Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica страница 38

Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica

Скачать книгу

idea, como que los jinetes bárbaros basaban su superioridad en el uso del estribo, una cuestión que es una aberración cronológica, pues como es bien sabido, el estribo solo comenzó a usarse entre los pueblos germánicos y en general europeos, a partir de la llegada a la llanura panónica de los ávaros hacia el 562 y solo muy lentamente se generalizó su uso.

      Primero que, en efecto, la caballería bárbara desempeñó un papel decisivo con su carga sobre el flanco izquierdo romano. Ahora bien, esa caballería estuvo compuesta por godos y alanos y es probable que estos últimos fueran tan numerosos como los primeros. Además, y esto es aún más importante desde el lado puramente táctico de la cuestión, esa caballería, tras las primeras cargas, desmontó en su mayor parte para continuar la lucha a pie.

      Segundo, que la infantería bárbara desempeñó un papel asimismo decisivo al rechazar los primeros ataques de la infantería ligera enemiga y al sostenerse frente a la presión de la infantería pesada romana contra la que cargó repetidamente y con la que sostuvo una reñida pelea. Amiano Marcelino deja bien claro que la lucha entre las dos infanterías, la romana y la bárbara, supuso la parte central, decisiva y más sangrienta de la batalla.

      En tercer lugar y más importante, el estudio de la batalla muestra que la disciplina y la capacidad combativa de los romanos fue excelente y que su armamento seguía siendo superior al de los bárbaros. Si bien es cierto que algunos grupos de godos, aquellos que habían desertado del ejército romano en Adrianópolis meses antes, estaban equipados por los propios romanos y que los mejores guerreros de Fritigerno contaban asimismo con equipo romano.

Image Image

      Figura 23: Detalle de uno de los mosaicos de la mencionada villa del Casale en Piazza Armerina (Sicilia), que muestra a dos soldados armados con sendos escudos circulares, grandes y planos. El empleo desde el siglo III de este tipo de escudos estaría relacionado con el desarrollo de tácticas que requerían una línea cohesionada, con los escudos entrelazados (synaspismos), presentando un frente continuo y compacto de infantería, y es simultáneo al progresivo abandono de los pila a favor de lanzas de estoque y jabalinas.

      Como puede constatarse, este autor no mostraba a unos soldados desmoralizados, indisciplinados, poco combativos o indisciplinados, sino a hombres de férrea disciplina dispuestos a morir matando y sosteniendo sus filas en una situación desfavorable que hubiera provocado de inmediato la disolución de cualquier otro ejército que no fuera el romano. No, los romanos aguantaron horas enteras peleando en orden y sin casi esperanza y eso solo se hace a fuerza de disciplina y valor.

      Y ¿por qué perdieron entonces los romanos? Ahí es cuando aparece la conclusión inevitable: por culpa de la mala información y el pésimo liderazgo.

      En efecto, los exploradores romanos no supieron evaluar correctamente la fuerza enemiga, un error fatal a la hora de comenzar una campaña o batalla: «algo más de 10 000 guerreros» le dijeron a Valente al evaluar las tropas de Fritigerno. Pero en Adrianópolis y en el momento decisivo, a esos «más de 10 000» seguidores de Fritigerno, se sumaron los greutungos y alanos que seguían a Alateo, Sáfrax y otros jefes menores y, con ello, casi con toda seguridad, la cifra de enemigos a enfrentar por el ejército imperial subió a unos 35 000, con lo que se triplicaban ampliamente las cifras que Valente estaba barajando cuando decidió dar la batalla.

      Así que los «servicios de inteligencia» del ejército romano fallaron de una forma estrepitosa. Además, a ese error ya señalado de infravalorar la fuerza enemiga, se sumó otro igualmente fatal: los exploradores y los espías romanos no supieron ubicar correctamente las fuerzas enemigas. Y es que Valente y sus generales llegaron a la conclusión de que toda la fuerza enemiga estaba reunida en un solo punto: el campamento de carros de Fritigerno. Pero lo cierto es que no era así y que el grueso de los potenciales enemigos, la caballería tervingia y los greutungos y alanos conducidos principalmente por Alateo y Sáfrax, se hallaban a unas millas del campamento de carros de Fritigerno y, por ende, del campo de batalla. Un campo de batalla al que pudieron acudir en el momento decisivo trayendo con ellos una «sorpresa táctica decisiva» y con ella, la victoria.

      ¿Y el mando? Valente lo hizo todo mal. En primer lugar, porque puso por encima de las consideraciones militares, tácticas y estratégicas, las políticas. Pensaba más en su prestigio que en la batalla. Por eso no esperó a Graciano, muy cerca ya y que, de haber sumado sus fuerzas a las de Valente, habría duplicado los efectivos romanos y garantizado la victoria.

      En segundo lugar, no nos extenderemos de nuevo sobre ello, Valente no aprovechó su ventaja inicial y no fue capaz de desplegar de forma acertada su fuerza y no supo controlar a su infantería ligera.

      La formación de pueblos en esta época está muy ligada a la aparición de líderes carismáticos y guerreros capaces de lograr triunfos notables que aportaran prestigio y bienestar a sus seguidores. Ese prestigio era lo que hacía que un tervingio, un greutungo, un alano, un sármata, un taifal o un desertor romano, por ejemplo, comenzara a identificarse como miembro de algo nuevo. Como partícipe de una nueva identidad que, conservando lo que podríamos llamar «núcleo étnico de prestigio», casi siempre aquel al que pertenecía el líder, aglutinaba elementos diversos y a menudo dispares.

      Pero no sería Fritigerno, un hombre que había crecido en el viejo reino tervingio, sino

Скачать книгу