Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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La historia de las relaciones entre tervingios y romanos es agitada. Aorico, el hijo de Ariarico que quedó como rehén en Constantinopla en virtud del foedus del 332, no terminó de adaptarse al papel que el Imperio le tenía destinado, el de rey bárbaro complaciente y sumiso. Ni siquiera los agasajos y honores que se le concedieron, se le llegó a erigir una estatua junto a la Basílica de Illus, templaron su odio hacia Roma. Cuando su cautiverio terminó y reemplazó a su padre al frente de la confederación tervingia, tensó las relaciones con el hijo y sucesor en Oriente de Constantino, Constancio II. De hecho, y según parece, Aorico desconfiaba tanto de Roma que obligó a su hijo, Atanarico, a jurar que no visitaría Constantinopla. En cualquier caso, Aorico tuvo varios enfrentamientos diplomáticos y bélicos con Constancio II y como parte de esos enfrentamientos y como ya vimos más arriba, persiguió a los cristianos de su territorio.
Pero sería su hijo, Atanarico, que parece que llegó al poder hacia el 364-365, quien tuvo el enfrentamiento más duro con Roma. El contexto de dicho enfrentamiento es muy significativo pues nos ilustra sobre cómo el poder tervingio no había dejado de crecer desde el 332 y cómo, en consecuencia, deseaba cambiar las bases de su relación con Roma y tener un papel más igualado con el Imperio.
En el 363, Procopio, un primo del augusto Juliano, recibió el encargo de este último de dirigir una de las dos «tenazas» del ejército romano que debían de adentrarse en Persia y destrozar su resistencia. Esto es significativo, ya que Procopio mandaría 30 000 hombres (18 000 según Zósimo), la mitad poco más o menos del total de la fuerza empleada, y los llevaría por Armenia para, una vez sumadas sus fuerzas a las del rey Arsaces, aliado de Roma, pasar a Adiabene amenazando el norte de Mesopotamia y tratando luego de converger con Juliano que mandaría el resto del ejército llevándolo directamente y Éufrates abajo, contra la capital persa, Ctesifonte.
Figura 16: El Missorium de Kerch, datado en la época del emperador Constancio II (reg. 337-361), hijo y sucesor de Constantino el Grande. A la izquierda vemos a un soldado elegantemente vestido y con un torques al cuello, lo que denotaría su condición de miembro de la guardia de palacio. En el centro destaca la figura del emperador Constancio, que viste una túnica corta decorada con segmenta, vaina de espada decorada, pantalones ajustados y calzado enjoyado. La cabeza tocada con una diadema, emblema inequívoco de realeza, y el nimbo que la rodea es un remanente de la iconografía pagana. Sobre el escudo del soldado vemos claramente marcado un crismón (las letras griegas ji, X, y ro, P, que aluden al nombre de Cristo en esa misma lengua, Xριστός) pero, al tiempo, el caballo del emperador aparece coronado por una tradicional Victoria alada, que extiende sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo del triunfo militar. Con la mano opuesta sostiene una palma, representación asimismo de la victoria. El escudo que vemos bajo el caballo remacha la cualidad de triunfador del emperador. Museo del Hermitage, San Petersburgo.
La guerra de Juliano contra Persia fue un desastre. También lo fue para Procopio. Aislado en Armenia, no pudo intervenir en la sucesión de su infortunado e imperial primo y cuando se enteró de que Joviano había sido elegido nuevo augusto, temió por su vida. Tenía motivos. Juliano le había entregado, según se decía, un manto de púrpura imperial, un símbolo inequívoco de que le consideraba su heredero y ahora, con Joviano en el trono, Procopio podía ser considerado como un peligro potencial y ser ajusticiado sin más. Este último logró escapar del verdugo renunciando a la vida pública y marchando a sus fincas de Capadocia, pero cuando al poco murió Joviano y subió al trono Valentiniano (364-375), este consideró que no le convenía que un miembro de la familia de Constantino siguiera vivo y envió hombres a detenerlo. Procopio logró huir con su familia y tras alcanzar el Quersoneso Táurico, la actual Crimea, aprovechó que Valente, el coemperador nombrado por Valentiniano para gobernar Oriente, se hallaba preparando una campaña contra Persia, para plantarse en Constantinopla donde inició una sublevación en septiembre del 365. Apoyado por la guarnición de Constantinopla y por algunas tropas enviadas previamente por Valente a detener incursiones godas en la frontera danubiana, Procopio obtuvo además, y esto es lo que nos importa, el apoyo explícito de Atanarico, que acababa de suceder a su padre, Aorico, como juez de los tervingios y que le envió 10 000 guerreros godos.
Procopio logró algunos éxitos iniciales en Nicea y Cícico, pero al cabo sus generales fueron derrotados en la batalla de Tiatira, en Frigia (en el oeste del Asia Menor turca), y el propio Procopio fue vencido en Nacolea el 26 de mayo del 366, capturado al día siguiente y ejecutado de inmediato.37
La derrota de Procopio dejó a Atanarico en una posición delicada. Había apoyado al bando perdedor en la guerra civil romana y una parte considerable de su poder militar, 10 000 guerreros, alrededor de un tercio del total de sus tropas, había sido capturado por el augusto triunfante. Atanarico trató de salir del entuerto pretextando que él, como fiel aliado de Roma, se había limitado a enviar sus guerreros en demanda del augusto Procopio a quien creía legítimo soberano de los romanos. La excusa de Atanarico no coló. Valente le señaló que su hermano Valentiniano y él mismo, Valente, habían sido elevados como augustos meses antes de que Procopio se levantara en armas contra ellos y que el propio Atanarico, como juez de los tervingios, les había enviado la pertinente embajada de reconocimiento y renovación del foedus. Además, Valente recordó al juez tervingio que los godos habían lanzado incursiones contra territorio romano aun antes del alzamiento del debelado usurpador y que, simplemente, habían aprovechado la revuelta de este último para tratar de sacar partido de una guerra civil que parecía prometerles una mejora de su relación con el Imperio.
Pese a todo, Atanarico siguió tratando de zafarse de lo que parecía una inminente y desastrosa guerra contra el Imperio. Cuando el magister equitum Víctor se presentó ante él para exigirle explicaciones y reparaciones, Atanarico volvió a insistir en sus excusas y reclamó que Valente le devolviera sus guerreros pretextando que todo había sido fruto de la confusión que había reinado en el Imperio y de la que los «inocentes» tervingios habían sido víctimas. Él, Atanarico, era fiel a Roma y a sus augustos, Valentiniano y Valente.
Pero Valente no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de aplastar a los godos. Preparaba una guerra contra Persia cuando precisamente las incursiones godas del verano del 365 le habían obligado a enviar tropas a Tracia y Mesia y esas incursiones y el posterior y casi inmediato apoyo de Atanarico al alzamiento de Procopio demostraban que el juez tervingio era todo menos un aliado fiable. Así que lo mejor, de acuerdo con la tradición romana, era aplastarlo y recordar a los bárbaros que jugar con Roma salía muy caro.
Tras distribuir a los 10 000 prisioneros godos por varias fortalezas y ciudades para que no constituyeran un peligro y quedaran bien vigilados, Valente comenzó a reunir y a abastecer un formidable ejército para, a la primavera siguiente, cruzar el Danubio y acabar con Atanarico y sus tervingios.
En el invierno del 366-367, sus preparativos estaban ultimados y el augusto y el núcleo de su ejército de maniobra invernaba en Marcianópolis, junto al limes.
En abril del 367, Valente cruzó el Danubio al frente de una impresionante fuerza bien adiestrada y abastecida. Controlaba el río y no tuvo problema alguno en construir un puente de barcos a la altura de la fortaleza de Dafne, punto estratégico fortificado