Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

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Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica

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Rumanía, Moldavia y Ucrania están repletos de ánforas de vino procedentes del Imperio romano. No solo vino, sino vajillas de calidad, joyas, armas… Nos hallamos de repente ante los restos de una nueva sociedad rica y populosa que ha sustituido al paupérrimo mundo de las culturas de Wielbark y Przeworsk que atisbábamos entre los godos bálticos de los siglos I y II. Ahora nos hallamos ante unos «nuevos godos». Unos godos complejos desde el punto de vista étnico y avanzados cultural y económicamente, cuyo estilo de vida nos ha quedado reflejado, de acuerdo con la arqueología, en los restos de la llamada cultura de Cherniajov. Así, por ejemplo, en el yacimiento de Budeşti, en la actual Rumanía y correspondiente al siglo IV y que con sus buenas 35 hectáreas es el mayor asentamiento godo del mar Negro, debieron de habitar unas 7000 personas lo que sería equivalente en extensión y población a muchas pequeñas ciudades del Imperio romano de su tiempo.4 Budeşti es la más grande, pero no la única de las grandes aldeas godas que surgen en el siglo IV entre los Cárpatos y el Dniéper. Junto a esas grandes aldeas había multitud de asentamientos más pequeños y, lo que en realidad nos importa, en todos esos asentamientos se usaba ya el arado con reja de hierro y se roturaban sin cesar nuevos campos, pues el análisis polínico demuestra que se pusieron en cultivo más tierras que nunca antes en la región, lo que, como es evidente, trajo consigo un incremento formidable de la población. Este crecimiento agrícola y demográfico se reflejó en todos los órdenes de la vida y sobre todo en la economía de los «nuevos godos». Por ejemplo, tenemos pruebas de que se incrementó de un modo exponencial la producción y elaboración de herramientas y armas de hierro y a tal nivel que comenzó a exportarse desde los yacimientos y factorías –no encuentro otro nombre que les haga justicia– radicadas en los Cárpatos y en los grandes valles fluviales de la Estepa. Una de esas «factorías» dedicadas a la producción casi industrial de herramientas y armas de hierro es Sinicy, en la actual Ucrania. Allí, en el siglo IV, se agrupaban 15 herrerías en pleno funcionamiento y en las que debieron de trabajar no menos de 45 herreros que fabricaban armas y herramientas de calidad que exportaban muy lejos de su aldea. No solo hierro, conocemos asentamientos semejantes especializados en la fabricación de alfarería y, lo más significativo para que podamos comprender hasta qué punto se había vuelto complejo, rico y sofisticado el mundo gótico del siglo IV, también existían poblados dedicados a la fabricación de vidrio, joyas, textiles y hasta de peines de asta de ciervo y marfil. Sí, hasta el año 300, el vidrio era un artículo de lujo que llegaba a los germanos desde el Imperio, pero a partir de esa fecha comenzó a fabricarse en aldeas situadas en pleno territorio godo, en el norte de los Cárpatos, en auténticas fábricas, fabricae si queremos usar el equivalente y contemporáneo vocablo romano, que exportaban su mercancía de lujo a todo el mundo germánico, desde Noruega a Crimea. También los peines de asta de ciervo o de marfil eran un artículo de lujo. En Birlad-Valea Seaca, Rumanía y dentro del territorio que dominaba Ariarico, el rey o juez godo que se enfrentó a Constantino entre los años 331 y 332 y que sería el abuelo del célebre Atanarico, podemos estudiar un yacimiento que muestra un asentamiento constituido por 20 casas en las que todos sus habitantes, seguramente más de un centenar, estaban por completo dedicados a la fabricación de peines de asta de ciervo.

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      Figura 11: Peine hallado en Cacabelos, Castro Ventosa, comarca del Bierzo, Léon. Los peines característicos de la cultura de Cherniajov aparecen distribuidos por diversos lugares de la Europa central y occidental, en particular en fortalezas y necrópolis romanas de la frontera altodanubiana, así como también en las del limes renano, que testimoniarían la presencia de guerreros godos. En el caso de este peine, dado el lugar en donde se encontró, una plaza fuerte, quizá deban asociarse a la etapa de la irrupción y ocupación de la Península por los germanos.

      Así que los godos no eran ya unos pobres y salvajes desarrapados que vagaban por las provincias balcánicas y minorasiáticas romanas en busca de botín y esclavos, sino gentes que habían incrementado su riqueza y sofisticación hasta niveles muy similares a los de la mayoría de sus vecinos romanos. Cuando en el 376, docenas de miles, quizá 200 000 godos, cruzaron el Danubio, eran gentes que es muy probable que no se hubieran reconocido en los guerreros que el jefe godo Cniva capitaneó en el año 251 o en los saqueadores godos y hérulos que incendiaron Atenas en el 269. Seguían siendo godos, desde luego, pero no los mismos godos.

      ¿Cómo se operó el cambio? A través de las invasiones, las menoscabadas invasiones del siglo III fueron su motor, como veremos a continuación.

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