Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

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en los términos que, semanas atrás, ya habían negociado los magistri Víctor y Ariteo con Atanarico y sus reyes menores. Mientras tanto, para darle un toque dramático a aquella cuidada representación, docenas de miles de godos, guerreros, campesinos, siervos, esclavos, mujeres y niños, llenaban las riberas norteñas del Danubio suplicando la paz y clamando por recibir alimentos, mientras que, en el lado romano del río, las tropas romanas formaban una disciplinada y rutilante línea de acero y cuero. Temistio lo describe así: «Se podría exclamar al contemplar en aquel momento las dos orillas del río, la una resplandeciente por los soldados que atendían en orden a los acontecimientos con calma y serenidad, la otra llena del confuso griterío de hombres que suplicaban postrados en tierra».40

      En efecto, los godos suplicaban la paz. Tenían hambre y esa era la prueba de que, pese a que su juez había logrado no tener que ir a echarse a los pies del emperador, su derrota era inapelable.

      Se ha querido ver en las excusas de Atanarico para no cruzar el río y firmar allí la paz, no sé qué limitaciones religiosas y políticas de los jueces tervingios. Lo único que se debe ver tras los pretextos de Atanarico, recogidos por Temistio y Amiano Marcelino, es su desesperada situación política.

      Valente podía despreocuparse de su limes danubiano y centrarse en la frontera persa. Atanarico, por su parte y pese a sus esfuerzos por salvar su prestigio, vio seriamente comprometido su poder. Sin duda fue en ese momento, a partir del invierno de 370, cuando Alavivo y Fritigerno comenzaron a socavar el poder de Atanarico y de su clan real, los baltingos. Pues, aunque se había evitado la derrota completa, estaba claro que los sufrimientos que la guerra había impuesto a los tervingios no habían sido compensados y que el responsable de la hambruna y de la destrucción había sido Atanarico.

      Así que fue con la división sembrada en su seno como los tervingios iban a afrontar la más terrible de las invasiones: la de los hunos. Pues ese mismo año del 370 un pueblo salvaje y todavía poco conocido por los godos, los hunos, surgía de Asia Central para atacar a los alanos y comenzar a inquietar a los godos greutungos del viejo rey Ermenrico.

      LA TEMPESTAD HUNA Y EL DESASTRE DE ADRIANÓPOLIS (370-378)

      La primera mención de los hunos en las fuentes grecorromanas podría ser la recogida por Ptolomeo hacia el año 160, quien menciona un pueblo de nombre khounoi, un vocablo griego del que en apariencia derivaría la forma latina del gentilicio «hunos». Ptolomeo colocaba a estos khounoi entre los pueblos de la Sarmatia oriental, es decir, entre los nómadas que habitaban al este del río Volga y hasta las fronteras del «país de los seres» que grosso modo parece corresponderse con las actuales regiones chinas de Asia Central.

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