Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica

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Los visigodos. Hijos de un dios furioso - José Soto Chica

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de los efectivos romanos que debían de haber estado custodiando la frontera del Bajo Danubio no estaban allí, en Mesia, la Escitia Menor y Tracia, sino en Oriente con el emperador.

      En efecto, Valente había reunido en Siria a una buena parte de sus comitatenses para llevar a término su proyectada campaña contra Persia y los había tenido que reforzar con contingentes de limitanei sacados de aquí y allá, para hacer frente a los sarracenos de Mavia y a los saqueadores isaurios.

      Valente comprendió que debía de volver de inmediato a los Balcanes y hacerse cargo del desastre, pero no era fácil. Primero tuvo que lograr un acuerdo con Persia y ello a la par que se aseguraba de la pacificación de los salvajes montañeses isaurios y se avenía a firmar un foedus con Mavia, la victoriosa reina de los árabes tanuqh que quedó sellado con ventajosas condiciones para los árabes y con el matrimonio de la hija de Mavia con el magister equitum Víctor.

      Valente necesitaba paz y guerreros, pero también tiempo y no lo tenía. Su primer paso fue solicitar ayuda a su sobrino Graciano, a la sazón el augusto de Occidente junto con su pequeño hermano Valentiniano II. Graciano respondió leal enviando tropas desde Panonia.

      El segundo paso dado por Valente fue enviar por delante algunas legiones desde la frontera armenia hacia Tracia bajo el mando de Trajano y Profuturo que demostraron ser dos auténticos incompetentes pues llevaron a sus excelentes tropas a una ratonera en las montañas de la cordillera del Hemo, en el corazón de Tracia, donde fueron dispersadas por los guerreros de Fritigerno que logró así más fama y botín.

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      Figura 20: Detalle de uno de los mosaicos de la Villa del Casale, en Piazza Armerina (Sicilia), fechado en el siglo IV, en el que se representa un carro de transporte tirado por bueyes. Desconocemos el aspecto de los vehículos empleados por los godos, pero podemos conjeturar el aspecto que ofrecerían a partir de los paralelos romanos de la misma época. En el Barbaricum se han documentado tanto de dos como de cuatro ruedas y tanto con radios como sin ellos, lo que demuestra que, en transportes, su tecnología era bastante pareja a la de los romanos. El círculo de carros empleado por los godos en Adrianópolis bien pudo estar formado por vehículos similares a este.

      Nos estamos deteniendo en narrar con cierto detalle los acontecimientos previos a Adrianópolis por dos razones: primero para hacer bien visible al lector que no se trató de una contienda entre tervingios y romanos, ni tan siquiera entre godos y romanos, sino entre una confusa multitud de bandas procedentes de pueblos muy diversos y, a menudo, ni siquiera germánicos y las tropas imperiales. En efecto, ya hemos listado a tervingios, greutungos, alanos, hunos, taifales, carpos, sármatas roxolanos, hérulos, boranos y esciros entre los invasores y es muy probable que también hubiera gentes de otros grupos. Alanos, hunos, carpos y sármatas no eran germanos y los taifales y boranos es probable que solo lo fueran a medias; en segundo lugar, demostrar que los grupos godos carecían de unidad de mando. A menudo, los historiadores, al simplificar los acontecimientos despreciando la complejidad de las operaciones bélicas, presentan la falsa imagen de una única y homogénea masa de bárbaros moviéndose al unísono por Tracia hasta ser enfrentada por Valente en los campos de Adrianópolis. Como podemos ver, aunque es cierto que Fritigerno logró destacar entre los otros dirigentes godos que operaban en los Balcanes, ni era el único jefe godo, ni su grupo era el único que se desplazaba y combatía por la región.

      Se trató pues de una caótica contienda emprendida sin coordinación ni jefatura suprema por grupos a cuya cabeza había una multitud de jefes/reyes,

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