Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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En el 261, una hueste de godos pasó desde Mesia y Tracia a Macedonia y tras tentar por segunda vez las murallas de Tesalónica, saqueó Tesalia y trató de asaltar Atenas que, una vez más y como siete años antes, logró resistir. Entre el 262 y el 266, grupos de godos, carpos, bastarnos, peucinos y sármatas, recorrieron Mesia y Tracia, a la par que los piratas hérulos y godos navegaban por el mar Negro llevando a cabo devastadores ataques. En el 267 los hérulos, a la sazón instalados ya en las tierras situadas entre el Dniéper y el Don, y unidos a bandas de guerreros godos, lograron armar 500 naves y, costeando las tierras occidentales del Ponto Euxino (mar Negro), sorprendieron a Bizancio. Luego se internaron en la Propóntide (mar de Mármara) y atacaron Cícico. Fueron rechazados y poco después fueron derrotados por la flota romana que les causó ingentes pérdidas. No obstante, muchos de aquellos piratas hérulos y godos lograron cruzar el estrecho del Helesponto (Dardanelos) para caer sobre las islas griegas del Egeo saqueando Lemnos y Esciros, arribando a las costas de Grecia y asaltando Argos, Corinto y Esparta para terminar concentrándose contra Atenas.
Esta ciudad armó a toda prisa una milicia ciudadana para enfrentar a los bárbaros y a su cabeza se puso el historiador Dexipo. Eran 2000 atenienses que dieron muestras de un valor y determinación sobresalientes e hicieron recordar a los contemporáneos los días de Maratón y Salamina. Los atenienses no solo rechazaron a los bárbaros, sino que los persiguieron hacia el norte, acosándolos de continuo en los desfiladeros y sitios estrechos y causándoles 3000 bajas. Al cabo, los milicianos atenienses conducidos por Dexipo lograron reunirse en Macedonia con el cuerpo de reserva del ejército romano situado en Lychnidus (actual Ohrid, Macedonia del Norte) bajo el mando del praepositus Rufio Sinforiano y del dux Aurelio Augustiano.
Mientras, godos y hérulos habían alcanzado en su retirada las fértiles tierras de Tracia Meridional en donde trataron de sorprender a Filipópolis, que se estaba recuperando de la debacle del 251 y que logró sostenerse. Para ese entonces, el augusto Galieno acudía al rescate de sus provincias al frente de un potente contingente en el que se incluían tropas del ejército de maniobra creado por él en Sirmio (Sremska Mitrovica, Serbia) y tropas traídas desde Italia. El conjunto estaba formado por la II Parthica, la IV Flavia y vexillationes de las legiones XX Valeria, VI Augusta, I Minervia, I Italica y III Augusta, así como por los pretorianos y los equites singularis augusti, fuerzas que debían de sumar unos 35 000 hombres y que en Filipópolis convergieron con las milicias atenienses y con las tropas romanas acantonadas en el norte de Macedonia.
Sorprendidos ante la proximidad de tan gran ejército, los godos y los hérulos levantaron el asedio de Filipópolis y trataron de huir hacia el monte Hemo y el Danubio. Pero una tercera fuerza romana, comandada por Marciano, lugarteniente de Galieno y es probable que al mando de una unidad de caballería, los cortó el paso y los obligó a girar hacia el oeste. Días más tarde, en septiembre del año 267, en Macedonia, en las riberas del río Nessos o Nestos (en la actualidad frontera entre Grecia y Bulgaria), río que en la antigüedad fue famoso por sus bosques repletos de leones y uros,45 los bárbaros fueron alcanzados por los romanos y obligados a combatir.
Los godos y los hérulos trataron de fortificar sus posiciones colocando sus carros en círculo junto al río Nessos que guardaba su espalda, pero Galieno y sus tropas lograron desarticular las defensas bárbaras y asaltar con éxito su campamento dando muerte al rey de los hérulos, aniquilando a miles de guerreros, cautivando a buena parte de sus mujeres y niños y liberando a los cautivos romanos.46
La gran victoria de Galieno sobre los godos y los hérulos fue con toda probabilidad inmortalizada en los relieves del llamado sarcófago Ludovisi en el que puede que encontrara su última morada el infortunado augusto, pero el emperador no pudo aprovecharla de forma conveniente, pues, aunque destacó tropas para continuar los combates y restaurar el limes del Bajo Danubio, tuvo que marchar con premura a Italia a la cabeza del grueso de sus fuerzas. Y es que Galieno tenía ahora que enfrentar la sublevación de Aureolo, uno de sus generales que, al mando de un cuerpo de ejército acantonado en Mediolanum (Milán) invitaba a Póstumo, el emperador rival de Galieno que desde el año 260 gobernaba sobre las provincias más occidentales, a invadir Italia. Póstumo nunca lo hizo, pero Galieno se vio obligado a sitiar Mediolanum. Durante el sitio, los mandos superiores del ejército, en especial Marco Aurelio Claudio, Marco Aurelio Heracliano y Lucio Domicio Aureliano, todos ellos de origen ilírico, conspiraron para asesinar al augusto. La suerte de Galieno estaba echada. Tras el regicidio (agosto de 268), el ejército elevó a Marco Aurelio Claudio, convertido en Claudio II, que de inmediato se desplazó a Roma para recibir la confirmación del Senado.
Eliminado Aureolo, Claudio II tuvo que enfrentar en la primavera del 269 una invasión de los alamanes a los que destrozó en la batalla del lago Benaco (lago Garda, Italia). No tuvo descanso, pues ya llegaban noticias alarmantes de los Balcanes donde la guerra ardía de nuevo.
En el 268, en la primavera, godos, hérulos, peucinos, gépidos y bastarnos, cruzaron el Danubio en enorme número. Zósimo, recogiendo al contemporáneo Dexipo da la cifra de 320 000 bárbaros, una cantidad que también constata el autor de la biografía de Claudio II en la Historia Augusta citando una carta enviada por el augusto a su gobernador en Iliria. Puede que se trate de una exageración, pero sin duda era una masa gigantesca de gente. La horda se había reunido en la desembocadura del Tyras (Dniéster) donde se hicieron con miles de embarcaciones. La mayor parte de dichas naves no pasaban de ser barcas de pesca o monóxilos, una suerte de canoas excavadas en un solo tronco de árbol, pero bastaban para conducir a la horda hacia el sur junto con millares de carros que marchaban con lentitud por la costa. Aquello era la pesadilla de los romanos y así lo narraba Trebelio Polión, el autor de la biografía de Claudio II: «Eran 320 000 guerreros. Añade a esa cifra el número de los esclavos, añade también a sus familias y caravanas de carromatos y piensa en los ríos desecados, en los bosques destruidos y en el cansancio de la misma tierra que soportó a una masa tan ingente de bárbaros».47
Figura 10: Frontal del llamado sarcófago Ludovisi, monumento funerario de mediados del siglo III destinado a contener los restos de un alto dignatario romano, acaso un miembro de la familia imperial. Aunque la ausencia de epigrafía o referencias en las fuentes clásicas nos impide identificar con seguridad a la persona que sería enterrada en él, podemos afirmar, con bastante convicción, que corresponde a la figura representada a caballo en el centro del relieve. Se ha sugerido que pudiera corresponder al emperador Galieno o a Hostiliano, el hijo del emperador Decio. La escena representa una batalla, en apariencia caótica, pero que esconde un triunfo romano sobre pueblos bárbaros, y está diseñada para reflejar el ideal de relaciones entre romanos y bárbaros desde el punto de vista romano: mientras los primeros ofrecen una imagen de serenidad, disciplina y seguridad en sí mismos, los bárbaros aparecen asustados, vacilantes, a menudo gravemente heridos o muertos. Tanto unos como otros van armados y ataviados con una mezcla de objetos reales y fantasiosos o convencionales.
El primer objetivo de la «pesadilla» fue Tomis, una antigua colonia griega. Pero la guarnición romana y los ciudadanos lograron rechazar a los bárbaros que, deseosos de encontrar presas más fáciles, se dirigieron a Mesia Inferior para probar suerte con Marcianópolis. No obstante, tampoco allí lograron nada y, favorecidos por los vientos, se acercaron a Bizancio. Aunque como la destreza marinera de los bárbaros no era mucha, al ser sorprendidos por la fuerte corriente de los estrechos del Bósforo,