Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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nos vemos en la fiesta, Tessa –señaló Annie, levantándose–. Nate y yo tenemos que ocuparnos de unos asuntos.

      –De acuerdo. Yo me voy arriba para prepararme para esta noche.

      –Lo siento –se disculpó Annie, cuando su hermana se hubo ido–. Ella creyó que me había vuelto loca cuando nos casamos. La idea de que haya vuelto contigo le parece inconcebible.

      –No me preocupa lo que piense. Vayamos a algún sitio privado.

      –¿A la habitación?

      –No, tengo que hacer un par de cosas aquí antes de ir arriba a ducharme –contestó él, la tomó de la mano y la llevó al pasillo que conectaba la zona de juegos con la parte más antigua del casino. Era una zona donde apenas iban los clientes, más interesados en las mesas de cartas.

      Apoyando a Annie contra pared, deslizó la mano tras su espalda para comprobar la batería. La luz roja estaba encendida y el cable conectado.

      –Debe de ser el micrófono.

      –Eso está… entre mis pechos –dijo ella, abriendo mucho los ojos.

      –Quizá lo está pisando tu sujetador –señaló él y le metió la mano debajo del jersey, deslizando un dedo por su estómago, hasta el borde del sujetador–. No estoy seguro dónde…

      Por el rabillo del ojo, Nate percibió que alguien se acercaba. Sin titubear, se inclinó hacia delante, la besó y posó la mano en su pecho.

      Annie se sobresaltó ante el repentino movimiento, pero le siguió la corriente. Le rodeó el cuello con los brazos y se apoyó contra él.

      Enseguida, la persona que había pasado a su lado desapareció, pero el beso no hizo más que crecer en intensidad. Ella le mordisqueó el labio, mientras él la penetraba con su lengua, saboreándola.

      Sin poder contener un gemido, Nate se dijo que debía tener cuidado, si no quería terminar tomándola sobre la mesa más cercana. Se obligó a apartarse, rompiendo la poderosa conexión que había entre ellos.

      –Cielos –murmuró él.

      –Sí. ¿Crees que ahora ya funciona el micrófono?

      Gabe respondió por el receptor que Nate llevaba en la cintura.

      –Todo bien. No tan bien como vosotros dos.

      Annie se apartó, se colocó la blusa y se limpió el carmín de los labios.

      –Me voy –dijo ella y comenzó a caminar con paso incierto hacia la caja para cobrar las fichas que había ganado.

      Tomando aliento, Nate se giró para no verla marchar. No quería perderse ante la visión de su precioso trasero y sus caderas meciéndose al caminar. Si lo hacía, tal vez, tendría que llevarla a la cama de su habitación para devorarla.

      Capítulo Cinco

      La suite estaba silenciosa cuando Annie entró. Había esperado que Nate estuviera allí, pero no había señales de él. Mucho mejor. Necesitaba vestirse sin distracciones. Ya había perdido demasiado tiempo abajo, esperando que Nate terminara de ducharse y arreglarse.

      Su beso en el casino había sido una excusa para que nadie descubriera lo que estaban haciendo. Sin embargo, cuando él la había tocado, el mundo había desaparecido a su alrededor. Estaba claro que la poderosa atracción que los unía era más fuerte que los miedos de ella o que el rencor de él. Nada de eso importaba cuando se tocaban.

      Pronto, acabaría acostándose con él, reconoció para sus adentros. Y lo haría encantada. Pero no debía ir más lejos. No podía soñar con la reconciliación, ni con tener un futuro juntos. Ahí era donde se había equivocado la última vez.

      Al entrar en el dormitorio, Annie vio el traje de Nate sobre la silla. El espejo del baño seguía empañado. Él acababa de estar allí.

      Con aire ausente, comenzó a vestirse. Sacó un par de medias de encaje del cajón y unas braguitas de seda. No podía llevar sujetador con ese atuendo, así que tampoco podría llevar el micrófono. Se quitó la batería que llevaba pegada a la espalda y la dejó en la mesilla.

      Cuando iba a sacar el vestido del armario, oyó un suave gemido a su espalda.

      –Maldición.

      Girándose, vio que Nate estaba en la puerta. Ella llevaba solo las braguitas y las medias puestas, pero no se preocupó en cubrirse. No era una persona vergonzosa. Además, él ya había visto y tocado cada centímetro de su cuerpo. Por otra parte, al dejar que viera lo que iba a llevar debajo del vestido, la desearía todavía más durante la noche.

      Aunque ella también iba a sufrir lo suyo, porque Nate tenía un aspecto increíble con su esmoquin. En vez de corbata, se había puesto una camisa color marfil sin cuello con un botón negro en la parte superior. Llevaba un pañuelo a juego en el bolsillo de la solapa. Por supuesto, era un traje hecho a medida, que le quedaba como un guante.

      Annie ansió apretarse contra esa camisa y enredar los dedos en su pelo rizado. Se le endurecieron los pezones solo de pensarlo. Sin embargo, no podía hacerlo. Nate debía asistir a la fiesta. Él era el anfitrión.

      Fingiendo desinterés, se dio media vuelta y se dirigió al armario.

      –¿No sabes llamar a la puerta?

      –Es mi casa. No tengo por qué llamar.

      Annie se agachó para recoger los tacones, sacó el vestido del armario y se volvió hacia él.

      –¿Te gusta? –preguntó mostrándole el vestido. Era un traje corto, de color azul, con un cuello de brillantes plateados. La espalda estaba abierta y terminaba justo encima del trasero.

      –Mucho –respondió él con voz tensa–. Va a juego con tus ojos.

      –¿Vas a quedarte ahí mirando cómo me visto?

      Nate lo pensó un momento, sin dejar de contemplarla con intensidad.

      –No… Solo quería decirte que te espero abajo. Quiero asegurarme de que está todo preparado.

      Annie asintió.

      –Nos vemos dentro de un rato.

      –¿Te pido algo de beber?

      –Un refresco sin azúcar –respondió ella con una sonrisa. Lo último que necesitaba era repetir la escena de la noche anterior con el champán–. Gracias.

      Nate sonrió también, tal vez pensando lo mismo que ella. La recorrió con la mirada una vez más, antes de desaparecer por la puerta.

      Media hora después, bajó a la sala de baile donde iba a celebrarse la fiesta. Esa noche, estaba reservada a las personas inscritas en el campeonato. La mayoría de los asistentes iba acompañado de su pareja. Eso disminuiría el número de invitaciones a bailar que solía recibir, se dijo, aliviada.

      Era un deporte dominado por los hombres y no siempre había lugar para sus mujeres

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