Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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En efecto, lo que se observa entre los godos del periodo comprendido entre los años 238 y 337 es que estaban divididos entre un buen número de unidades políticas independientes e incluso rivales entre sí. Así, por ejemplo, en el año 249 los godos que atacaron Marcianópolis eran mandados por dos jefes, Argaito y Gunderico, y aunque puede que estuvieran subordinados de algún modo a Ostrogota, atestiguado por Dexipo y por Jordanes y que pudo ser una suerte de rey hegemónico o supremo de los godos, lo cierto es que parecen operar de forma independiente. Al año siguiente, 250, y totalmente independiente de los anteriores y sin conexión alguna con ellos, nos encontramos con Cniva, un jefe godo que muestra un despliegue de poder impresionante pero que desaparece de la escena tras su gran victoria de Abrittus en el 251. Dieciséis años después, entre el 267 y el 270, durante las correrías de godos y hérulos por el Egeo que los llevaron a saquear Atenas, el Templo de Artemisa de Éfeso –una de las siete maravillas del mundo antiguo–, Rodas, Creta y Chipre, los godos aparecen agrupados bajo tres jefaturas distintas encabezadas por Respa, Veduc y Thuruar y en el 271, Aureliano aniquiló al norte del Danubio a las fuerzas de un cuarto y poderoso rey godo llamado Canabaudes. Así que a lo largo de tan solo veintidós años contamos con ocho jefes o reyes godos que no se sucedieron entre sí, que se mostraron independientes unos de otros y que no parecen haber contado entre ellos con lazos familiares de ningún tipo. En definitiva y cuando los vemos asociados, su alianza no va más allá de las habituales, circunstanciales, puntuales e interesadas alianzas militares. Cierto es que dos de esos soberanos, Cniva y Canabaudes, parecen haberse destacado en poder sobre los demás, pero también es cierto que las fuentes primarias hablan siempre de reyes y no de un rey o jefe godo. La arqueología, ya lo apuntó Peter Heather en 1997, señala también en esa dirección, pues en la Gotia de finales del siglo III y de la primera mitad del IV se han hallado media docena de grandes fortificaciones que parecen haber sido el centro político de otras tantas jefaturas o reinos. La más formidable de esas fortificaciones es Pietroasa, junto al Dniéster y en la actual Rumanía. Un impresionante centro fortificado dotado de torres, zanjas y empalizadas que aprovechó un antiguo fuerte romano y que, con sus 30 grandes edificios, sin duda fue el centro político y militar de una poderosa facción de los godos.13
Esa situación de fragmentación política se puede haber atemperado con la aparición de tervingios y greutungos. Estas dos realidades políticas parecen haberse gestado en la sexta década de la segunda mitad del siglo III en directa relación con las correrías y ataques godos contra el Imperio y, aunque parecen haberse constituido en las más poderosas, no fueron realidades uniformes y, por supuesto, no fueron las únicas agrupaciones tribales godas. Heather, por ejemplo, pudo identificar hasta doce grupos godos independientes entre sí durante el periodo 375-478 y señaló, asimismo, que, en el mejor de los casos, esos 12 grupos podrían reducirse a 6 originales en el siglo IV.14 Estamos de acuerdo con él e incluso añadiremos a la lista de Heather otros dos grupos no listados por él: los que en el 324 mandaba el rey godo Alica y los que aniquiló Constantino en el 334 y que formaban por ese entonces y según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris, «la más poderosa y numerosa de las tribus godas».15
Figura 13: Dibujo que reproduce el llamado anillo de Pietroasa, hallado en 1837 en la localidad homónima de Rumanía. Su datación, aunque controvertida, podría establecerse entre principios del siglo III y principios del V. Es el testimonio más antiguo de escritura rúnica, y sus caracteres producen la frase gutaniowi hailag, de interpretación controvertida, y para la que se han propuesto diversas lecturas: «año de los godos, sagrado e inviolable», «dedicado a las madres godas», «sagrada reliquia de la sacerdotisa», «dedicado al templo de los godos», entre otras.
Lo cierto es que tervingios y greutungos fueron simplemente los godos más «visibles» para los romanos, por así decirlo, y lejos de las hipérboles de Jordanes, las fuentes primarias no muestran evidencia alguna de un «Imperio godo» como el de Ermenrico de los greutungos que, según el exagerado testimonio de Jordanes, abarcaba las tierras y pueblos que se extendían entre el Báltico y el mar Negro y entre el Dniéster y el Don.16 Tampoco hay evidencia sólida alguna en las fuentes primarias que permita pensar que los greutungos ejercían algún tipo de supremacía sobre los tervingios.
Pero como nuestro objeto son los visigodos, nos centraremos ahora en su génesis. Estos no fueron los continuadores directos de los tervingios. Dicho de un modo claro: los tervingios no son los visigodos, sino que fueron un elemento, uno importante, pero uno nada más, en su etnogénesis. En efecto, cuando se observa el devenir de los godos entre el 376, el año en que comenzaron a cruzar el Danubio y a instalarse en territorio romano, y el 395, el año en que Alarico, el primer auténtico rey visigodo se rebeló contra Roma, lo que se advierte es que los godos de Alarico estaban conformados por varios grupos godos de origen tervingio y greutungo que, hasta por lo menos el año 382 habían sido independientes entre sí, y a los que con posterioridad se les fueron sumando godos provenientes de grupos que todavía en el año 378 seguían permaneciendo al norte del Danubio y de los cuales el más destacado sería el de Radagaiso cuyos seguidores supervivientes se sumaron a los godos de Alarico en el 408. Unos godos, los de Radagaiso, que parecen no estar relacionados directamente ni con los tervingios, ni con los greutungos. Además, en el «pueblo» de Alarico había grupos considerables de alanos, muy numerosos entre el 376 y el 378 y todavía muy visibles y poderosos en el 411, así como nutridas bandas de hunos, pequeños contingentes de taifales y masas de campesinos y esclavos romanos de dispar origen y, todo eso, ese ejército-pueblo tan complejo, desde el punto de vista étnico y cultural, fue el que en el 415 penetraría por primera vez en Hispania. Como vemos, una realidad muy alejada de aquella que recrearon muchos historiadores del siglo XIX y de las primeras siete décadas del siglo XX en la que se presentaban las invasiones, en el caso español la invasión visigoda, como una suerte de «inyección racial» en la que unos en apariencia vigorosos y racialmente puros germanos renovaban la «mestiza y decadente» sangre romana.17
Pero lo que está claro es que los tervingios, aunque no son los visigodos propiamente dichos, sí fueron el núcleo en torno al cual se construyó el pueblo visigodo. Y esto hace que nos planteemos las siguientes preguntas: ¿cuándo y cómo habían surgido los tervingios? ¿Cómo se había alzado entre ellos una dinastía real? ¿Qué relación tenían los tervingios con los futuros visigodos de Alarico?
LOS TERVINGIOS: ORIGEN, AUGE Y CAÍDA DEL PRIMER REINO GODO (268-376)
Si aceptamos el controvertido testimonio recogido en el «Divino Claudio» una de las vidas de emperadores que componen la Historia Augusta, la primera aparición de los tervingios se podría remontar al año 268, cuando son citados en la lista de tribus que, tras reunirse en la desembocadura del Dniéster, avanzaron sobre el limes