E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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–Entonces, me preguntaré por qué va a esa gala si tiene cosas más importantes que hacer –replicó–. No me malinterprete… Sé que es un genio de la multitarea. Pero todo sería más fácil si supiera qué es lo prioritario.
–Bueno, lo descubriremos pronto.
Momentos después, el chófer detuvo el vehículo en el vado de la embajada de Montegova. Zak salió y le ofreció cortésmente una mano, que Violet aceptó. Pero, al sentir su contacto, él la apartó como si le hubiera quemado y entró en el vestíbulo del edificio, donde esperaba el general Pierre Alvardo, ministro de Defensa.
–Gracias por recibirme, Alteza –dijo el general–. No quería interrumpirlo, pero se trata de un asunto importante.
–Eso lo decidiré yo.
A decir verdad, Zak le había concedido audiencia porque sabía que Alvardo era un hombre de gatillo fácil. Y, como su madre estaba ocupada en el Parlamento y su hermano se había ido a Oriente Próximo, no tenía más opción que recibirlo.
–¿Y bien? ¿Qué ocurre? –continuó el príncipe.
Alvardo lanzó una mirada a Violet, como si no quisiera hablar delante de ella.
–No se preocupe por lady Barringhall –añadió Zak–. Ha firmado un acuerdo de confidencialidad, y conoce las consecuencias de romperlo.
–No es necesario que me lo recuerde –intervino ella, sonriendo con frialdad–. Lady Barringhall no olvida nada, Alteza.
Alvardo se quedó asombrado con su descaro, pero no dijo nada. A fin de cuentas, no habría llegado a ministro si no hubiera sido un buen diplomático.
Ya en la sala de conferencias, Zak esperó a que Violet se sentara y sacara su teléfono móvil antes de acomodarse a su vez. Entonces, se giró hacia el ministro y declaró, entrando en materia:
–¿De qué se trata? ¿Son los disidentes sobre los que alertó hace dos meses?
Alvardo asintió.
–El servicio de Inteligencia afirma que cada vez son más, y que existe la posibilidad de que se rebelen en Playagova.
–¿La posibilidad? –dijo Zak, tenso–. ¿No está seguro?
–Bueno, es que no nos hemos podido infiltrar en el grupo. Es más difícil de lo que imaginábamos.
–¿Y qué quiere? ¿Que le dé permiso para perseguirlos abiertamente?
El ministro asintió.
–En efecto. La reina le nombró jefe de las Fuerzas Armadas, y no podemos actuar sin su permiso escrito.
–Discúlpeme, pero un acto así podría causar inquietud social y quizá pánico.
–Puede ser, pero el precio sería más pequeño que los beneficios.
–Yo no lo creo.
Zak notó que Violet lo miraba con alivio antes de seguir tomando notas en su teléfono.
–Alteza, no sé si es consciente del riesgo que corremos –dijo Alvardo, eligiendo cuidadosamente sus palabras–. Si no intervenimos pronto, la situación se nos podría escapar de las manos.
–Entonces, redoble sus esfuerzos por conseguir pruebas fehacientes. El pueblo de Montegova ya ha sufrido bastante, y no necesita que lo alteren con rumores infundados. Mantenga la vigilancia del grupo e infórmeme si se produce algún cambio.
Zak pensó que investigaría el asunto y comprobaría el informe del ministro, por si acaso. La situación de Montegova se había complicado por la inesperada decisión de su madre de dejar el trono a Remi, y el país no necesitaba más sustos.
–Eso es todo –sentenció.
El ministro se levantó, hizo una reverencia y salió de la habitación. Luego, Zak y Violet volvieron al coche y, cuando ya se dirigían al Upper East Side, donde se iba a celebrar la gala, él dijo:
–Si tiene algo que preguntar, pregunte. Se nota que está haciendo esfuerzos por callarse.
Ella apretó los labios.
–¿Es cierto que Montegova corre peligro?
Zak se encogió de hombros.
–Siempre hay amenazas de alguna categoría –respondió–. El truco consiste en separar el grano de la paja, por así decirlo.
–Pero el general parecía preocupado…
–Alvardo es ministro de Defensa, y tiende a exagerar.
Violet frunció el ceño.
–¿Está seguro? A mí me ha parecido algo grave.
–Porque puede que lo sea.
–¿Y se lo toma así, con tanta tranquilidad? –dijo ella, perpleja.
–He aprendido que las cosas no son siempre lo que parecen. El ministro hace sus informes, y yo investigo por mi cuenta cuando es necesario. Al final, siempre se descubre la verdad.
Zak se acordó del secreto que había guardado su padre durante veinte años, un secreto que estalló en la cara de su familia. Pero también se acordó de los planes matrimoniales de Margot Barringhall, y se preguntó si sería realmente cierto que su hija estaba conchabada con ella.
Tras mirarla de nuevo y ver que fingía estar interesada en el paisaje, se dijo que sí. Al parecer, lady Violet quería echarle el lazo, y se había convencido a sí misma de que la farsa de su trabajo en la fundación le había engañado.
–¿Cree que la situación merece una investigación a fondo? –insistió ella–. ¿Es posible que alguien quiera acabar con el reino?
Zak se encogió de hombros otra vez.
–Bueno, la era de las monarquías ha pasado, y hay quien piensa que el país estaría mejor sin la Casa Real. Pero Montegova no está gobernada por ningún dictador que se limite a sentarse en el trono y recaudar impuestos. Mi madre y mi hermano son miembros activos del Parlamento, y ninguno de los dos está por encima de la ley –respondió el príncipe–. Si alguien quiere cambiar las cosas, debe usar las vías legales, sin levantamientos ni revueltas.
–Eso suena bien, pero ¿no es verdad que sus antepasados aplastaron la disidencia a sangre y fuego?
Él sonrió con frialdad.
–Lo es. Y, precisamente por eso, hay que impedir que se repita la historia. ¿Por qué tomar la vieja ruta de siempre, habiendo caminos nuevos? Se trata de innovar, no de imitar.
Violet entrecerró los ojos.
–¿Por qué finge que no le preocupa?
Zak se puso tenso.
–Quizá, porque desconfío de sus motivos para preguntar. Se supone que