Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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Pero, entonces, ¿por qué el victorioso Ostrogota desapareció de la escena principal y cedió su sitio a Cniva? Pues porque es probable que los triunfos de Ostrogota no fueran tan notables como pretende hacernos creer Jordanes y, ante todo y en ese punto, el autor de los Getica sí se ve obligado a reconocerlo a regañadientes, porque la victoria de Ostrogota sobre los gépidos se logró a costa de numerosas bajas y sinsabores.
En cualquier caso, en la primavera del año 250 y aprovechando que los carpos habían invadido Mesia Superior y Panonia Inferior y atraían hacia ellos la atención de los romanos, Cniva reunió una gran hueste de godos y carpos que, según Jordanes, sumaba 70 000 guerreros y cruzó el Danubio para volver a devastar la provincia de Mesia Inferior. La cifra de guerreros que condujo Cniva, 70 000 hombres, puede ser exagerada. No obstante, a tenor de lo que los bárbaros lograron y, sobre todo, teniendo en cuenta a las fuerzas romanas con las que se enfrentaron, es harto posible que Cniva reuniera no menos de 40 000 hombres. En esa gran horda bárbara, godos y carpos debían de estar muy igualados en número, tanto como para que Lactancio les otorgue a estos últimos, a los carpos, el mérito principal, aunque las fuentes mejor informadas dan la primacía a los godos y ponen el acento en el caudillaje de Cniva.
Tan formidable hueste se dividió en dos saqueadoras columnas: una marchó contra Oestus y Novae y la otra contra Marcianópolis, pillando e incendiando a su paso aldeas y villas. Pero el recién nombrado gobernador, Treboniano Galo, al frente de sus dos legiones, la I Italica y la XI Claudia, logró hacer frente con cierto éxito a los invasores godos derrotándolos cerca de Novae y limitando sus asaltos y devastaciones, consiguiendo así tiempo suficiente como para que, al año siguiente, 251, acudiera en su auxilio el mismísimo emperador Decio.
Figura 7: Busto del emperador Decio, conservado en la Gliptoteca de Múnich.
Que el augusto Decio marchara al frente de un gran ejército y acompañado por su hijo y coemperador, Herenio Etrusco, da fe de que la invasión goda de 250-251 era un asunto grave. Decio acudió en ayuda de la sufrida provincia de Mesia Inferior a la cabeza de los pretorianos, no sabemos si al completo o en parte, así como de la totalidad de los equites singularis augusti, 1500 jinetes de élite, y de la legión II Parthica al completo, sumando además nutridas vexillationes procedentes de las legiones X Gemina, XIV Gemina, I Adiutrix y II Audiutrix, completándose el ejército con las correspondientes unidades auxiliares legionarias de caballería y de infantería ligera. Así que Decio debió de llegar al Bajo Danubio a la cabeza de un ejército que debía de rondar los 30 000 hombres.
En la primavera del año 251, el emperador llegó a Mesia Inferior y logró sumar sus tropas a las del gobernador Treboniano Galo y, con ello, el ejército romano debió de ascender a unos 45 000 hombres y pudo enfrentar con éxito a los godos. Estos sufrieron un descalabro notable en Nicópolis (Nikub, en el norte de Bulgaria) ciudad que estaban asediando y junto a la cual Cniva fue derrotado y obligado a huir. Poco más tarde, en Ad Istrum, no lejos de Nicópolis, los godos fueron alcanzados por los romanos y derrotados de nuevo, lo que ocasionó que los bárbaros perdieran el botín acumulado hasta entonces y que los romanos liberaran a un buen número de cautivos.
Sin embargo, Cniva logró zafarse de sus victoriosos perseguidores y encaminó a sus hordas hacia el monte Hemo, los Balcanes propiamente dichos, pasando a la llanura tracia y alcanzando la gran ciudad de Filipópolis (Plovdiv, sur de Bulgaria) a la que los bárbaros pusieron sitio.
Decio no podía permitir que una ciudad tan próspera cayera en manos bárbaras, así que llevó a sus tropas hacia el sur en persecución de los godos, pero dejó tras de sí a Treboniano Galo con sus dos legiones para que cortaran cualquier posible intento de retirada de los bárbaros hacia el Danubio. Mientras tanto, la guarnición de Filipópolis, aterrorizada ante la horda bárbara que Cniva había reunido bajo sus murallas, se había plegado a un usurpador, Prisco, que trató de negociar con los godos. Este, entonces, pactó el apoyo de los godos a su levantamiento contra Decio a cambio de la entrega pacífica de la ciudad, que pagaría un crecido tributo a modo de rescate por las vidas y haciendas de sus ciudadanos. Pero, conforme se abrieron las puertas de Filipópolis, Cniva y sus godos se arrojaron sobre la población y la guarnición pasando a degüello a la mayor parte de los hombres comunes y tomando como esclavos y rehenes a nobles, niños y mujeres. Amiano Marcelino cita que 100 000 habitantes fueron asesinados o esclavizados por los bárbaros.
Ajeno al desastre y ya muy cerca de la debelada Filipópolis, Decio acampaba con su ejército en Beroea (Stara Zagora) y allí fue atacado por Cniva, el cual, informado de la proximidad del ejército imperial, trató de sorprenderlo. Jordanes insiste en que los godos lograron vencer a Decio, pero teniendo en cuenta lo que pasó a continuación es poco probable que así fuera y es mucho más lógico pensar que los godos fueron rechazados, pues se vieron obligados a abandonar la fértil Tracia y a cruzar a toda prisa el monte Hemo perseguidos de cerca por Decio y sus tropas. Sin embargo, al otro lado de la cordillera, a Cniva lo esperaba Treboniano Galo con sus dos legiones y la horda bárbara fue copada, no lejos del Danubio, entre los dos ejércitos romanos.
Tras una serie de combates preliminares y de tanteo librados en un lugar llamado Ad Puteam, los godos fueron obligados a ceder más terreno y retroceder hasta una zona pantanosa cercana a Abrittus (actual Hisarlak, cerca de Razgrad, en la Dobrudja búlgara) en la que Cniva y sus godos quedaron entonces en una situación desesperada: encerrados entre dos ejércitos romanos que habían rodeado sus posiciones y apelotonados en una comarca pantanosa y estéril en la que no tardarían en sucumbir debido al hambre y la enfermedad. A los romanos, que ocupaban lugares más salubres y con su sofisticada logística asegurándoles los abastecimientos, les bastaba con sostener sus posiciones y esperar a que los godos perecieran. Pero no esperaron.
El emperador quería sangre y la quería ya. Su hijo y sucesor, Herenio Etrusco, había sido herido durante los últimos combates y murió al poco a causa de sus heridas. Decio no quería esperar a que los godos se consumieran de hambre, sino que ansiaba vengarse en batalla. El 6 de agosto, el augusto movió sus tropas hacia las posiciones bárbaras. Por su parte, Cniva, el jefe godo, dividió a sus huestes en tres cuerpos y los situó de forma escalonada para enfrentar el avance romano, pues temía que Treboniano Galo y sus dos legiones, que ocupaban las alturas que cerraban la retaguardia goda, cayeran sobre la hueste bárbara cuando enfrentara al emperador.
Zósimo afirma que antes de que la batalla comenzara, Treboniano Galo envió mensajeros a Cniva asegurándole que sus legiones no entrarían en combate. Pero esta versión de los hechos es poco creíble y, como veremos más adelante, la traición de Treboniano Galo solo se consumó cuando este tuvo la seguridad de que el desastre apresaba ya a Decio y a sus tropas.
Figura 8: Antoniniano de plata de Herenio Etrusco, acuñado en la ceca de Roma en el 251 a. C. En el anverso, busto de Herenio, con clámide y corona radiada, como corresponde a su posición como sucesor de su padre el emperador Decio. En el reverso, dos diestras entrelazadas con la leyenda CONCORDIA AVGG (Concordia Augustorum).
Establecida la batalla, la primera sección de las tres en las que Cniva había dividido a su ejército chocó con Decio y con sus pretorianos, equites singularis augusti y legionarios, y fue deshecha por completo. Decio continuó avanzando, conduciendo a sus tropas sobre los cadáveres godos y llevándolas contra la segunda división goda que también fue aplastada por las tropas romanas. Tan solo quedaba una hueste bárbara, la tercera,