E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Ella se quedó sin aliento. No oyó el grito del ciclista, que se enfadó aunque no tenía derecho a circular por la acera. No oyó el ruido del tráfico. No notó el olor a salchichas y galletas saladas, tan típico de Nueva York.
De repente, el mundo se había reducido al contacto de su cuerpo y a la confirmación de su principal temor: que, a pesar de las maquinaciones de su madre y de las reservas del propio Zak, que al principio no había querido contratarla, el cuento de hadas de su juventud había resultado ser real.
Allí, en una sórdida esquina, acababa de descubrir que el hombre que la había besado años atrás mientras susurraba palabras cariñosas seguía vivo bajo su estoica fachada. Que el hombre con el que había estado a punto de perder la virginidad seguía siendo el hombre que anhelaba en secreto. Que ese hombre era la razón de que siguiera siendo virgen.
Y entonces, comprendió que Zak lo sabía. Estaba en sus ojos, en la tensión de su cuerpo, en los dedos que acariciaron su piel desnuda, como examinando sus debilidades.
Y se estremeció.
En respuesta, él apartó la vista de sus ojos y la pasó por su cuerpo, lo cual permitió que notara el endurecimiento de sus pezones y la errática cadencia de su respiración.
Violet no necesitaba ser muy lista para reconocer el cambio que experimentó un segundo después. Ya no la estaba admirando, sino analizando. Sopesaba lo sucedido para saber hasta dónde llegaba su poder sobre ella y si podía utilizarlo en su contra.
Súbitamente, Zak emitió un sonido que pareció una mezcla de gruñido y suspiro de satisfacción, como un depredador que hubiera acorralado a su presa.
Ese sonido fue todo lo que necesitaba Violet para salir de su estupor y redoblar sus esfuerzos por resistirse a las maquinaciones matrimoniales de su madre. Pero, sobre todo, fue todo lo que necesitaba para impedir que Zak confirmara definitivamente sus temores.
Capítulo 2
ZAKARY Montegova sabía que un momento de debilidad podía acabar con cualquier imperio. Y, cuando Violet se apartó de él como si tuviera la peste, optó por dejar que se alejara hacia la limusina y la siguió despacio, negándose reconocer lo que la visión de sus redondas nalgas hacía a su libido.
¿Cómo era posible que se dejara excitar con tanta facilidad? ¿Es que no tenía suficiente con la lección que le recordaba su padre desde la tumba?
Las repercusiones de su debilidad habían sido traumáticas, y seguían teniendo consecuencias en la Casa Real de Montegova, como demostraba su reservado y circunspecto hermano, Remi. O como demostraba también su madre, aunque escondiera su angustia tras el aplomo aristocrático de una mujer que no se acobardaba en ninguna circunstancia. Pero, sobre todo, como demostraba la existencia de Jules, su ilegítimo hermanastro.
El reino había estado a punto de caer en manos de oportunistas y generales ambiciosos cuando se hizo pública la noticia de la infidelidad de su padre, pocas horas después de que falleciera. Y Zak, que había sido testigo de todo ello, no olvidó lo que podía provocar la tentación.
Además, él no era una excepción a la norma. Por eso había elegido una vida de trabajo duro. Por eso se negaba a caer en las garras de ninguna mujer. Por eso estaba encantado de dejar la producción de herederos a su hermano, el primero en la línea dinástica.
Pero, en ese caso, ¿por qué se había obsesionado con Violet Barringhall?
No había olvidado lo sucedido seis años antes. Su madre le había pedido que asistiera al cumpleaños de la adolescente, y había estado a punto de negarse. No quería apoyar la amistad de la primera con la cotilla de Margot Barringhall, una famosa oportunista que adoraba la prensa del corazón.
Pero su madre insistió y, cuando Zak puso la vista en Violet, no pudo apartarla. Ya no era la niña con la que había coincidido un par de veces. Se había transformado en una joven preciosa. Y la hora que pretendía dedicar a su fiesta se convirtió en cuatro.
En determinado momento, la siguió al jardín de su casa, atraído por las tímidas pero seductoras artimañas femeninas que ella parecía decidida a practicar. Creía que se estaba probando a sí mismo, y se sometió a la tentación con la seguridad de que podría marcharse cuando quisiera y salir triunfante en la batalla contra el deseo de tocarla.
Y la tocó.
Descubrió por qué le intrigaba tanto lady Violet Barringhall.
La tocó y la probó con todo el hambre que había acumulado durante varios meses, desde la muerte de su padre. Hasta llegó a coquetear con la idea de tener una aventura con ella, y quizá la habría tenido si no hubiera descubierto que su familia era cualquier cosa menos honrada.
El conde había dilapidado su fortuna antes de morir, y la condesa se había zambullido en un desesperado y frenético plan por mantener su nivel de vida, que pasaba por dos estrategias a cual más vil: la primera, vender información a la prensa amarilla y la segunda, casar a sus hijas con cualquier hombre que tuviera una buena cuenta bancaria y quisiera acceder a un título nobiliario.
El descubrimiento lo dejó pasmado, y se maldijo a sí mismo por haber estado cerca de caer en la trampa casamentera de Margot Barringhall. Pero afortunadamente, se libró. Y no volvió a pensar en ello hasta que su madre le volvió a pedir un favor relacionado con Violet.
Solo habían pasado tres meses desde entonces. Tres meses de fracasos continuados en su intento de conseguir que se rindiera y dejara el empleo. Le encargaba las tareas más aburridas. Le daba las más insignificantes. Pero no se rendía, así que puso más trabajo sobre sus pequeños hombros con la esperanza de que se derrumbara.
Y no le salió bien.
Violet era más dura de lo que había imaginado, y comprendía a la perfección los objetivos del House of Montegova Trust; sobre todo, en lo tocante a los programas de ayuda a los más necesitados.
Además, su cercanía física había despertado en él el deseo de volver a tocar su cuerpo, de volver a oír sus gemidos, de volver a sentir sus caricias, de comprobar de nuevo que su tímida actitud ocultaba una lengua verdaderamente descarada.
Pero no podía ser. No podía cometer el terrible error de dejarse seducir por una de las hijas de la condesa, comprometiendo con ello el futuro de su familia. Y esa era la razón de que mantuviera las distancias con la escultural criatura de cabello castaño y ojos de color turquesa, que siempre le recordaban el mar.
A pesar de ello, lo primero que hizo cuando entró en el coche fue mirar las piernas de su acompañante, que las acababa de cruzar. Tenía una elegancia natural, y sus movimientos resultaban tan delicados como su pose, de espalda recta y manos cruzadas sobre el regazo. Era la quintaesencia del decoro. Salvo por la vena que latía en su suave y encantador cuello, que Zak deseó besar.
Pero, ¿qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué se empeñaba en jugar con fuego?
No lo sabía, y se odió por ser incapaz de resistirse a la tentación de admirar su escote, que dejaba ver la parte superior de sus senos.
–Tendrá que tomar notas, pero no veo que haya traído su ordenador –dijo, irritado.
–No lo he