Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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Sin embargo, las victorias de Aureliano sobre los godos no impidieron que el emperador reconociera en el 271 de iure y de facto que Dacia, la Dacia conquistada por Trajano, estaba definitivamente perdida.51 Y es que Aureliano, enfrentado a una invasión alamana en Retia y al desafío de Zenobia, la viuda de Odenato que acababa de conquistar Egipto y someter casi toda Asia Menor, no contaba con tiempo, ni con fuerzas para reconquistar Dacia. Se limitó, pues, a guarnecer bien el limes danubiano y a conformarse con mantener al otro lado a los godos, trasladando al sur del río a docenas de miles de civiles romanodacios y fundando para ellos una nueva Dacia entre las dos Mesias: Dacia Aureliana.
El emperador fue el primero desde los días de Gordiano III (238-244) que logró mantener el orden en los Balcanes y restablecer la seguridad en las costas del mar Negro. Su capacidad se demostró de forma fulgurante en el aplastamiento del Imperio de Palmira que sometió por completo, restaurando así el Oriente romano y en la sumisión, asimismo, completa del Imperio galo que fue reintegrado al Imperio. Al llegar el año 275, la gravísima crisis que se abrió con la muerte de Decio ante los godos, 251, y la captura de Valeriano por los persas, 260, se había superado y Roma volvía a ser fuerte y a estar unida bajo un solo emperador.
Cuando Aureliano celebró sus triunfos en Roma no solo arrastró tras de sí a la bella Zenobia y al entregado emperador galo Tétrico, sino también a muchos jefes godos y, para delirio de los espectadores romanos, a diez mujeres godas que, capturadas durante los combates con las armas en la mano y vestidas como guerreros, marchaban tras su vencedor encabezadas por un cartel que anunciaba que eran amazonas.52
Tácito y Floriano, los inmediatos sucesores de Aureliano, demostraron el poderío romano reconstituido al obtener grandes victorias sobre los godos que, desde las regiones septentrionales del mar Negro y poniendo como excusa que habían sido convocados por el difunto Aureliano para participar como aliados en su inminente guerra contra Persia, asaltaron las costas de Asia Menor y se internaron por el Ponto hasta Capadocia y Galatia e incluso llegaron hasta Cilicia. Otros grupos, en colaboración con los sármatas alanos, lanzaron también expediciones a través del Cáucaso. Ninguna fue afortunada y entre los años 275 y 276 todas fueron aplastadas.53
Probo (276-282), Caro (282-283) y Carino (283-284) batallaron con éxito en Panonia, pero no contra los godos, sino contra sármatas y cuados.
Diocleciano, Maximiano y Galerio apenas si tuvieron que hacer frente a los godos, solo se registra una campaña en los años 294 y 295, pero sí tuvieron que combatir de forma reiterada a sármatas, carpos y bastarnos, señal inequívoca de que los godos, tras tantas derrotas, aflojaban la presión sobre el limes romano y de que, tras la cesión de Dacia, tenían un nuevo vector de expansión.
En efecto, cuando Diocleciano enfrentó a los sármatas roxolanos y yaciges en el año 285, estos se estaban viendo empujados por los godos y solicitaban, o bien ayuda contra sus enemigos para recuperar sus tierras, o bien derechos de pasto en las provincias romanas fronterizas que paliaran la pérdida de pastizales a manos de los godos. Diocleciano se negó a ambas reclamaciones y combatió, con éxito variable, a los sármatas en los años 285, 288-289 y 294-295, y contra los carpos en 295-297 sometiendo a gran número de ellos y deportándolos a Panonia Superior para asentarlos allí como colonos, y adjudicándose los títulos de sarmaticus maximus y carpicus maximus por sus victorias sobre estos pueblos. También Galerio tuvo que lidiar con carpos, sármatas y bastarnos entre los años 299 y 302 obteniendo señaladas victorias sobre los sármatas y carpos que, empujados por los godos, buscaban hacerse con nuevas tierras al sur del Danubio.54
Los godos no solo no dieron excesivos problemas al Imperio en estos años, sino que precisamente en época de Diocleciano y Galerio miles de ellos se sumaron al ejército romano para alistarse en las campañas contra Persia del 295 al 298.55
Por otra parte, Diocleciano logró reforzar la frontera danubiana y eso desalentó y contuvo a los godos. El augusto fundó nuevos fuertes al norte del río y destinó al sector danubiano del limes a 14 legiones, una fuerza imponente que, junto con el asentamiento de nuevos pobladores, por ejemplo, gentes de Asia Menor, y de colonos bárbaros sometidos al Imperio, mesogodos y carpos, y una mejora de las condiciones económicas, restableció y reactivó la seguridad y prosperidad de las provincias ilíricas y tracias del Imperio.
Por supuesto, los godos, en plena fase de expansión contra sármatas, bastarnos, carpos y vándalos, no tardaron mucho en reponerse de las terribles y continuas derrotas sufridas frente a los romanos entre el 267 y el 276. De modo que, en cuanto Diocleciano abdicó, y la muerte de uno de sus augustos sucesores, Constancio Cloro, trajo consigo la «ilegal» proclamación de su hijo Constantino en Britania como augusto, y con ello se abrió de nuevo «la caja de los truenos» de las guerras civiles, los godos trataron de sacar partido de la nueva situación de vulnerabilidad de los romanos, bien atacando de nuevo al Imperio, bien interviniendo no solo como mercenarios en los ejércitos romanos enfrentados entre sí, sino también como aliados de un bando o de otro y, por ende, tratando de sacar partido de la posible victoria obtenida con su concurso.
En el 319 los godos rompieron las defensas adelantadas que Diocleciano y Galerio habían construido en el Danubio durante sus campañas contra sármatas, carpos y bastarnos e irrumpieron en Mesia y Tracia. Constantino, a la sazón en Tesalónica y vencedor de Licinio en la primera de las dos guerras civiles que mantendrían, acudió de inmediato a taponar la brecha, pero en vez de enfrentarse en batalla con los invasores, los convenció de que para ellos sería mejor retirarse y liberar a los cautivos romanos que habían apresado durante su incursión. Puesto que buena parte de los destrozos y saqueos cometidos por los godos se habían perpetrado en Tracia y esta seguía bajo la autoridad de Licinio, este se mostró ofendido por semejante pacto.56
Ofendido o no, Licinio buscó entonces el apoyo de los godos en su nueva guerra contra Constantino. El rey Alica, un jefe godo, le prestó todo su apoyo y sus guerreros se destacaron mucho en la defensa de Calcedonia y en la batalla de Crisópolis en el 324.57
Pero Alica y sus godos no pudieron impedir la derrota de Licinio y el Imperio estuvo de nuevo unificado y de nuevo proyectó su poder hacia las fronteras. Estas estaban en alerta. Al otro lado del limes, en lo que antes del año 271 habían sido las tres provincias de la Dacia romana y en las estepas panónicas de los sármatas yaciges, los godos seguían presionando a los carpos y a los sármatas. Estos últimos que, tras haber sido derrotados por Constantino en el 323 se consideraban «clientes» del Imperio, recurrieron al augusto en demanda de auxilio. El emperador no podía permitir que los godos siguieran creciendo en poder. Ahora se estaban agrupando en una suerte de confederaciones tribales similares a las ya desarrolladas en el siglo anterior, el tercero, en las regiones renanas por las tribus germanas occidentales y que habían dado como resultado la aparición