E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Luego, cuando Zak le ofreció tumbarse en el dormitorio del avión, estuvo a punto de salir corriendo y cerrar la puerta por dentro. No tenía intención de quedarse dormida. Solo quería descansar un rato. Pero se había dormido de todas formas, y había sido el sueño más reparador desde que descubrió que estaba embarazada.
–Estamos en el Caribe –respondió él, devorándola con los ojos–. En mi isla privada.
Violet no se llevó ninguna sorpresa. Conociéndolo, era evidente que no la habría llevado a una ciudad grande, donde podía gritar y llamar la atención de algún vecino.
–Me has secuestrado –le acusó, esperando que lo negara.
Él se limitó a encogerse de hombros.
–Bueno, no entremos en definiciones todavía.
–No, claro que no –ironizó ella–. Un príncipe tiene que proteger su imagen.
Zak entrecerró los ojos y cambió de conversación.
–Tienes mejor aspecto –dijo.
–¿Tanto como para someterme al interrogatorio que habías previsto?
Los sensuales labios de Zak se curvaron hacia arriba.
–No tiene por qué ser un interrogatorio.
–¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías tú a lo de llevarme a miles de kilómetros de distancia para hablar conmigo? ¿No se te ocurrió la posibilidad de preguntarme si me parecía bien? ¿Es que mis deseos te parecen irrelevantes?
Zak se puso muy serio.
–Ya te he dicho que intento proteger a mi familia. Mi hermano se acaba de casar, y mi madre dejará el trono dentro de unas semanas. ¿Olvidas acaso que hay gente que se aprovecharía de otro escándalo en la Casa Real?
A ella se le encogió el corazón, recordando la reunión con el ministro de Defensa.
–¿Serían capaces de utilizar un bebé como excusa? –se interesó.
–No lo sé, pero no me puedo a arriesgar a lo que hagan –contestó él–. Te quedarás aquí hasta que arreglemos las cosas.
Violet comprendió que Zak no aceptaría un «no» por respuesta, pero tuvo la sensación de que no le estaba diciendo toda la verdad y, como no podía quedarse eternamente en el avión, apartó el edredón para levantarse de la cama.
Por supuesto, Zak intentó ayudarla, y ella rechazó su ayuda porque no soportaba la idea de sentir su contacto. Pero no vio ni sus zapatos ni su bolso y, antes de que pudiera interesarse por ellos, él la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho, haciéndola consciente de la perfección de su cuerpo.
–Suéltame. Soy perfectamente capaz de caminar.
–No lo dudo, pero tus cosas están en el coche, empezando por tus zapatos. Y como no querrás quemarte los pies con el asfalto de la pista, tendré que llevarte yo.
Violet no tuvo ocasión de protestar, porque la alzó en vilo y la llevó hacia la escalerilla.
Si no hubiera sido absurdamente infantil, habría cerrado los ojos y habría fingido que Zak no existía.
Pero existía.
De hecho, era la presencia más sólida que había en su vida. Y, por si eso fuera poco, no podía negar que estaba encantada de que la llevara en brazos.
Decidida a anular el efecto que Zak tenía en ella, se dedicó a admirar los alrededores, que resultaron ser de una belleza abrumadora: altas palmeras hasta donde alcanzaba la vista y bosques tropicales a los dos lados de la pista de aterrizaje. Al parecer, no estaban en una de esas típicas islas caribeñas que se podían recorrer en un par de horas, sino en un lugar mucho más grande.
Violet tuvo ocasión de comprobarlo cuando se subieron a una brillante furgoneta y se pusieron en marcha, con él al volante y ella, a su lado. Al cabo de unos minutos, seguían lejos de su destino y, como Zak se mantenía en silencio, sacó un libro del bolso y fingió leer.
Sin embargo, cambió de actitud al darse cuenta de que uno de los dos vehículos que los seguían estaba lleno de maletas, lo cual avivó su sospecha de que Zak pretendía quedarse una buena temporada.
–¿Cuánto tiempo va a durar esta farsa? –se interesó.
Él le lanzó una mirada rápida.
–¿Farsa?
Ella hizo un gesto de desdén.
–Has dicho que quieres proteger a tu familia del posible escándalo que se organizaría cuando la gente supiera que espero un hijo tuyo. Pero podríamos haber mantenido esta conversación en cualquier parte –replicó ella–. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Para enfatizar tu estatus social? ¿Para que me sienta una vulgar plebeya? ¿Es eso? ¿Quieres ponerme en mi lugar?
–Sí, efectivamente.
La respuesta de Zak fue tan seca y tajante que Violet no supo si lo decía en serio o estaba de broma, y se maldijo a sí misma por haber creído que rechazaría su acusación.
–También tengo intención de limitar tu contacto con el mundo exterior –continuó él–. Por lo menos, hasta que establezcamos ciertas normas.
–No hay nada que establecer. Estoy embarazada. Voy a tener un hijo. Nada más.
–Pues yo diría que ya hemos establecido algo. Y a mi entera satisfacción, por cierto.
–¿Te refieres a que quiero tener el niño? ¿Pensabas que querría abortar?
Él se encogió de hombros.
–Bueno, quedarte embarazada y contármelo no implicaba necesariamente que quisieras ser madre –respondió–. Y tampoco implica que no tengas motivos ocultos.
–¿Motivos ocultos? ¿Qué motivo podría tener para…? Oh, Dios mío. ¿Crees que te lo he dicho para sacar algún tipo de provecho? –dijo, indignada.
–No tendría mucho de particular. Gracias a ese embarazo, podrías tener todo lo que has deseado desde niña –afirmó Zak–. Sin embargo, tomo nota de tu indignación. Y de tus sentimientos maternales.
Zak añadió esa última frase porque acababa de ver que Violet se había llevado las manos al estómago. Pero esta vez, no las apartó. A fin de cuentas, estaban a solas y, por otra parte, se había cansado de disimular su embarazo.
Al cabo de unos momentos, la furgoneta empezó a ascender por un tramo empinado, al final del cual se atisbaba una mansión. La zona era tan frondosa como la del aeródromo, aunque una de las arboladas pendientes terminaba en una playa de límpidas arenas blancas y refulgentes aguas azules.
Todo era tan bonito que casi no parecía real. Tan bonito, que casi olvidó que Zak la había secuestrado. Tan bonito que, si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría sido incapaz de no expresar su admiración.
Pero no lo eran. El