E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Violet se mordió la lengua para no responder de mala manera. No iba a perseguir a Zak por una simple carta de recomendación; sobre todo, cuando tenía asuntos más importantes que tratar con él. A fin de cuentas, era el padre del hijo que llevaba en su vientre y, aunque no estuviera precisamente preparada para decírselo, tenía derecho a saberlo.
Mientras lo pensaba, Zak se dio cuenta de que le estaba mirando y giró la cabeza hacia ella, que intentaba ocultarse tras los elaborados tocados y sombreros de las invitadas de la fila de delante. Sus ojos grises brillaron de forma extraña, y la sonrisa que compartía con su ya casi cuñada se esfumó. De hecho, Violet tuvo la sensación de que había trastabillado al verla, pero pensó que se lo había imaginado.
¿Qué iba a hacer con su vida?
Preocupada, se llevó las manos al estómago, en un gesto que repetía con frecuencia y que disimuló de inmediato, porque no se podía arriesgar a que Margot adivinara lo sucedido. Ya tenía bastantes problemas.
Por suerte, no iba a estar mucho tiempo en Montegova. Su madre creía que iba a asistir a los festejos organizados por la reina, pero Violet había comprado un billete de avión para marcharse al día siguiente, convencida de que Zak no reaccionaría bien cuando supiera que estaba esperando un hijo suyo. Hasta era capaz de echarla personalmente del país.
–¿Violet? –dijo su madre, entrecerrando los ojos–. ¿Te pasa algo?
–No, en absoluto –mintió ella, haciendo un esfuerzo por recuperar el control de sus emociones–. La novia está preciosa, ¿verdad?
La ceremonia empezó en ese momento, ahorrándole el peligro de mantener una conversación con ella. Pero Violet, que estaba sumida en sus pensamientos, no prestó atención al acto ni a la sesión fotográfica posterior, y se limitó a saludar, sonreír cuando debía y dejarse acompañar al impresionante salón de baile del igualmente impresionante Palacio Real de Montegova.
Durante los largos discursos y la interminable cola que tuvieron que hacer para felicitar al príncipe heredero y a su flamante esposa, Violet fue más que consciente de la abrumadora presencia de Zak y de su intención evidente de no hacerle caso; pero, sobre todo, lo fue del montón de solteras que gravitaban a su alrededor, acaparando su atención, lo que casi la puso enferma.
Por supuesto, intentó convencerse de que solo estaba enfadada porque lo mantenían tan ocupado que no podía acercarse a él para darle la noticia de su embarazo y marcharse a continuación, pero no lo consiguió. Zak le había dejado una huella profunda, y su ausencia física solo había servido para que lo deseara más. De hecho, era incapaz de dejar de mirarlo mientras charlaba o reía con sus despampanantes admiradoras.
Decidida a recuperar el aplomo, se excusó y se dirigió al cuarto de baño, donde se retocó el maquillaje y respiró hondo durante unos segundos, intentando disminuir del desenfrenado ritmo de su corazón.
Desgraciadamente, sus intentos fueron un fracaso y, tras esperar unos momentos más, pasó sus temblorosas manos por la tela del vestido y se dirigió a la salida con una falsa y rígida sonrisa en sus labios. Pero su sonrisa desapareció cuando abrió la puerta y se encontró ante el objeto de sus preocupaciones, que estaba apoyado en la pared exterior.
–Hola, Zak –acertó a decir.
–No pareces precisamente contenta de verme, teniendo en cuenta de que me has estado buscando por todas partes.
A ella se le encogió el corazón.
–Ah, sabías que te estaba buscando. Entonces, ¿por qué no te has molestado en llamarme por teléfono o responder a mis mensajes?
Zak se encogió de hombros.
–Porque los informes que enviabas estaban tan bien que no había nada que decir. Además, no sé de qué tenemos que hablar –replicó él, muy serio–. Pero has insistido tanto que he decidido salir de dudas.
Violet apretó los puños.
–Pues lo has disimulado bastante bien. Llevo dos días en Montegova y cuatro horas en la boda de tu hermano –le recordó.
Zak la miró con intensidad, y el pulso de Violet se aceleró al instante.
–No cambies de conversación.
Él se puso tenso.
–Como ya he dicho, tus informes eran correctos. Y, como no tenías nada más que contarme, saqué mis propias conclusiones sobre tu obsesión por verme.
–¿Qué conclusiones?
–Que debía ser algo de carácter estrictamente personal. Pero quedamos en que no habría nada entre nosotros después de lo que pasó en Tanzania, y guardé silencio con la esperanza de que recapacitaras y dejaras de presionarme –respondió Zak, quien parecía tan súbita como inmensamente aburrido–. Ahora bien, es evidente que no tienes intención de hacerlo, así que dime lo que tengas que decir.
–Espera un momento… ¿Piensas que quería verte para hacer el amor otra vez? –preguntó ella con sarcasmo.
Él entrecerró los ojos, la tomó del codo y se la llevó.
–¿Adónde vamos? –dijo ella.
–A un lugar donde la escenita que intentabas montarme no cause demasiado revuelo.
Violet soltó una carcajada.
–¿Escenita? Te lo tienes muy creído, ¿no?
Zak no dijo nada. La llevó hacia una puerta frente a la que hacían guardia dos uniformados, que se la abrieron inmediatamente. Y Violet se derrumbó cuando se quedaron a solas en lo que parecía ser una versión pequeña del salón de baile.
No había cambiado nada. Seguía tan carismático y atractivo como siempre, aunque tenía el pelo un poco más largo.
–Me encanta que se interesen por mí, pero tu elección del momento y el lugar no puede ser más inadecuada –declaró entonces.
–¿De qué estás hablando?
–Mi madre me ha pedido que no llame la atención ni alimente rumores durante la boda de mi hermano. Y estar a solas con una mujer bella no es la mejor forma de conseguirlo.
Violet se ruborizó, pensando que Zak no quería saber nada de ella. E incluso consideró la posibilidad de dar media vuelta, marcharse de allí y dejar que descubriera las consecuencias de su encuentro amoroso ocho meses después.
Sin embargo, se quedó clavada en el sitio. Llevaba varias semanas durmiendo mal, y seguiría en la misma situación si no afrontaba definitivamente su problema.
–¿Violet? –dijo él, frunciendo el ceño.
–No te preocupes por mí, Zak. No estaré en Montegova más tiempo del que tú quieras. He venido por ser cortés con tu hermano, y porque necesito hablar contigo.
–¿De qué? ¿De trabajo?
–No, el trabajo no tiene nada que ver.
Él entrecerró los ojos con desconfianza.
–Bueno,