Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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como pene mágico? Ni siquiera Nate tiene eso, por muy bien dotado que esté.

      –No confío en él. No me gusta.

      –Nunca lo has conocido –replicó Annie, sintiendo una extraña urgencia por defender a su marido–. Estás dejando que la paranoia de mamá te influya.

      –Y tú estás dejando que el pene mágico te influya a ti.

      Annie suspiró.

      –Por favor, deja de llamarlo así.

      –¿Entonces es por el dinero?

      Annie se quedó boquiabierta un momento antes de poder responder. El dinero nunca había sido importante para ella en su relación con Nate. Ella ganaba mucho jugando al póquer, no necesitaba la fortuna de Nate.

      –Esto no tiene nada que ver con el dinero, Tessa. ¿Cómo puedes preguntarme algo así?

      –De acuerdo, si tú lo dices…

      Furiosa, Annie bajó la mirada. A Tessa se le daba fatal adivinar lo que pasaba por la cabeza de los demás. Hasta que no aprendiera a hacerlo mejor, no tenía mucho futuro en el póquer.

      –¿Has terminado de comer?

      –Sí –repuso Annie.

      –Es temprano todavía. No tengo ningún plan hasta la fiesta de esta noche –señaló Tessa, después de mirarse el reloj–. ¿Qué te parece si jugamos un poco? Puede ser divertido. Hace una eternidad que no juego contigo.

      * * *

      –Su hermana no tiene ni idea.

      Nate asintió ante el comentario de Gabe mientras observaban cómo ambas jugaban al póquer desde la sala de monitores. Él también se había dado cuenta de que Tessa no estaba jugando bien. Todavía no había ganado ni una sola mano.

      –Annie es muy buena. Incluso puede hacer que el Capitán parezca un novato –señaló Nate con cierto orgullo. Seguía admirando a Annie por haber llegado tan lejos en un terreno dominado por hombres como el Capitán.

      El Capitán era famoso en el mundo del póquer por su gorra blanca de oficial de la marina y sus camisas hawaianas. Pretendía hacerse pasar por oficial retirado, aunque una vez había admitido en secreto delante del abuelo de Nate que se había comprado la gorra en una tienda de segunda mano en 1979.

      Como jugador, el Capitán era irritante y excéntrico, pero muy bueno. En los últimos treinta años, había ganado cuatro campeonatos y llegaba casi siempre a la final. Era conocido por agobiar a sus oponentes hablando. No paraba de contar viejos cuentos de sus días como marino, aburriendo a todo el mundo con anécdotas del mundo de la navegación.

      Su estrategia, sin embargo, funcionaba bien. Sus oponentes perdían la concentración cuando se topaban con él. Les pasaba lo mismo a los jugadores que se enfrentaban a Annie, aunque por razones muy diferentes. Ella era capaz de acelerar el pulso de cualquier hombre y hacerle olvidar cómo jugar.

      Nate podía comprenderlo. Era una mujer irresistible. La verdad era que no sabía cómo había podido estar tanto tiempo con ella con nada más que un beso. Esa semana iba a ser una tortura para los dos.

      Tragando saliva, se removió en su asiento, incómodo por la excitación que Annie siempre le causaba. Solo de verla le daban ganas de tocarla. Y cada vez le costaba más fingir indiferencia ante ella.

      La deseaba. No quería seguir casado con ella, ni vivir con ella. No quería sentir nada, solo necesitaba tocarla y saciar su hambre. Quizá, no pasaría nada si lo hacía. Solo era sexo. La última vez que se habían acostado juntos, había sido increíble. ¿Por qué no recuperar aquella conexión física antes de volver a separarse? Seguro que podía acostarse con ella sin perder la cabeza.

      Esa noche se celebraba la fiesta de bienvenida del campeonato. Habría mucha bebida, iluminación suave y música sensual para calentar motores para la semana.

      Por supuesto, llevar a Annie a su lado hacía que la fiesta le resultaba mucho más atractiva. Al imaginársela con un vestido ajustado a su voluptuoso cuerpo, riendo mientras sorbía su copa… Quizá, podría rodearle la cintura con el brazo y llevarla a la pista de baile. Luego, la apretaría contra su pecho y le daría un suave beso en el cuello…

      Haciendo un esfuerzo, Nate trató de concentrarse en los monitores.

      Afilando la mirada, meneó la cabeza. Tessa era malísima. No tenía ninguna intuición. Al parecer, Annie no estaba aprovechándose de su hermana, ni la estaba machacando en el juego como podría hacerlo.

      –Annie parece muy incómoda –señaló Nate. Por lo general, estaba a sus anchas en la mesa de juego, pero esa noche, no. Estaba pálida, se movía mucho en su asiento, tenía los hombros caídos y los músculos tensos. No dejaba de mirar a su alrededor a los otros jugadores.

      –Quizá está nerviosa por estar espiando –opinó Gabe–. Puede ser mucha presión para ella. Y si… –comenzó a añadir, pero se interrumpió, mirando al panel de control con el ceño fruncido.

      –¿Qué pasa?

      –El micrófono está fallando. Hemos perdido conexión. Debe de haberse desconectado.

      Nate se alegró de que estuvieran haciendo la prueba antes del campeonato.

      –Iré a por Annie para ajustarlo.

      Cuando se acercó a la mesa de póquer, Tessa había terminado de jugar. Estaba sentada junto a su hermana, observándola con atención. Al verlo llegar, Tessa se giró hacia él y lo miró de arriba abajo con hostilidad. ¿Qué le habría contado Annie a su hermana para que lo odiara tanto sin ni siquiera conocerlo?

      Para llamar la atención de Annie, Nate pegó el pecho en el respaldo de su banqueta. Ella se puso rígida antes de darse cuenta de quién era.

      –Me preguntaba dónde te habías metido –dijo ella, echándose hacia atrás.

      Su olor a perfume especiado y a champú envolvió a Nate, haciendo que le subiera la temperatura.

      –Cuando termines esta mano, necesito verte en privado –indicó él, y se acercó a su oído para que Tessa no pudiera escucharlo–. Para hacer unos ajustes.

      Annie asintió y, cuando le llegó el turno, echó su carta con rostro impasible, haciendo que el jugador que tenía enfrente se removiera nervioso en su asiento.

      Entonces, Nate se inclinó y posó un suave beso en la oreja de su mujer.

      –¿No vas a presentarme a tu hermana? –le susurró él.

      Al instante, Annie se puso tensa. Esperó unos segundos más a que el otro jugador mostrara sus cartas, se llevó lo que había ganado y se giró hacia él.

      –Nate, esta es mi hermana pequeña, Tessa. Tessa, este es… –comenzó a decir Annie e hizo una pausa, esforzándose en pronunciar la palabra–. Mi marido, Nate.

      Nate le tendió una mano que Tessa aceptó sin mucho entusiasmo.

      –Un placer conocer por fin a alguien de la familia

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