Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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Las guerras civiles y los cambios en el trono que se dieron en el año 253 animaron a godos, carpos, boranos y urugundos a volver a cruzar las fronteras romanas. En el 254 algunas de sus bandas cayeron sobre Mesia y Tracia y luego alcanzaron Macedonia en donde pusieron en graves aprietos a Tesalónica que, con gran valor, logró resistirles. No se retiraron, sin embargo, sino que, dejando de lado la invicta Tesalónica, saquearon Tesalia, Épiro y Grecia Central, forzaron el paso de las Termópilas que guarnecía una fuerza romana y llegaron a presentarse ante las apresuradamente restauradas murallas de Atenas, para terminar obligando a las ciudades del Peloponeso a reclutar a toda prisa milicias urbanas y a fortificar el istmo de Corinto en donde al fin fueron detenidos y rechazados.41
En el 255, otros grupos godos, en coalición con los boranos y con toda probabilidad supeditados a ellos, se echaron al mar en las costas septentrionales del mar Negro con el auxilio de naves y marineros grecoescitas y trataron de tomar al asalto la fortaleza de Pisius (actual Pitsunda, en la costa de Georgia). La ciudad, aunque perteneciente al reino del Bósforo Cimerio, contaba con una guarnición romana, a la sazón bajo el mando de un tribuno, Sucesiano. Este sacó el máximo partido de las formidables murallas de Pisius e infligió a godos y boranos una terrible derrota. Grande tuvo que ser en verdad la victoria de Sucesiano, pues ese mismo año 255 fue llamado por el augusto Valeriano, que se hallaba en Antioquía organizando la contraofensiva romana contra Persia, y promovido al cargo de prefecto del pretorio.
La derrota de Pisius no desalentó a las bandas de piratas godos y boranos que en el año 256 regresaron y, tras saquear los santuarios del río Fasis (el actual Rioni, en Georgia), el mismo del que según la leyenda se llevaron el vellocino de oro Jasón y los argonautas, atacaron de nuevo las murallas de Pisius. Esta vez, sin tener a su mando al hábil Sucesiano, las gentes y la guarnición de la fortaleza sucumbieron y Pisius fue saqueada a sangre y fuego.
Tras este éxito, embarcados de nuevo, los boranos y godos pusieron rumbo al sur y alcanzaron Trebisonda (Trabzon, en Turquía) y su rica región. Las gentes del Ponto huían a su paso y buscaban refugio en la formidable Trebisonda que, con su doble muralla, se consideraba inexpugnable.
Pero no son las murallas, sino los hombres, los que defienden una ciudad y la guarnición romana de Trebisonda estaba tan segura de sus defensas que descuidó su vigilancia. Aprovechando esto, los godos arrimaron dos grandes troncos de árbol a las murallas y los usaron a modo de primitivas escalas por las que fueron trepando a los muros. Al percatarse de que los guerreros bárbaros inundaban ya la ciudad, muchos soldados, en vez de tratar de repeler el ataque, huyeron aterrorizados dejando que el resto de sus compañeros pereciera y con ellos multitud de ciudadanos y refugiados. Los templos fueron incendiados y miles de cautivos encadenados y llevados a los barcos godos que se atestaron de botín y esclavos.
Al comprobar con cuanta riqueza volvían los expedicionarios a sus norteñas tierras, otras bandas guerreras de godos y boranos decidieron hacer ellos también fortuna. En el año 257, tras proveerse de barcos con ayuda de los cautivos, a los que obligaron a construirlos, y de comerciantes romanos sin escrúpulos, se dirigieron hacia la desembocadura del Danubio, marchando unos por tierra y otros por mar. Atravesaron el limes sin dificultad y saqueando alcanzaron las proximidades de Bizancio, donde convencieron a los pescadores locales de que les ayudaran a pasar a su infantería al otro lado, pues no contaban con barcos para toda su gente. Al otro lado del Bósforo se encontraba un potente ejército romano destinado allí por Valeriano que, todavía en Antioquía, lidiaba con los persas. Pero los legionarios huyeron antes de trabarse en combate con los bárbaros y dejaron el país abierto y sin defensa. Los godos saquearon Calcedonia, Nicomedia, Nicea y Prusas (Bursa) y marcharon hacia Cícico (Aidinjik, Turquía) que no pudieron tomar por la súbita crecida del río de la ciudad.
Sin que nadie les importunara, llevando tras ellos largas cordadas de miles de cautivos, los godos cruzaron de nuevo el Bósforo sin que la nutrida guarnición romana de Bizancio, ni las naves de la classis del Ponto se atrevieran a impedirles el paso. Luego, atravesando las anteriormente devastadas Tracia y Mesia, cruzaron el Danubio y regresaron a sus tierras.42
Mientras tanto, por esos mismos años 256 y 257 y durante los años 258 y 259, en Dacia, Tracia y el Ilírico, desde Grecia a la frontera de Italia, continuaron, asimismo, las incursiones de godos, boranos, carpos y urugundos. Desde el norte se les sumaron sármatas, marcomanos, asdingos, silingos y cuados y Galieno, el hijo del augusto Valeriano y su coemperador, se las vio y deseó para salvaguardar Rávena. Pese a todo, bandas de godos, alamanes, marcomanos y cuados penetraron en Italia y pusieron en peligro hasta a la mismísima Roma cuyo senado tuvo que reclutar a toda prisa a todos los hombres útiles de la ciudad y presentarlos en formación de batalla ante las hordas invasoras para desalentar a estas últimas y alejarlas de la urbe.
En las Galias, francos y alamanes lograron romper las defensas romanas y en el año 259 alcanzaron incluso Hispania en donde Tarraco fue arrasada por los francos y donde estos últimos y los alamanes destruyeron y mataron durante doce años, viviendo sobre el terreno y llegando incluso a apoderarse de naves para pasar a África y continuar allí sus devastaciones y correrías.43 Roma nunca había estado tan asediada, ni tan cerca de perecer y, sin embargo, aún quedaba lo peor.
Y es que, en el año 260, en Edesa (Urfa, en el sudeste de la actual Turquía), Valeriano, el augusto principal, fue derrotado por el shahansha Sapor I quien, cuando Valeriano trataba de negociar la paz, lo apresó junto con miles de sus legionarios. Sabemos que este último, como antes ocurriera con Gordiano III y Filipo el Árabe, contaba entre sus filas con miles de aliados o mercenarios godos y ello señala que Roma no solo estaba combatiendo sin descanso a los godos, sino que también pactaba con ellos y trataba de utilizar su fuerza bélica.
De nada le sirvieron esos guerreros godos a Valeriano. Fue llevado a Ctesifonte y durante años sirvió de escabel al rey de reyes Sapor I, quien tenía a bien servirse de la espalda del cautivo emperador romano para apoyar en ella el pie y subir así con más comodidad a su caballo. Con el tiempo, el rey de reyes de Persia se cansó de humillar al augusto Valeriano y ordenó que lo desollaran y curtieran su piel que fue pintada de rojo y se rellenó de paja para colgarla del techo del Gran Templo del Fuego de los guerreros, el actual Tep Suleyman, en el noroeste de Irán, en donde quedó expuesta como tétrico trofeo.44
Fue el caos en medio de la destrucción. Galieno vio limitada su autoridad por mor de la sublevación de Póstumo en las Galias y por la independencia de facto de Odenato en Oriente. Con tan solo un tercio de los recursos del Imperio en sus manos dedicó todos sus esfuerzos a defender Italia y los Balcanes de los continuos asaltos de los godos, alamanes y demás tribus norteñas.
Fueron «años salvajes» para los godos. Entre los años 261 y 270 sembraron el miedo y la destrucción desde Creta y Rodas, a Dacia y desde las fronteras orientales de Italia al Ponto y la Cólquide. Las bandas guerreras y las hordas godas se mezclaron y aliaron durante estos años con grupos de hérulos y carpos.
Figura 9: Relieve rupestre de Naqsh-e