Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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detallista.

      En cuanto Annie entró, varios amigos se acercaron para saludarla.

      –¡La Barracuda! –exclamó Benny el Tiburón, contento de verla.

      El Capitán le dio un gran abrazo de oso, mientras Eli le ofrecía invitarle a tomar algo.

      Annie declinó su ofrecimiento, aunque la apresaron unos momentos con su charla. Eran hombres muy ruidosos y parecían tener muchas cosas que contar, como si no se hubieran visto en Atlantic City hacía un mes. El Capitán se había puesto su mejor camisa hawaiana y los demás habían optado por trajes de chaqueta en vez de los vaqueros y camisetas que solían llevar.

      La mayoría había oído los rumores de lo suyo con Nate y todos querían conocer los detalles. Aquella era la gente que mejor la conocía y, por eso, a todos les sorprendía ver una alianza en su dedo.

      Annie tomó la copa que Eli le tendió para brindar por su matrimonio y charló un rato con ellos antes de excusarse e ir a buscar a Nate.

      Annie vio a Tessa. Su hermana estaba muy guapa con un vestido verde de satén, sin tirantes. Llevaba el pelo suelo sobre los hombros, como una cascada de fuego. Ella siempre había tenido celos del cabello pelirrojo de Tessa. Además, con solo veintidós años, se había convertido en una mujer muy hermosa.

      A su lado, un hombre la rodeaba de la cintura. Cuando el hombre giró el rostro, Annie se dio cuenta de que era Eddie Walker. Furiosa, se dijo que no podía dejar que ese bastardo tocara a su hermana.

      Sin pensárselo, atravesó la pista de baile y tomó a Tessa de la muñeca.

      –¡Eh! –protestó Tessa, sin moverse de su sitio, mientras Eddie seguía sujetándola de la cintura.

      –Tessa, ven conmigo ahora mismo –ordenó Annie, reproduciendo sin querer el tono de su madre cuando las castigaba.

      –No –negó Tessa, agarrándose con más fuerza a Eddie.

      –No te pongas en evidencia, Annie. Esto es una fiesta –dijo Eddie con sonrisa de gallito–. Es mejor que no te metas.

      –No me digas lo que tengo que hacer. Tessa es mi hermana y no voy a dejar que esté con un tipejo como tú –replicó Annie, lanzándole dardos con la mirada.

      Entonces, Eddie soltó a Tessa y su hermana se la llevó a un rincón apartado.

      –¿Qué te pasa? –se quejó Tessa, soltándose de su mano.

      –¿A mí? ¿Qué te pasa a ti? ¿Qué haces con Eddie Walker?

      –Mira quién habla, señora Reed –respondió Tessa con gesto desafiante.

      –No me refiero a eso. Eddie es… –dijo Annie, sin poder encontrar las palabras.

      –¿Maravilloso?

      –No. Es un sucio y apestoso tramposo.

      Tessa abrió mucho los ojos un momento, quedándose boquiabierta. Al parecer, le sorprendió que su hermana supiera lo que se traía entre manos en las mesas de juego. Quizá, él la había convencido de que su reputación estaba intacta.

      –Por favor, no te mezcles con él.

      –Es demasiado tarde, Annie. Llevo seis meses saliendo con él.

      ¿Seis meses? ¿Cómo podía haberlo ignorado durante tanto tiempo?, se preguntó Annie. Sin duda, su hermana debía de haber hecho lo imposible para ocultárselo.

      –No es un buen tipo, Tessa.

      –Venga ya. Lo que pasa es que estás celosa.

      –¿Por qué iba a estar celosa? No es un buen partido, Tess. Tú lo conoces desde hace seis meses, yo desde hace seis años. Todo el mundo sabe que hace trampas a las cartas. Lo que pasa es que todavía no lo han pillado.

      La expresión de Tessa brilló con orgullo. ¿En serio se enorgullecía de que su novio fuera tan listo que no lo hubieran pillado todavía? Eso cambiaría con Nate. Él no toleraría que hicieran trampas en el hotel. Y Annie estaba allí para ayudarle a detener a los tramposos.

      –Sé lo que hago.

      Annie suspiró. No tenía sentido seguir discutiendo. Tessa era muy obcecada y, si le decía que no podía hacer algo, solo serviría para animarle a hacerlo. Además, si la presionaba, su hermana se cerraría en banda y ella necesitaba estar a su lado, sobre todo en esos momentos.

      Tessa estaba jugando con fuego. ¿Cuánto tiempo tardaría en quemarse?

      Annie sabía que era su última oportunidad de advertir a su hermana antes de que Gabe pudiera escuchar todas sus conversaciones.

      –Ten cuidado. No te involucres demasiado con él.

      Tessa exhaló con fuerza y asintió, aliviada porque su hermana dejara el tema.

      –No me involucro demasiado con ningún hombre –aseguró la hermana pequeña de Annie con una sonrisa–. Deberías saberlo. Tú tampoco solías hacerlo.

      Nate se miró el reloj. La fiesta había empezado ya hacía una hora y Annie tenía que estar en alguna parte. Él había estado alerta por si la veía, pero no había señal de ella. Había creído que no podía pasarle desapercibido ese vestido azul, pero no había contado con que asistiera tanta gente.

      Entonces, la vio.

      Annie se alejaba de la puerta del baño, dejando a su hermana detrás de ella.

      Nate se quedó sin respiración. El color azul de su vestido resaltaba su pelo negro azabache. Los pechos, firmes y altos, se movían de forma tentadora bajo la tela mientras caminaba, recordándole que no llevaba nada debajo. Corto por la rodilla, además, el atuendo dejaba ver unas pantorrillas perfectas y unas sandalias cubiertas de lentejuelas.

      En ese instante, las resistencias de Nate se fueron al traste. Se acostaría con Annie esa noche, sin importarle las consecuencias. No podía seguir luchando contra el deseo que lo invadía.

      Ella estaba preciosa… y parecía agitada. Tenía la piel sonrojada, el ceño fruncido, la mandíbula tensa. No era algo habitual en ella.

      Tras hacer un gesto al camarero para que le rellenara la copa, Nate se acercó con las bebidas en la mano. Ella estaba apoyada en una de las barras, con la cabeza entre las manos.

      –Aquí tienes tu refresco –le ofreció él–. Puedo pedirle a Mike que le añada un chorro de ron, si lo necesitas.

      Annie se levantó de golpe y su rostro volvió a tornarse frío y distante.

      –¡Ay! Me has asustado –dijo ella, y esbozó una sonrisa forzada, tomando el vaso que él le ofrecía–. Gracias. El ron no será necesario.

      Nate la besó en la mejilla y la rodeó con un brazo por la cintura. Sorprendido, se dio cuenta de que el vestido estaba descubierto por detrás, al tocarle la piel sedosa y cálida. Le recorrió la espalda con suavidad, para comprobar hasta dónde llegaba la abertura, justo al comienzo del trasero.

      –Deberías

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