E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras

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del olfato, amenazando su equilibrio emocional. Y, en cuanto notó el masculino aroma del príncipe, los pezones se le endurecieron y el fuego de su pelvis se transformó en incendio.

      Desesperada, se pasó la lengua por los labios y, al ver su gesto, Zak respiró hondo y la miró con más intensidad.

      –Tendremos que hablar más tarde o más temprano, Violet.

      –¿Por qué quieres casarte conmigo, Zak? Ni tú sabes nada de mí ni yo sé nada de ti, salvo lo que he podido leer en los periódicos. Podría ser tu peor pesadilla –alegó ella–. Deja que me vaya, por favor. Y, dentro de unos meses, hablaremos sobre la custodia del bebé y…

      –No –la interrumpió.

      –Pero…

      –¿Qué te parece si cambiamos el guion de esta historia?

      Ella frunció el ceño.

      –¿El guion?

      –Sí, exactamente. Declaremos una tregua temporal –respondió Zak–. Dices que no te conozco, y no te falta razón. Enséñame a la verdadera Violet Barringhall, la mujer que se oculta tras esa actitud fría y silenciosa.

      El desafío de Zak pareció tentador, así que dijo:

      –¿Y qué saco yo a cambio?

      –Reciprocidad. Hasta cierto punto.

      –¿Ya estás limitando tu oferta? –preguntó Violet, decepcionada.

      –Mira, no tengo la costumbre de extender cheques en blanco. Y no voy a empezar ahora –replicó Zak.

      Violet se llevó una decepción, y se preguntó por qué le sorprendía su actitud. Era una plebeya más, un ser sin importancia; solo le había ofrecido matrimonio porque se había quedado embarazada de él. Sin embargo, estaba decidido a hacerse cargo de su hijo, y eso le ofrecía la posibilidad de conocerlo mejor.

      Ya a estaba a punto de aceptar la tregua cuando le vino un olor. Por lo visto, Geraldine, el ama de llaves, estaba preparando alguno de sus deliciosos platos. Pero el efecto que tuvo sobre Violet no fue precisamente bueno: le provocó una náusea tan intensa que salió disparada hacia el cuarto de baño para no vomitar allí mismo.

      –¿Violet? –preguntó él con preocupación.

      Violet sacudió la cabeza sin detenerse y no se detuvo hasta llegar a uno de los muchos servicios de la mansión, donde se inclinó sobre el lavabo y vació todo el contenido de su estómago.

      Segundos después, Zak apareció a su espalda y se la acarició.

      –Tranquila, carina.

      Ella soltó algo parecido a una carcajada.

      –¿Cómo quieres que esté tranquila? Las náuseas matinales no son ninguna broma. Es algo horrible, humillante…

      –Sí, ya lo imagino.

      Violet lo miró.

      –Pues no me ayudas mucho estando aquí.

      –Entonces, haré lo posible por sentirme culpable –dijo él, en tono exageradamente solemne.

      Violet sonrió a su pesar.

      –No tiene gracia, Zak.

      –No, no la tiene.

      –Pues deja de intentar animarme.

      Zak asintió.

      –¿Qué puedo hacer por ti, Violet?

      –Ya te lo he dicho, marcharte.

      –No me voy a ir. Tengo la sensación de que, antes de que sufrieras este desafortunado incidente, te disponías a aceptar la tregua. Estábamos avanzando, y no quiero que la esperanza descarrile por tan poca cosa.

      Violet no supo por qué, pero le puso una mano sobre el brazo. Quizá, porque estaba muy débil o quizá, porque se había empezado a cansar de la situación. A fin de cuentas, no había ganado nada con ese punto muerto de silencios y frialdades.

      Fuera como fuese, él la apartó delicadamente del lavabo, alcanzó un colutorio, llenó un vaso y se lo dio.

      –Gracias.

      Mientras Violet se enjuagaba la boca con el líquido mentolado, él humedeció una toalla y le frotó las sienes. La sensación fue tan placentera que ella soltó un gemido, y Zak la devoró con los ojos.

      Al darse cuenta, Violet se quedó sin aliento. Su deseo era tan evidente que ni siquiera se molestó en disimularlo, y el ambiente se cargó de una tensión que se volvió casi insoportable cuando dejó de acariciarle las sienes y descendió lentamente hasta su cuello, donde se detuvo.

      Entonces, Zak dejó la toalla en el lavabo y se puso entre sus piernas, clavándola en el sitio con la intensidad de su mirada.

      –¿Qué estás haciendo? –preguntó ella con voz trémula.

      –Disfrutando el momento –respondió él–. Déjate llevar.

      Ella se había excitado tanto que habría seguido su consejo sin dudarlo un segundo, pero él se limitó a pasarle un dedo por el labio inferior, dar un paso atrás y soltarla.

      –Aún no me has contestado, Violet. ¿Aceptarás la tregua?

      Violet respiró hondo.

      –Sí, pero con una condición.

      –¿Cuál?

      –Que solo durará tres días. Es todo lo que te puedo dar.

      –Siete –replicó él, decidido.

      Ella suspiró.

      –Está bien, que sean siete –le concedió–. Pero después, me marcharé de aquí. Aunque tenga que irme nadando.

      Él arqueó una ceja.

      –¿Lo dices en serio?

      –Sí. O eso, o vuelvo a mi actitud anterior y te vuelvo loco.

      –Entonces, trato hecho –dijo él, tomándola súbitamente de la mano–. Y ahora, ¿qué te parece si vamos a dar una vuelta por la isla? Tu negativa a alejarte más allá de la piscina no me ha engañado en ningún momento. Sé que lo estás deseando.

      Violet no tuvo más remedio que asentir, porque era verdad. Ardía en deseos de explorar la isla; sobre todo, la zona del norte, llena de verdes y frondosas colinas.

      –¿Necesito cambiarme de ropa?

      Él la miró de arriba abajo, excitándola de nuevo.

      –No, estás perfecta. Vamos.

      El tono apremiante de Zak no disminuyó el entusiasmo que dominaba a Violet cuando salieron del edificio y se

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