Loca pasión. Mary Lyons

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Loca pasión - Mary Lyons Bianca

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ella.

      –Bueno, sí –murmuró él, mirando la esbelta figura de Samantha, que llevaba la suave melena rubia recogida en lo alto de la cabeza mientras unos delicados mechones le enmarcaban el rostro, ovalado y ligeramente bronceado, en el que destacaban unos enormes ojos azules–. Sí, creo que tienes razón –añadió enigmáticamente–. Sin embargo, mientras tanto todo lo que tienes que hacer es respirar profundamente y… dejarles atónitos. Creéme, vas a tener mucho éxito.

      Al entrar en la habitación de su hotel, Samantha tiró el bolso en una silla, se quitó rápidamente los zapatos y se tumbó en la cama.

      ¡Menudo día había tenido! Cerrando los ojos para dejar que el estrés y la tensión se fueran reemplazando por la tranquilidad, tuvo que admitir, muy a su pesar, que Matt había tenido razón. Sin las notas, no le había quedado más remedio que enfrentarse a su audiencia y, tal como le había dicho Matt, les había dejado atónitos.

      Mientras estaba sentada a su lado, al principio de la conferencia, intentando olvidarse del miedo escénico que se estaba apoderando de ella, se había empezado a dar cuenta de que, en realidad, había sido una suerte que fuera Matt el que presidiera la reunión.

      Desde el instante en que se había puesto de pie para dar la bienvenida a los delegados, haciendo un par de comentarios jocosos sobre Wall Street, que produjeron sonoras carcajadas en los asistentes a la conferencia, se los había metido a todos en el bolsillo. Todos parecían tan felices y relajado que, finalmente, cuando Samantha se puso en pie para empezar su discurso, había conseguido tranquilizarse. De repente, se dio cuenta de que efectivamente sabía de lo que tenía que hablar, y, como todo el mundo parecía estar ansioso por escucharla, no tuvo ningún problema en explicar el contenido de su discurso.

      Al finalizar, los aplausos resonaron en los oídos de Samantha. Temblando, con una mezcla de agotamiento y alegría, se vio rodeada por una multitud de personas. Estuvo tan ocupada, aceptando las felicitaciones y respondiendo preguntas, que perdió a Matt de vista. Desgraciadamente, para cuando recobró el aliento y miró a su alrededor, él había desaparecido.

      Sintiéndose extremadamente culpable, ya que, efectivamente, sentía que debía darle las gracias, abandonó la conferencia y se dirigió a su hotel.

      Entonces, una vez allí, tumbada en la cama, se dio cuenta de que no había manera de que pudiera ponerse en contacto con él. No sabía dónde vivía, ni dónde trabajaba. Si se paraba a pensarlo, ni siquiera sabía qué era lo que él estaba haciendo en los Estados Unidos.

      Tremendamente avergonzada por haber estado tan absorta con sus problemas y no haber mostrado ningún interés en los de Matt, se preguntó qué podría hacer para enmendar aquella situación.

      Tras pensarlo algunos momentos, se dio cuenta de que la única persona que podría ayudarle era Candy. Sin embargo, al echar un vistazo al despertador vio que eran las seis. Con toda seguridad, Candy ya se habría marchado de su despacho y Samantha no tendría ninguna oportunidad de ponerse en contacto con ella hasta el lunes por la mañana. Ya que el vuelo de vuelta a Inglaterra era el lunes por la tarde, no tendría ninguna oportunidad de ver a Matt ni de agradecerle su apoyo aquella tarde.

      Sin embargo… tal vez aquello fuera lo mejor. Después de todo, a pesar de que Candy había dicho que estaba soltero, con toda seguridad un hombre tan guapo tenía que estar o casado o al menos estar inmerso en una relación sentimental.

      Además, el breve encuentro que habían tenido aquella tarde no significaba precisamente una buena noticia. Era mucho mejor, para su propia tranquilidad, que no volvieran a tener contacto el uno con el otro.

      A pesar de sus buenos propósitos, Samantha se recostó en las almohadas, intentando desesperadamente controlar aquella repentina tristeza. Evidentemente, había habido otros hombres en su vida, por no mencionar un breve, pero desastroso matrimonio, al que había accedido tras romper con Matt. Sin embargo, nunca había experimentado unos sentimientos tan profundos como los que había sentido por él… Ella intentó no desmoronarse, diciéndose que la relación con Matt había ocurrido cuando ella era muy joven e inexperta y se había visto envuelta por las brumas del primer amor. Su vida había cambiado mucho desde entonces.

      Había muchas cosas por las que ella tenía que estar agradecida: un trabajo que adoraba, un elegante ático, que a pesar de que le había costado un ojo de la cara había sido una magnífica inversión, un BMW y un sueldo que sus padres y hermanas consideraban una suma indecente de dinero.

      ¿Quién necesitaba el amor, el romance y todas esas ñoñerías? Ella estaba dedicada en cuerpo y alma a su carrera y sentía que tenía las riendas de su destino.

      Justo cuando estaba asegurándose de que llevaba un estilo de vida completamente satisfactorio y de que un hombre atractivo era lo último que ella necesitaba en su vida, el fax que tenía encima del escritorio empezó a recibir un mensaje.

      Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.

      Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de Londres a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en Londres. ¿Habría surgido algún problema?

      Pero el fax no provenía de la oficina de Londres. Samantha abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Matthew Warner, presidente y director general.

      Samantha no se lo podía creer. Parecía que Candy estaba en lo cierto y que Matt se había convertido en un pez gordo en el mundo de Wall Street. No era de extrañar que todos los asistentes a la conferencia de aquella tarde no se hubieran perdido ni una coma de sus palabras.

      De hecho, le pareció bastante deprimente el darse cuenta de que, tal vez, su propio discurso no había sido tan fantástico como ella había imaginado, teniendo en cuenta quién le había presentado. Lo contrario sí que hubiera sido un milagro.

      Samantha intentó apartarse aquellos pensamientos de la cabeza y se dispuso a leer la carta. Ésta era muy breve y al grano, recordándole simplemente que le había invitado a cenar. Decía que Matt pasaría a recogerla a las siete y media de aquella tarde para llevarla al restaurante Four Seasons.

      ¡Aquello era el colmo de la arrogancia! Samantha estuvo a punto de enviarle otro fax, diciéndole que aquella tarde ya estaba comprometida. Sin embargo, recordó que debía agradecerle sus esfuerzos de aquella tarde, por no reconocer que efectivamente le apetecía verle. Al mirar al reloj, estuvo a punto de lanzar un grito de desesperación. Sólo disponía de tres cuartos de hora para lavarse y secarse su larga melena y para encontrar algo que ponerse, ya que, aunque no conocía Nueva York muy bien, sabía que el Four Seasons era uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad.

      Una media hora más tarde, Samantha se miraba ansiosamente en el espejo. Como viajaba con poco equipaje y había pensado que sólo era un viaje de negocios, no disponía de mucha ropa. Por eso, no dejó de agradecerse su buena suerte al comprobar que, en el último minuto, había decidido llevarse un sencillo vestido negro de crespón que llevaba formando parte de su guardarropa muchos años. Sin embargo, no era nada del otro mundo y ni siquiera un collar de perlas podría hacerlo pasar por

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