Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

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Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica

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se estaban coaligando, en su mayoría, en dos grandes agrupaciones tribales: los tervingios, entre el Dniéster, el Danubio y el Tisza y los greutungos, entre el Dniéster y el Don. Eran entidades muy laxas y complejas y, a menudo, volátiles en cuanto a su unidad política. Tampoco eran homogéneas en lo étnico, si bien es cierto que el elemento gótico era el que las encabezaba, pero, sin duda, tervingios y greutungos eran un salto cuantitativo en cuanto a la cantidad de poder militar que los godos podían reunir y proyectar y la evidencia visible, si se me permite la expresión, de que a finales del siglo III e inicios del IV se había operado entre ellos una transformación cualitativa notable en cuanto al progreso de su organización política y de su desarrollo social y económico.

      Ambas confederaciones, tervingios y greutungos, estaban dominadas por clanes reales y tenían a su cabeza un jefe supremo. Los greutungos tenían un rey, Ermenrico, y los tervingios hegemones que suelen recibir el nombre de «jueces», pero también el de reyes. Pero fuera cual fuera el título de los jefes supremos de los tervingios, lo cierto es que esa jefatura suprema permaneció en la misma familia durante unos setenta años y se transmitió de padre a hijo durante tres generaciones: Ariarico, Aorico y Atanarico.

      Eran los tervingios, los que se habían avecinado junto al limes danubiano, los que preocupaban a Constantino, ya que eran los que se estaban haciendo con el control de las tierras situadas entre el Dniéster y el Tisza y amenazaban con someter a los sármatas yaciges y roxolanos. Eso era demasiado peligroso e inaceptable para la idea que Roma tenía de su papel en el mundo. No, Roma tenía que dejar claro que era ella y no los godos, la que ejercía el control a un lado y a otro del limes.

      En el año 323, tras una guerra con los sármatas, Constantino los puso bajo su protección en un claro intento de marcar los límites a la expansión tervingia hacia el limes panónico. En el 328, Constantino ordenó reforzar las defensas del limes frente a los godos y construir nuevas fortalezas. La tensión creció y en el año 331 la guerra estalló al fin. Fue una guerra dura. Constantino y su hijo del mismo nombre, el joven César Flavio Claudio Constantino (316-349) aprovecharon el punto débil de los godos: su carencia de logística. Las fuerzas romanas fueron aislando a las columnas godas y privándolas del acceso a los víveres. Mientras tanto, fuerzas romanas cruzaban el gigantesco puente de piedra que Constantino había mandado construir sobre el Danubio Inferior en Oestus en el 328, y penetraban en territorio godo talando y saqueando los campos. El dominio absoluto del gran río, patrullado por las liburnas y limbus romanas de la classis fluvial acantonada en Sirmio, Oestus, Istria y Novae dificultaba aún más los movimientos de las fuerzas bárbaras y aseguraban por completo la rapidez y solidez de las comunicaciones romanas. En el invierno, con un frío glacial, la situación de la confederación de los tervingios se hizo desesperada. Estaban hambrientos y muchas de sus aldeas habían sido arrasadas. La caballería romana y los jinetes sármatas aliados de Constantino mantenían la presión y las legiones y la flota impedían cualquier intento de escapar del gigantesco cerco que la estrategia romana había ido apretando sobre las bandas guerreras tervingias. Según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris, que escribía en la segunda mitad del siglo IV, 100 000 godos perecieron en el invierno del 331-332 por mor del hambre y del frío.

      Ahora bien, nótese que ya habíamos advertido que no todos los godos al norte del Danubio se habían agrupado en las confederaciones de tervingios y greutungos. Por eso, aun cuando los tervingios se habían avenido a firmar la paz en el 332 y la mantuvieron hasta el año 348, no por ello cesaron del todo los problemas con los godos. En efecto, Constantino enfrentó después de esta guerra a otros godos y eso indica que no estaban, nunca lo estarían, agrupados del todo en torno a las confederaciones más notables dirigidas por Ariarico, Aorico o Ermenrico.

      Por ejemplo, tras su gran éxito sobre Ariarico, Constantino se vio obligado a enfrentarse en 334-335 a los sármatas yaciges. Estos se mostraban belicosos, pero cuando estalló la guerra con Roma, sus siervos y esclavos se alzaron contra ellos y muchos solicitaron entonces asilo a Constantino que dejó entrar en el Imperio a 300 000 hombres, mujeres y niños sármatas y los asentó como colonos con obligaciones militares en Italia, Macedonia, Mesia y Escitia Menor (la Dobrudja actual, territorio de Rumanía y Bulgaria). Durante estas campañas en territorio sármata, en la antigua Dacia romana, Constantino destruyó por completo a una poderosa tribu goda: «Destruyó a la más poderosa y numerosa de las tribus godas», nos dice el autor de Origo Constantini imperatoris y ello nos lleva a pensar que la consolidación de los tervingios recibió «un empujón» de Constantino. Pero ya volveremos sobre esto en el siguiente capítulo.

      Esta segunda victoria de Constantino sobre los godos, la del 334, quedó reflejada en la intitulatura conmemorativa que recogía sus triunfos y potestades. En ella, Constantino dice que ostentó por dos veces el título de gothicus maximus.

      Nos hemos detenido en aclarar los orígenes de los godos y en glosar con cierto detalle sus primeras guerras contra Roma porque en general la historiografía no suele detenerse en ello y, sobre todo, porque en particular los historiadores españoles apenas si suelen dedicar unas líneas a esta etapa de la historia de los godos, una etapa que, sin embargo, es decisiva en su conformación y en cuyas experiencias y hechos se hallan muchas de las claves del posterior éxito de los godos sobre Roma y sobre todo en su modelo de relación con los provinciales.

      Como veremos a continuación, fueron las experiencias vividas por los godos en el «salvaje mundo» de Gotia y del Imperio romano en crisis, las que crearon a los «nuevos godos». Unos «nuevos godos» que eran un pueblo muy distinto al que salió de las pantanosas tierras del Bajo Vístula y que sería la base del pueblo de Alarico: los visigodos.

      Notas

      1 Entre otros muchos ejemplos: Beowulf, vv. 195, 205, 260 y 325, en Larate Castro, L., 1974.

      2 Saavedra Fajardo, D. de, 2008.

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