Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence Ómnibus Deseo

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tachar a Mike Stewart directamente –señaló ella con rostro inmutable–. Y a Bob Cooke.

      –¿Cómo puedes estar tan segura? –quiso saber Gabe.

      Annie le lanzó una mirada letal.

      –Me habéis metido en esto porque conozco a los jugadores. Si contradices todo lo que digo, no tiene sentido. Te estoy diciendo que no son tramposos.

      –Yo no te he metido en esto, ha sido Nate. Personalmente, no creo que podamos confiar en ti. Aseguras que son legales, pero no tenemos forma de saber si solo lo dices para proteger a tus amigos o cómplices –la acusó Gabe.

      Annie suspiró, meneando la cabeza.

      –No son mis amigos, ni mis cómplices. Para que lo sepas, Mike es un pervertido que engaña a su mujer. Intenta ligar conmigo en todos los campeonatos, incluso cuando ella lo acompaña. Pero no hace trampas en el póquer. Bob es bipolar y sus jugadas dependen de si ha tomado la medicación o no. Revisa tus fuentes de información –le espetó ella, devolviéndole la lista.

      –¿Y qué dices de Jason Devris?

      –Jason ganó el campeonato hace dos años y suele llegar siempre a la final.

      –¿Y? –preguntó Gabe.

      –Y no necesita ayuda –explicó ella–. Estamos buscando a alguien que suele sacar buenos resultados de forma repentina, o que no juega bien de manera habitual. Si son listos, los tramposos no se llevarán el gran premio. Sería demasiado obvio. Necesitamos encontrar a un jugador discreto, alguien que se conformaría con el octavo lugar en la final. Estos tipos no son tontos, si no, los habrían capturado ya.

      Nate arqueó las cejas al escucharla. Sin duda, había sido buena idea ficharla en su equipo.

      –Quiero que lleves un micrófono –dijo Gabe, que no parecía tan impresionado.

      Hasta a Nate le sorprendió su petición. Gabe nunca le había hablado de eso antes. Y él sabía que aquella no era buena manera de manejar a una mujer como Annie.

      –De eso nada –repuso ella, cruzándose de brazos con gesto desafiante.

      –No confío en ella –le dijo Gabe a Nate, sin importarle que Annie estuviera delante–. Crees que es la única manera, pero no estoy de acuerdo. Si insistes en contar con ella, la única forma de estar seguros de que no nos engaña es que lleve un micrófono oculto.

      –Ni lo sueñes. Eso no era parte del trato.

      Nate levantó las manos para calmar los ánimos.

      –Vamos a hablarlo, Annie. Sé que no te gusta, pero puede que llevar un micrófono sea buena idea, por otras razones distintas de las que sugiere Gabe. No tendrías que esforzarte en recordar todo lo que te dice la gente. Quien esté escuchando las conversaciones podría tomar notas e investigar a los jugadores mientras tú estás en la mesa de juegos.

      –Algunos pueden ser peligrosos. Una cosa es que sospechen de mí y otra es que descubran que llevo micrófono. No sabes de lo que son capaces.

      –Estarás rodeada de miembros del equipo de seguridad todo el tiempo. No vas a correr peligro. Las grabaciones de audio nos pueden servir como pruebas para encerrar a alguien. Por cómo están colocadas las cámaras de seguridad, es muy difícil capturar a un tramposo profesional. Tener cintas de audio podría ser la clave –continuó Nate, tratando de convencerla. No quería presionarla demasiado, pues sabía que, si lo hacía, Annie acabaría negándose a colaborar y eso no los llevaría a ninguna parte–. Puedo garantizar tu seguridad. No dejaré que nadie te haga daño, Annie. Te lo prometo.

      Cuando ella lo miró a los ojos, supo que Nate hablaba en serio. Él quería castigarla por lo que le había hecho, pero no iba a dejar que nadie más le tocara un pelo de la cabeza.

      Eso la calmó un poco y, tras un momento, asintió, apartando la vista.

      –De acuerdo –dijo ella, sintiéndose derrotada–. Pero… él no va a ponerme ningún cable debajo de la blusa –añadió, señalando a Gabe.

      –Me parece justo –repuso Nate–. Gabe, vete a por el equipo para que podamos hacer una prueba esta tarde. Quiero comprobar que todo funciona antes de que empiece el torneo, para que Annie no se distraiga durante su juego.

      Gabe asintió y salió de la habitación.

      –Me sorprende que te preocupes por no interferir en mi juego. Nunca mostraste ninguna consideración por mi profesión en el pasado.

      Nate sabía que no había apoyado a Annie lo suficiente. Por alguna razón, él no había considerado que jugar a las cartas fuera una profesión. El tiempo le había demostrado que se había equivocado, aunque había sido demasiado tarde. Lo cierto era que la culpa de su ruptura no era toda de Annie, reconoció para sus adentros. Solo la culpaba de haberse ido, en vez de haber hablado las cosas como una adulta civilizada.

      –Sé que es importante para ti –comentó él–. Pero también es importante para nosotros. Necesitamos que llegues a la final. Si te eliminan el primer día, habremos perdido a nuestro topo.

      Annie bajó la vista con un suspiro.

      –Debería haber adivinado que no era por mí.

      –Lo dices en broma, ¿no? –le espetó Tessa Baracas a Annie.

      Las dos hermanas estaban sentadas en la cantina mexicana del Desert Sapphire. Con la mirada gacha, Annie se retorció la alianza que llevaba en el dedo. No era una conversación agradable para ella, menos, sabiendo que alguien la estaba grabando.

      –No, lo digo en serio.

      –¿No has aprendido la lección? –preguntó Tessa, horrorizada. Se había puesto pálida y la miraba con completa perplejidad.

      Las dos tenían los mismos ojos color esmeralda, pero no se parecían en mucho más. Sus complexiones eran parecidas, con amplias curvas, pero se notaba que tenían padres diferentes. El de Tessa había sido un irlandés pálido con el pelo como el fuego. El de Annie había sido un italiano de piel aceitunada, cabello negro y boca sensual. Aunque ella nunca lo había conocido. Su madre nunca se había quedado demasiado tiempo en el mismo sitio, ni había estado con un hombre más tiempo del que lo había necesitado para sus propósitos. Por eso, después de saber que Annie se había reconciliado con su marido, Tessa la miraba como si la hubiera abofeteado.

      –Tienes que concentrarte en el juego –señaló Tessa, meneando la cabeza–, no en los hombres. Tú deberías saberlo. Fue lo primero que me enseñaste cuando empecé a jugar.

      –Si crees que yo había planeado esto, te equivocas.

      Tessa removió la comida en su plato con ansiedad.

      –No deberías haber vuelto aquí. Yo sabía que no eras lo bastante fuerte como para resistirte al pene mágico de Nate.

      Annie soltó una carcajada nerviosa pero, al ver el gesto irritado de su hermana, se calló de golpe.

      –¿Cómo has podido decir eso?

      –Porque es verdad.

      –Bueno,

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