E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
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Zak no lo había olvidado. De hecho, le parecía gracioso que las Barringhall solo mencionaran ese asunto cuando les convenía.
–Y dígame, ¿cuántas veces ha visitado Montegova? Porque, si su madre es medio hija de mi país, usted lo es un cuarto –ironizó.
Ella se ruborizó.
–No tanto como me habría gustado…
–Oh, vamos, confiese que no ha estado nunca.
–¿Confesarlo? No puedo confesar nada, porque usted lo sabe tan bien como yo.
–Efectivamente, lo sé. Según su currículum, ha viajado por todo el mundo y lo ha publicitado a lo grande en las redes sociales, pero nunca se ha molestado en visitar el hogar de sus ancestros mediterráneos –declaró–. Discúlpeme entonces por desconfiar de su súbito interés. No parece sincero.
–Todos mis viajes han sido de trabajo, y los han financiado organizaciones no gubernamentales –se defendió–. Y, en cuanto a las redes sociales, forman parte de mi profesión. Intento despertar la conciencia de la gente.
–Hay una gran diferencia entre despertar la conciencia de la gente y hacerse famosa a su costa –contraatacó Zak.
–¿Y cómo lo sabe usted? ¿Es que tiene una lista de expertos en redes sociales? ¿O es uno de esos príncipes que tienen identidades secretas para espiar a los demás por Internet?
Zak volvió a sonreír.
–Si tiene algo que ocultar, no se preocupe. No pienso decir nada.
Violet lo miró con ira.
–Sé que se han dicho muchas cosas sobre mi familia, Alteza. Pero me extraña que un hombre como usted se crea todo lo que le cuentan.
–Bueno, hay pruebas aparentemente irrefutables –replicó él–. Aunque, si no lo son, estaré encantado de oír su historia.
Ella apretó los labios de nuevo, y Zak se acordó del sabor que tenían y de los suspiros que dejaban escapar cuando Violet se excitaba.
–No, gracias, no quiero perder el tiempo en algo inútil. Además, ya hemos llegado.
Zak se giró hacia su ventanilla y se maldijo. Estaba tan concentrado en la conversación que había perdido el sentido del tiempo y el espacio. Ni siquiera se había dado cuenta de que el chófer había salido del vehículo y estaba esperando para abrir la portezuela.
Sin embargo, Violet había conseguido despertar su interés. Se había negado a hablar de los rumores que afectaban a su familia, y no estaba acostumbrado a que las mujeres le negaran nada.
–Alteza…
–Zak.
Ella lo miró con asombro.
–¿Cómo?
–Me puedes tutear cuando no estemos en ámbitos excesivamente formales o profesionales. Si te apetece, claro.
Violet no rechazó la oferta en voz alta, pero sus ojos la rechazaron con toda claridad.
–Vamos a llegar tarde, Alteza. Y no quiero que me eche la culpa.
Zak clavó la vista en sus ojos azules. ¿Con quién creía que estaba? Era príncipe. Era la segunda persona en la línea de sucesión de un pequeño pero muy poderoso reino. ¿Cómo se atrevía a desafiarlo?
Durante unos instantes, estuvo tentado de ponerla en su sitio. Sin embargo, había otras formas de someter a los que sembraban disensión en el país o intentaban hacerse ricos a costa de los Montegova. ¿Por qué no utilizarlas entonces? En lugar de reprenderla, la seduciría de nuevo y la dejaría después, enviando un mensaje claro y definitivo a las Barringhall.
Sí, era la solución perfecta. Si creían que él no podía jugar a su mismo juego, las sacaría de su error.
Decidido, hizo un gesto a su chófer, quien le abrió la portezuela.
Zak bajó de la limusina y se encontró entre un mar de paparazis, que empezaron a hacerle fotografías. Pero hizo caso omiso, ofreció una mano a Violet y la llevó por la alfombra roja que habían tendido en la entrada del edificio.
Naturalmente, los paparazis lo acribillaron a preguntas por el camino. Y él las desestimó todas, porque había aprendido que la prensa amarilla publicaba lo que quería con independencia de lo que dijera y de la propia verdad.
Además, Violet era lo único que le interesaba en ese momento.
Las cosas habían cambiado.
Violet no supo ni cuándo ni por qué, pero notó que Zak tenía otra actitud cuando se abrieron camino entre los invitados a la gala. Y estaba segura de que esa actitud no se debía al buen trabajo que estaba haciendo.
Era algo de carácter personal. Algo dirigido a ella, como demostró al mirarla reiteradamente y con más intensidad que de costumbre mientras la guiaba por el opulento salón.
¿Qué estaría tramando?
Fuera lo que fuera, tenía que alejarse de él. Y encontró la excusa que necesitaba en los compromisos de Zak, quien siempre tenía que reunirse con alguien.
–Le recuerdo que tiene que hablar con tres personas antes de la cena –insistiendo en hablarle de usted–. El primero es el agregado de la embajada boliviana, que viene hacia aquí.
Zak asintió sin apartar la vista del caballero del que se estaba despidiendo en ese momento, y Violet se dispuso a marcharse. Sin embargo, el príncipe le puso la mano en el codo y dijo:
–Quédate. Tu presencia limitará su tendencia a hablar sin parar. Y puede que aprendas un par de cosas que te serán útiles cuando dejes la fundación.
El recordatorio de que su trabajo era temporal no debería haberla molestado, teniendo en cuenta que ardía en deseos de irse, pero le molestó. ¿Sería porque la miraba como si desconfiara de ella?
–Está bien, me quedaré si lo desea. A fin de cuentas, soy su ayudante.
–¿Detecto un tono de enfado en tu voz, lady Barringhall?
La sorna de Zak aumentó su disgusto de tal manera que estuvo a punto de pedirle que no la llamara así, sino por su nombre.
–Claro que no.
Zak saludó al agregado, se puso a charlar con él y se despidió cuando empezó a ponerse pesado. Luego, se acercó a la siguiente persona con la que debía hablar y, por supuesto, le presentó a Violet.
Ya se habían quedado a solas cuando ella dijo:
–¿Por qué se empeña en presentarme como lady Barringhall?
–¿Empeñarme? No sé a qué te refieres.
–No disimule, Alteza –replicó–. Está de un humor