Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica страница 34

Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica

Скачать книгу

a continuación de que Valente decidiera acoger en el Imperio a los refugiados/exiliados godos fue tan espectacular y compleja que bastante tuvo con recoger los hechos y sus consecuencias.

      Según narra Amiano Marcelino, los tervingios capitaneados por Alavivo y Fritigerno –en este momento parece que Alavivo era el hegemón de estos godos– se agruparon en la orilla norte del Danubio para solicitar pasar a Tracia y asentarse allí. De hecho, los godos de Alavivo y Fritigerno renunciaban a su anterior condición de foederati, primero porque ya no estaban bajo la autoridad de Atanarico, el responsable del foedus con el Imperio, y segundo porque al solicitar la instalación en Tracia, lejos de la línea fronteriza, entregar las armas y someterse por completo al emperador ofreciéndole además su reclutamiento ilimitado en caso de que el augusto así lo considerara necesario, se transformaban en dediticii, esto es, en sometidos al emperador sin condiciones.

Image

      Esta era la ya de por sí complicada situación militar de Valente cuando Lupicino y Máximo, los generales encargados de controlar el asentamiento ordenado y pacífico de los godos en Tracia, añadieron el desastre al caos.

      Por si lo anterior no fuera bastante, Lupicino y Máximo, las máximas autoridades encargadas de ordenar aquel caos, decidieron sacar provecho de él y comenzaron a extorsionar a los refugiados a los que cobraban cifras desorbitadas por unos abastecimientos que debían de haberles proporcionado de forma gratuita o a bajo coste. La corrupción se extendió de arriba abajo a lo largo de toda la cadena de mando romana y se hizo más violenta. En consecuencia, muchos godos, en especial campesinos desarmados, mujeres y niños, fueron sin más esclavizados y vendidos a propietarios romanos; otros grupos de refugiados se vieron obligados a vender sus ganados por cifras ridículas y pronto el hambre les obligó incluso a vender a sus hijos para evitar que perecieran de inanición. La desesperación de los godos y la perfidia de los funcionarios y oficiales romanos llegó al punto de que –según se dice– intercambiaban a los godos uno a uno por perros que, de inmediato, eran devorados por los hambrientos bárbaros.

      Migraciones masivas e incontroladas, abusos terribles sobre los emigrantes, rechazo de la población local e incapacidad de los recién llegados para integrarse en una sociedad extraña. Todo eso nos suena mucho, ¿verdad? Pero el nivel de caos y violencia del mundo antiguo está más allá de nuestra imaginación. No por su dimensión, sino por su clara inmediatez que no deja lugar a ningún artificio ni disimulo.

      Tras la derrota de Marcianópolis, las fuerzas romanas locales se vieron incapaces de controlar no ya a los seguidores de Fritigerno, sino también la línea fronteriza al completo. Aprovechando esta circunstancia, los greutungos de Alateo, Sáfrax, Viterico y Famovio pasaron el río en masa y con ellos grandes grupos de alanos, taifales, carpos,

Скачать книгу