las nalgas y cerró la otra sobre uno de sus senos.
–Me vas a volver loco, ¿sabes?
Ella suspiró y sonrió sin poder evitarlo, porque el contacto de sus manos era inmensamente placentero.
–Ah, otra vez esa sonrisa de arrogancia, ese pícaro reconocimiento de tu poder –dijo Zak, encantado–. ¿Estás preparada para ser mía, preciosa?
Zak le acarició el pezón e insistió con sus atenciones hasta que ella empezó a estremecerse; pero, lejos de contentarse con eso, apartó la otra mano de sus nalgas y se la introdujo entre las piernas.
–Oh, Zak…
Violet perdió el control de sus emociones y le dejó hacer entre gemidos y gritos de satisfacción. Todo su ser estaba concentrado en las caricias de Zak, hasta tal punto que solo se dio cuenta de que la había tumbado en la cama cuando le bajó las braguitas.
–He soñado muchas veces con esto –declaró con palabras cargadas de deseo–. ¿Quieres que sigamos, principessa?
–Sí, por favor –acertó a decir.
Zak suspiró y se desnudó a toda prisa, impaciente. Luego, se puso entre sus piernas y la penetró con una potente acometida.
–Dio mio, eres preciosa. Excepcional.
Las palabras surgían a borbotones de sus labios, a veces en su idioma y a veces, en el inglés de Violet. Y cada segundo que pasaba, la acercaba más al maravilloso orgasmo que se iba formando en su interior.
Cuando por fin llegó, Violet se aferró a las sábanas y le rogó que siguiera adelante hasta que soltó un grito de satisfacción completa y se rindió definitivamente. Zak alcanzó el clímax poco después, y se quedó abrazado a su cuerpo mientras sus jadeos se mezclaban y resonaban en la habitación.
Al cabo de unos instantes, él alzó la cabeza y cubrió su cara de besos, dejando a Violet sin aliento. Las cosas habían cambiado mucho desde su primera noche de amor en Tanzania. Donde antes había distanciamiento, ahora había cariño. Y a Violet le pareció tan especial que no se atrevía ni a respirar por miedo a romper el hechizo.
–Deja de darle tantas vueltas, carissima. Casi puedo oír tus pensamientos –dijo Zak, acariciándole la mejilla.
–Si quieres que deje de pensar, haz algo que me divierta.
Zak le dedicó una sonrisa de lobo hambriento.
–Bueno, no te preocupes por eso. Se me ocurren muchas cosas que podemos hacer –replicó contra sus labios–. Pero, de momento, prefiero que descanses.
El cuerpo de Violet reaccionó como si estuviera diseñado para obedecer las órdenes del príncipe, con una súbita e intensa somnolencia. Y así, abrazada a Zak, se quedó dormida.
Durante los días siguientes, se dedicaron a hacer el amor por toda la propiedad. Y, cuando no estaban haciendo el amor, hablaban de política, de diplomacia y del tema preferido de Violet, el conservacionismo. Pero nadie los interrumpía, porque los empleados de Zak guardaban elegantemente las distancias, como si estuvieran acostumbrados a ello o quizá, como si su jefe se lo hubiera pedido.
En algún momento, Violet se dio cuenta de que el hombre que la tomaba entre sus brazos mientras ella fingía dormir, el hombre que la escuchaba atentamente cuando hablaba, el hombre que rebatía sus opiniones o asentía cuando estaba de acuerdo era el hombre que siempre había soñado. Y no solo para ella, sino también para su bebé.
Por eso se llevó un disgusto cuando, al séptimo día, se despertó sola en la cama. Era su última jornada en la isla, y la primera vez que abría los ojos y Zak no estaba a su lado.
La noche anterior había sido la más apasionada de las siete; tal vez, porque los dos eran conscientes de que les quedaba poco tiempo y querían disfrutarlo tanto como pudieran. Violet llegó a perder la cuenta de sus orgasmos, y se sintió como si se hubiera vuelto etérea cuando Zak la llevó al servicio, la bañó y la secó antes de devolverla a la cama.
Sin embargo, la noche había pasado; así que se levantó, se dio una ducha y, tras ponerse un vestido de color amarillo, se sentó frente al tocador y se cepilló el cabello, sumida en un mar de preocupaciones.
Zak no le había vuelto a pedir que se casara con él, pero Violet no se lo podía quitar de la cabeza. ¿Tan terrible sería? Era un príncipe, un hombre rico, con muchos millones a su disposición. Y compartían muchas cosas, empezando por el hecho de que estaba tan interesado como ella en la conservación de los espacios naturales.
¿Podían fundar una familia sin más base que sus intereses comunes y una relación sexual asombrosamente buena? ¿O se estaba engañando a sí misma?
¿Y qué pasaría con su madre?
Margot había estado extrañamente silenciosa durante los últimos días. Por algún motivo, había desaparecido de la prensa del corazón; algo desconcertante, teniendo en cuenta que vivía para y por las páginas de sociedad.
Al pensarlo, Violet se estremeció y dejó el cepillo a un lado. No sabía lo que su madre estaba tramando, pero tendría que enfrentarse a ella en algún momento. Tendría que decirle que se había quedado embarazada y, por supuesto, también tendría que informarle de su decisión de casarse o de seguir soltera.
Insegura, se levantó, salió