Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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Se ha señalado también una supuesta quiebra de la disciplina y de la capacidad combativa de las legiones y tropas romanas e incluso se ha apuntado a que el equipo de los soldados romanos era deficiente y que no era ya el adecuado para luchar en orden cerrado.85 Pero lo cierto es que si la batalla se analiza no basada en presupuestos preestablecidos y paradigmas historiográficos, sino a partir del estudio cuidadoso de las fuentes primarias, se pueden establecer tres hechos incuestionables y significativos y una conclusión inevitable.
Primero que, en efecto, la caballería bárbara desempeñó un papel decisivo con su carga sobre el flanco izquierdo romano. Ahora bien, esa caballería estuvo compuesta por godos y alanos y es probable que estos últimos fueran tan numerosos como los primeros. Además, y esto es aún más importante desde el lado puramente táctico de la cuestión, esa caballería, tras las primeras cargas, desmontó en su mayor parte para continuar la lucha a pie.
Segundo, que la infantería bárbara desempeñó un papel asimismo decisivo al rechazar los primeros ataques de la infantería ligera enemiga y al sostenerse frente a la presión de la infantería pesada romana contra la que cargó repetidamente y con la que sostuvo una reñida pelea. Amiano Marcelino deja bien claro que la lucha entre las dos infanterías, la romana y la bárbara, supuso la parte central, decisiva y más sangrienta de la batalla.
En tercer lugar y más importante, el estudio de la batalla muestra que la disciplina y la capacidad combativa de los romanos fue excelente y que su armamento seguía siendo superior al de los bárbaros. Si bien es cierto que algunos grupos de godos, aquellos que habían desertado del ejército romano en Adrianópolis meses antes, estaban equipados por los propios romanos y que los mejores guerreros de Fritigerno contaban asimismo con equipo romano.
Por otro lado, algunos autores señalan que Amiano Marcelino quiso mostrar en su narración de la batalla que los romanos habían perdido su fortaleza y disciplina militar.86 No sé qué Amiano Marcelino han leído, pero no es el mismo que he leído yo. Amiano Marcelino resalta una y otra vez la solidez de las líneas romanas, el valor de sus soldados, su férrea determinación a morir combatiendo: «Las líneas chocaron entre sí como lo hacen las proas de dos naves de guerra y sus avances alternativos parecían los vaivenes de las olas del mar»87, nos dice y también: «[…] puesto que lo compacto de las formaciones quitaba toda posibilidad de huir, también los nuestros, despreciando su propia muerte, empuñaron sus espadas y mataban a sus enemigos…»88 y, también: «[…] tenían las lanzas rotas debido a los golpes continuos, se lanzaban contra las compactas tropas de los enemigos confiados tan solo en sus espadas desenvainadas y sin pensar en su propia vida […]»89. Y estos pasajes son solo tres escogidos entre otros muchos similares que pueden hallarse en el relato de la batalla dado por Amiano Marcelino.
Figura 23: Detalle de uno de los mosaicos de la mencionada villa del Casale en Piazza Armerina (Sicilia), que muestra a dos soldados armados con sendos escudos circulares, grandes y planos. El empleo desde el siglo III de este tipo de escudos estaría relacionado con el desarrollo de tácticas que requerían una línea cohesionada, con los escudos entrelazados (synaspismos), presentando un frente continuo y compacto de infantería, y es simultáneo al progresivo abandono de los pila a favor de lanzas de estoque y jabalinas.
Como puede constatarse, este autor no mostraba a unos soldados desmoralizados, indisciplinados, poco combativos o indisciplinados, sino a hombres de férrea disciplina dispuestos a morir matando y sosteniendo sus filas en una situación desfavorable que hubiera provocado de inmediato la disolución de cualquier otro ejército que no fuera el romano. No, los romanos aguantaron horas enteras peleando en orden y sin casi esperanza y eso solo se hace a fuerza de disciplina y valor.
Y ¿por qué perdieron entonces los romanos? Ahí es cuando aparece la conclusión inevitable: por culpa de la mala información y el pésimo liderazgo.
En efecto, los exploradores romanos no supieron evaluar correctamente la fuerza enemiga, un error fatal a la hora de comenzar una campaña o batalla: «algo más de 10 000 guerreros» le dijeron a Valente al evaluar las tropas de Fritigerno. Pero en Adrianópolis y en el momento decisivo, a esos «más de 10 000» seguidores de Fritigerno, se sumaron los greutungos y alanos que seguían a Alateo, Sáfrax y otros jefes menores y, con ello, casi con toda seguridad, la cifra de enemigos a enfrentar por el ejército imperial subió a unos 35 000, con lo que se triplicaban ampliamente las cifras que Valente estaba barajando cuando decidió dar la batalla.
Así que los «servicios de inteligencia» del ejército romano fallaron de una forma estrepitosa. Además, a ese error ya señalado de infravalorar la fuerza enemiga, se sumó otro igualmente fatal: los exploradores y los espías romanos no supieron ubicar correctamente las fuerzas enemigas. Y es que Valente y sus generales llegaron a la conclusión de que toda la fuerza enemiga estaba reunida en un solo punto: el campamento de carros de Fritigerno. Pero lo cierto es que no era así y que el grueso de los potenciales enemigos, la caballería tervingia y los greutungos y alanos conducidos principalmente por Alateo y Sáfrax, se hallaban a unas millas del campamento de carros de Fritigerno y, por ende, del campo de batalla. Un campo de batalla al que pudieron acudir en el momento decisivo trayendo con ellos una «sorpresa táctica decisiva» y con ella, la victoria.
¿Y el mando? Valente lo hizo todo mal. En primer lugar, porque puso por encima de las consideraciones militares, tácticas y estratégicas, las políticas. Pensaba más en su prestigio que en la batalla. Por eso no esperó a Graciano, muy cerca ya y que, de haber sumado sus fuerzas a las de Valente, habría duplicado los efectivos romanos y garantizado la victoria.
En segundo lugar, no nos extenderemos de nuevo sobre ello, Valente no aprovechó su ventaja inicial y no fue capaz de desplegar de forma acertada su fuerza y no supo controlar a su infantería ligera.
La batalla de Adrianópolis no fue la batalla de un Imperio decadente y condenado a caer ante el empuje de unos bárbaros dinámicos y renovadores.90 La prueba de ello es que el Imperio que fue derrotado, el de Oriente, aguantó y se mantuvo en pie durante mil años más. Pero sí fue el comienzo de una nueva fase en la relación entre romanos y bárbaros y, sobre todo y para el objeto de estudio de este libro, fue el comienzo de la verdadera génesis del pueblo visigodo.
La formación de pueblos en esta época está muy ligada a la aparición de líderes carismáticos y guerreros capaces de lograr triunfos notables que aportaran prestigio y bienestar a sus seguidores. Ese prestigio era lo que hacía que un tervingio, un greutungo, un alano, un sármata, un taifal o un desertor romano, por ejemplo, comenzara a identificarse como miembro de algo nuevo. Como partícipe de una nueva identidad que, conservando lo que podríamos llamar «núcleo étnico de prestigio», casi siempre aquel al que pertenecía el líder, aglutinaba elementos diversos y a menudo dispares.
Pero no sería Fritigerno, un hombre que había crecido en el viejo reino tervingio, sino