E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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–Evidentemente, me has tomado por una frágil damisela que se hunde a las primeras de cambio, incapaz de afrontar la realidad. Los de tu clase sois todos iguales.
Él frunció el ceño.
–¿Los de mi clase?
–Sí, los hombres convencidos de que solo tienen que agitar un dedo para que las mujeres se pongan a sus pies.
–Haces generalizaciones demasiado arriesgadas, teniendo en cuenta que yo soy el primer hombre con el que has tenido una experiencia amorosa –observó él.
Violet se ruborizó, consciente de que tenía razón. Pero hizo un esfuerzo y mantuvo la compostura.
–¿Cómo puedes estar seguro de que eso es cierto? No sabes nada de mí. ¿Quién te dice que no estuve con alguien en Nueva York mientras tú viajabas por… por donde estuvieras?
–Estuve en Australia –le informó, intentando refrenar su ira–. Y por tu bien, espero que solo estés intentando que mejore mi oferta.
–¿Cambiaría la situación en ese caso? ¿Permitirías que me fuera?
Él apretó los dientes.
–No, aunque la situación puede empeorar si me dices que te acostabas con otros estando embarazada de mí.
Violet clavó la vista en sus ojos.
–No he estado con nadie, Zak. Pero, si insistes en encerrarme en tu isla, no tendrás a la prisionera más obediente del mundo, ni mucho menos. De hecho, puedo afirmar que te arrepentirás si no me pones en tu avión inmediatamente.
Zak respiró hondo, esperó un momento y dijo con humor:
–Tenemos tiempo de sobra. Por favor, dime qué harías para amargarme la vida durante tu estancia.
–Descuida, que ya lo descubrirás si te empeñas en seguir por ese camino. Y no tendrás que enfrentarte solo a mí, ¿sabes? ¿Qué crees que hará mi madre cuando se dé cuenta de que he desaparecido? ¿Piensas que se quedará cruzada de brazos mientras mantienes secuestrada a su hija?
Él se encogió de hombros.
–Tu madre no me preocupa.
Violet supo que su despreocupación era sincera, y se maldijo para sus adentros. Efectivamente, no tendría que hacer mucho para que Margot Barringhall comiera de la palma de su mano. De hecho, estaba segura de que aplaudiría su secuestro a cambio de que le permitieran jactarse en las fiestas a las que asistía.
Por fortuna, había tenido el sentido común de no decirle que estaba embarazada de Zak. Cualquiera sabía lo que Margot habría hecho si hubiera sabido que iba a ser abuela de un miembro de la Casa Real. Pero ni eso solucionaba su problema ni podía mantener el secreto eternamente.
–¿Y qué me dices de tus empleados? –replicó con firmeza–. Dudo que estén acostumbrados a participar en secuestros.
–La lealtad de mis empleados es absoluta. Si no lo fuera, no estarían aquí.
En ese preciso momento, se oyó el inconfundible sonido de un avión que despegaba. Violet se levantó del sofá y corrió al balcón, desde donde vio que el reactor de Zak se alejaba entre las nubes.
–¡No! –exclamó, desesperada.
–Me temo que sí –contraatacó él–. Tranquilízate, Violet.
–No, no me voy a tranquilizar. ¡No quiero estar aquí! ¿No te das cuenta de que tu plan es un verdadero despropósito?
Zak se volvió a encoger de hombros.
–Como puedes ver, tendrás que hacer algo más que gritar como una loca para conseguir que cambie de actitud. Tus berrinches tampoco me preocupan.
Ella se estremeció ante el tono autoritario y profundamente viril de Zak. Pero ese mismo tono, que encontró de lo más atractivo, le recordó lo que había pasado tras sus dos últimas discusiones: que habían terminado en situaciones íntimas. Y, en consecuencia, decidió hacer exactamente lo contrario, es decir, mantener la calma.
Al fin y al cabo, no había necesidad de añadir más leña a un fuego que ya la consumía. Si protestaba y se agitaba todo el tiempo, acabaría inevitablemente entre sus brazos y haría cosas en las que no quería pensar, cosas de lo más perturbadoras.
–Muy bien. ¿Quieres que juegue a tu juego? –preguntó, de espaldas a él–. De acuerdo, pero luego no digas que no te lo advertí.
El destello de los ojos de Zak le dio pánico. Estaba lleno de sensualidad, pero también del espíritu de conquista por el que eran famosos sus antepasados. Y, aunque no lo dijo con palabras, implicaba un desafío en toda regla.
Entonces, él se levantó con gracia felina y se plantó ante ella, mirándola con deseo. Al parecer, sus sentimientos no habían cambiado en ese sentido. Se había ido a Australia y había mantenido las distancias durante semanas; había fingido que no existía y hasta la había ninguneado en la boda de Remi, pero la deseaba.
Y, por mucho que le molestara, ella también lo deseaba a el.
Sin embargo, eso no significaba que estuviera dispuesta a retomar su relación sexual. Había pasado demasiadas noches en vela por su culpa, y estaba decidida a rechazarlo, costara lo que costara.
–Bueno, como ya hemos establecido que te vas a quedar, ¿quieres dar la vuelta que te he propuesto antes? –preguntó él, todo arrogancia.
Una vez más, Violet estuvo a punto de perder la calma.
Pero se refrenó.
Debía mostrarse impasible, firme, elegante.
–Puede que más tarde –dijo–. Estoy cansada. Si me indicas el camino de mi habitación, te dejaré de molestar.
Zak entrecerró los ojos. Hasta entonces, siempre había podido imaginar las intenciones de Violet. Pero había cambiado desde su estancia en Tanzania. Había encontrado una forma de disimular sus emociones.
–Como quieras –replicó él tras unos segundos de silencio.
Zak la tomó de la muñeca, y Violet tuvo que resistirse al impulso de apartarse, porque le habría demostrado que estaba lejos de sentir indiferencia, que echaba de menos su cuerpo. Sin embargo, no le podía permitir que se tomara esas familiaridades, de modo que usó el pretexto de recoger su bolso, que había dejado en el sofá, para romper suavemente el contacto.
Luego, salieron de la sala y subieron juntos por una ancha escalera, hasta llegar al último piso. Una vez allí, Zak tomó el pasillo de la derecha y la llevó hasta la última de las puertas, que abrió al instante.
Al ver el interior, Violet estuvo a punto de soltar un grito ahogado. La suite era sencillamente magnífica. No tenía el lujo de las habitaciones del Palacio Real de Montegova, pero impresionaba en cualquier caso con sus cortinas de muselina blanca, sus luminosos muebles y sus paredes azules, que le hicieron sentirse como si estuviera flotando en el cielo.
–Me