E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Violet caminó entonces hasta la escalerilla, subió por ella y entró en la lujosa carlinga, cuyos muebles de madera de cerezo y sus sillones de cuero la habrían dejado pasmada si Zak no hubiera estado allí, sentado al fondo y aparentemente ajeno a su presencia.
La actitud del príncipe le molestó. Sin embargo, no podían hablar a gritos, de modo que se acercó a él y se detuvo a un par de metros, tan cerca como para poder charlar pero no tan cerca como para sentirse abrumada con su presencia. O, por lo menos, como para no sentirse demasiado abrumada.
–¿Qué ocurre, Zak? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Zak miró al piloto, que estaba al otro lado del aparato, y le hizo un gesto. El piloto asintió y, solo entonces, él dijo:
–Siéntate, Violet.
–No, no me sentaré hasta que contestes a mi pregunta.
–Creí que querías hablar de… la noticia.
–¿Ni siquiera puedes pronunciar las palabras adecuadas?
Él clavó la vista en su estómago.
–¿Qué palabras? ¿Que estás embarazada? ¿Que afirmas estar embarazada de mí?
–¿Cómo que lo afirmo? Creí entender que confiabas en mi palabra.
–Bueno, entraremos en detalles dentro de unos instantes –dijo Zak–. Pero antes, agradecería que te sentaras de una vez.
En ese momento, Violet se dio cuenta de dos cosas: la primera, que el avión empezaba a circular por una de las pistas y la segunda, que su equipaje ya no estaba en el hotel donde se alojaba, sino allí.
La enormidad de lo que estaba pasando hizo que se le doblaran las piernas y, como no quería perder el equilibrio y hacerse daño, se sentó en el sillón más cercano, el que estaba enfrente de Zak. Entonces, él se levantó con un movimiento felino, le ajustó el cinturón de seguridad y se quedó de pie, pegado a ella, como si tuviera miedo de que saliera corriendo y se bajara del avión.
Y desde luego, Violet deseaba huir. Pero no podía, porque el avión ya estaba en marcha.
–¿Qué diablos estás haciendo? –acertó a preguntar, espantada.
–Querías llamar mi atención, ¿no? –replicó él–. Pues lo has conseguido.
Capítulo 7
ZAK MIRÓ a la mujer dormida que llevaba un hijo suyo en su vientre. Se había retirado a descansar tras someterlo a un castigo de varias horas de silencio, que en otras circunstancias había encontrado divertido. Pero no estaba precisamente de buen humor.
Por supuesto, había hablado con su jefe de seguridad y le había pedido que investigara los movimientos de Violet después de su noche de amor. Y los informes preliminares indicaban que se había limitado a trabajar y a estar en su apartamento neoyorquino.
No tenía amantes secretos. No hacía nada sospechoso. Hablaba de vez en cuando con su madre, pero con tan poca frecuencia que Zak se reafirmó en la conclusión que había sacado durante la boda de Remi, al notar la tensión que había entre ellas: que Violet intentaba evitar a la condesa. Una conclusión que parecía definitiva desde que Margot lo había acorralado con la excusa de felicitar a los novios y le había preguntado qué le pasaba a su hija.
¿Sería verdad que no lo sabía?
Zak sacudió la cabeza y se maldijo a sí mismo por estar postergando el verdadero problema, sus propios sentimientos.
No en vano, iba a ser padre.
Iba a tener un hijo.
Iba a tener un heredero.
Era algo tan abrumador que no había tenido un minuto de paz desde que Violet le dio la noticia. Pero no se arrepentía de los pasos que estaba dando, decidido a impedir que la Casa Real se viera envuelta en otro escándalo de consecuencias imprevisibles. Su madre acababa de anunciar que renunciaba al trono y, como aún no se había celebrado la coronación de Remi, la situación podía ser nefasta para su familia.
En tales circunstancias, no había tenido más remedio que secuestrar a Violet. Quizá fuera demasiado drástico, pero los acontecimientos posteriores a la muerte de su padre lo habían aleccionado contra los peligros de aplazar las decisiones.
Mientras la miraba, se metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de acariciarle la mejilla y el cabello. Estaba más pálida de lo habitual, y sus sensuales labios tenían una tensión que ya había notado en la boda. Además, su silencio de las horas anteriores no le engañaba. Solo era la calma antes de la tormenta.
Justo entonces, se dio cuenta de que ni siquiera se había interesado por su salud. ¿Qué tal llevaba el embarazo? ¿Estaba tan pálida por culpa del bebé?
Fuera como fuera, Violet había sellado su destino al informarle de que estaba embarazada, porque la Casa Real de Montegova no admitía hijos ilegítimos. De hecho, se habían visto obligados a reconocer a Jules cuando las indiscreciones de su padre se hicieron públicas, aunque eran conscientes de que dicho reconocimiento provocaría un caos en palacio. Y Zak no quería que la historia se repitiera.
Preocupado, se asomó a la ventanilla y apretó los dientes. Tenía que atar todos los cabos y asegurarse de que su plan saliera bien; pero faltaban varias horas para que llegaran a su destino, así que se relajó un poco y coqueteó con la idea de tumbarse junto a Violet.
Coqueteó con ella y la rechazó.
A fin de cuentas, no habría estado en esa situación si no se hubiera rendido al deseo. Y no habría pasado dos meses en Australia, lejos de la mujer que ocupaba sus pensamientos, si no hubiera estado decidido a expulsarla de su vida. Pero no había servido de nada. Y para empeorar las cosas, Violet había encontrado una forma definitiva de impedirlo.
Enfadado, pensó que había caído en su trampa como un idiota.
Sin embargo, eso no significaba que no pudiera corregir el error. Si efectivamente estaba embarazada de él, reclamaría lo que era suyo. Y debía de estarlo, porque no la creía capaz de engañarlo con el hijo de otro hombre.
Tras volver junto a la cama, la tapó con un fino edredón, regresó a la carlinga y se sentó a la mesa de reuniones, que estaba al fondo del aparato. Sesenta minutos después, ya había reubicado la dirección central de su fundación, priorizado los asuntos más urgentes y reorganizado su agenda en adelanto de lo que estaba por venir.
Cuando el avión aterrizó en su aeródromo privado, Zak estaba preparado y armado con toda la munición que pudiera necesitar. Pero el primer paso era reclamar a su hijo y el segundo, asegurarse de ser mejor padre que el suyo, de no destruir su vida con mentiras y traiciones.
Decidido, regresó al lugar donde estaba Violet, con intención de despertarla.
Había llegado la hora de la verdad.
–¿Dónde estamos? –preguntó Violet, parpadeando por el cegador sol que entraba por las ventanillas.