E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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–Ya está hecho, Zak. No le des más vueltas –declaró–. Querías que fuera tuya, y lo has conseguido.
Zak gimió, se liberó de sus últimos conatos de duda y se empezó a mover. Una acometida, dos, tres, abriéndole un mundo de sensaciones nuevas que la convencieron de que, pasara lo que pasara al final, nada podía ser mejor que eso.
–¿Por qué soy incapaz de alejarme de ti, por mucho que lo intente? –dijo él, deteniéndose un momento–. ¿Es que me has hechizado?
–Si te hubiera hechizado, no te detendrías.
Él respiró hondo y se movió de nuevo, sin pronunciar más palabras. Y cada uno de sus movimientos la fue acercando a un clímax que Violet recibió casi con miedo, porque fue tan intenso que tuvo la sensación de que la consumiría.
Aún sentía sus salvajes olas de placer cuando él llegó al orgasmo y salió de su cuerpo. Había sido una experiencia inmensamente reveladora para ella, y su injustificado temor dio paso a uno más terrible y real: que le hubiera entregado algo más que su virginidad.
Segundos después, Zak se apartó y se alejó un par de metros, nadando. Ella quiso rogarle que se quedara a su lado, que le diera más de lo que acababa de darle; pero no se lo rogó y, tras unos instantes de silencio, él la miró con perplejidad.
–Oh, Dios mío –dijo, horrorizado–. No he usado preservativo.
Violet se quedó helada.
Necesitaba unos momentos para pensar. O una semana. O un mes entero.
¿Cómo era posible que hubiera sido tan irresponsable? Además de robarle su inocencia, se la había robado sin protección alguna. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Había cometido el mismo error de su padre. Se había dejado dominar por el deseo y había perdido hasta el último ápice de su sentido común.
Desesperado, se giró hacia Violet, que se estaba poniendo su mojada ropa interior. Y le pareció tan bella que ni siquiera notó que lo miraba con furia.
–Si piensas que te he tendido una trampa para quedarme embarazada, te equivocas –declaró–. Estoy tomando la píldora.
La declaración de Violet no le causó ningún alivio; quizá, porque seguía atónito con su propia ceguera. Tendría que haberse dado cuenta de que era virgen. Le había dado señales de sobra, pero no había prestado atención.
–¿Por qué me sorprende que me rechaces? –continuó ella–. Todo lo que has dicho es mentira, ¿no?
–No recuerdo haber dicho nada –replicó, intentado recuperar el aplomo.
–Tu lenguaje corporal es de lo más explícito.
–¿Ah, sí? ¿Y qué has entendido, exactamente?
–No te hagas el tonto –protestó ella–. Además, ¿no dijiste que lo que pasara aquí se quedaría aquí?
–¿He hecho algo que indique lo contrario?
En lugar de responder a su pregunta, Violet contraatacó con otra acusación:
–Te estás preguntando si te he tendido una trampa, ¿verdad?
Zak se limitó a encogerse de hombros.
–Eres increíble…
–¿No crees que te estás pasando un poco, Violet? Tu reacción es excesiva a todas luces.
–Será lo que sea, pero prométeme que no te vengarás de mí por haberte rendido a lo que los dos deseábamos. Mi trabajo es lo más importante que tengo.
Él se quedó perplejo, como si no pudiera creer que lo considerara tan canalla.
–Te di mi palabra, y pienso cumplirla.
Violet bajó de la roca, se metió en el agua y escudriñó su rostro. Zak quiso apartar la vista, porque no sabía lo que estaba buscando en él; solo sabía que habían hecho el amor y que la deseaba más que nunca, como tuvo ocasión de comprobar cuando ella nadó hacia el sitio donde había dejado la ropa y él no pudo apartar los ojos de su voluptuoso cuerpo.
Por desgracia, Violet Barringhall era quien era, y no podía mantener una relación con nadie de su familia. Habría sido demasiado arriesgado.
Atrapado entre sus deseos y la realidad, Zak se hundió en una larga reflexión que terminó cuando llegaron al helicóptero. Tenía que tomar una decisión, y solo podía tomar una en esas circunstancias: mantener las distancias con ella. Porque, si seguía con Violet, si volvía a caer en la tentación, llevaría el caos a su ordenada vida.
Dos meses después
Violet estaba entre dignatarios, famosos y la creme de la creme de la aristocracia europea. Era una de las invitadas a la boda del príncipe Remi y su prometida, Maddie Myers, quienes se iban a casar en el Duomo di Montegova, la catedral del siglo XVI que se alzaba en el centro de la capital, Playagova. Pero sus pensamientos no estaban allí, sino en lo que había sucedido durante su estancia en Tanzania.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Se había metido en un lío monumental, y estaba tan desesperada que rompía a llorar en cualquier comento y en casi cualquier situación.
Por suerte, sus hermanas le habían ahorrado la complicación añadida de su presencia. Sage había rechazado la invitación a la boda sin ninguna explicación y, en cuanto a Charlotte, no habría asistido en ningún caso, porque estaba secretamente encaprichada de Remi. Solo quedaba su madre, pero estaba tan decepcionada por no haber podido casar a ninguna de sus hijas con el príncipe heredero que no le prestaba demasiada atención.
De lo contrario, se habría dado cuenta de que se había quedado embarazada.
–Ah, Zak y la novia… –dijo Margot a su lado.
Violet alzó la cabeza a regañadientes, porque no estaba de humor para esas cosas. ¿Cómo lo iba a estar, si la consecuencia del error que había cometido crecía lentamente en su interior? Pero, a pesar de ello, no pudo resistirse a la tentación de admirar a su atractivo amante, que ejercía de padrino.
Zak había mantenido la promesa de no dejarla sin trabajo. Había cumplido la palabra que le había dado junto a la catarata del lago. Pero no le había dicho lo que pretendía hacer para evitar problemas entre ellos: marcharse tan lejos como pudiera, dejar sus responsabilidades en el House of Montegova Trust y partir hacia paradero desconocido.
Libre de distracciones, Violet se concentró en el trabajo y puso toda su atención en los proyectos del príncipe, a quien enviaba informes cada vez que terminaba una tarea. Sin embargo, Zak no contestó a ninguno, y tampoco respondió cuando le escribió por un asunto distinto: la boda de Remi, a la que estaba invitada Margot en calidad de madrina de su hermano mayor.
En otras circunstancias, se habría ahorrado el compromiso; pero no podía faltar sin hablar antes con él y, como no tuvo tanta suerte, se vio obligada a ceder a las presiones de su madre, quien se empeñó en que asistiera por motivos obvios. Como Remi ya no estaba en el mercado de los hombres solteros, concentraría sus esfuerzos en ella.
–Habla