Loca pasión. Mary Lyons

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Loca pasión - Mary Lyons Bianca

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se le formó en el vientre al sentir que él la estrechaba más contra su cuerpo.

      –Lo siento, Matt. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… –confesó ella con voz ronca.

      –Al contrario –murmuró él–. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…

      –No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado –protestó ella–. De verdad… me parece que todo esto es un error.

      –He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…

      –No creo que lo hayas pensado lo suficiente.

      –En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…

      –¡Matt! No creo que esto sea una buena idea –murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.

      –Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.

      La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando la cabeza, la besó de una manera posesiva y llena de sensualidad.

      Al sentir los labios de él sobre los suyos, Samantha no tuvo ninguna duda de que aquello era lo que había estado deseando, y temiendo, desde la primera vez que le había visto aquella tarde. Se sentía indefensa, incapaz de hacer nada que no fuera responder a los labios que se movían encima de los suyos con insidiosa persuasión, tan sensualmente que le inflamaban los sentidos.

      Intentando desesperadamente aferrarse a un ápice de cordura, Samantha se sentía atrapada en una marea que poco a poco le iba inundando el cuerpo y le obligaba a responder a la imperiosa necesidad que sentía por él.

      Sin embargo, mientras él la besaba más profundamente, pareció como si hubiera recibido una sacudida eléctrica, que la envolvía como un trueno, impidiéndola escapar y atándola a él, que igualmente parecía haberse visto envuelto por la misma sensación.

      Totalmente poseídos por una fuerza primitiva que iba más alla de ellos mismos, y que estaba más allá del control de ninguno de los dos, se besaron con pasión. Sin separar los labios de los de ella, Matt le arrancó las ropas a ella para luego desnudarse él, tirando todas las prendas a un lado para poder satisfacer la necesidad que sentían.

      Cuando Samantha se dio cuenta de que estaba desnuda y de que él quería tumbarla sobre la alfombra delante del fuego, quiso aferrarse a la última sombra de cordura.

      –Esto es una locura… debemos haber perdido el juicio –jadeó Samantha, mientras él se tumbaba encima de ella.

      –¡Por amor de Dios! –exclamó él, respirando pesadamente–. ¿De verdad me estás pidiendo que me detenga? Porque si no es así –añadió, apretando los labios contra los senos henchidos de ella–, ¿qué te parece si dejamos cualquier discusión sobre la ética y el comportamiento civilizado para más tarde?

      Incapaz de producir una respuesta que no fuera un temblor apasionado que le recorrió todo el cuerpo, Samantha se aferró a él, enredándole los dedos entre el pelo.

      Ella lo deseaba. No había nada… nada en el mundo que ella quisiera más que aquel hombre la poseyera. Atormentado por el deseo, el cuerpo de Samantha ardía y temblaba, con una sensación de necesidad tan intensa que casi era un dolor físico.

      –No… no quiero que pares –gimió ella–. Pero, sin embargo…

      –Calla –dijo él, besándola en los labios para ahogar así más eficazmente las protestas de ella.

      Un suave gemido salió de la garganta de ella, mientras se dejaba dominar por aquel beso. Y entonces supo que estaba perdida, en las manos del deseo más básico y primitivo. No había lugar para la vergüenza o las lamentaciones mientras iba recorriendo los contornos del cuerpo de Matt con las yemas de los dedos. La pasión, cruda y salvaje que había estado reprimida durante tanto tiempo, explotó apasionadamente entre ellos, y sus cuerpos se fundieron en una necesidad, salvaje y poderosa.

      Más tarde, tumbados uno en brazos del otro en la alfombra, repletos y plenos, Samantha sintió que los dedos de él subían lentamente por su cuerpo para obligarle a que le mirara.

      –Cariño…

      –¿Mmm?

      Todavía aturdida por la pasión que había experimentado, Samantha era incapaz de asimilar la fuerza que había tomado posesión de su cuerpo y su mente, prendiendo un fuego en sus venas que escapaba totalmente de su control. Pero al oír aquellas palabras, Samantha empezó a sentirse intranquila.

      –Querida Samantha –dijo él suavemente, apartándole el pelo de la cara–. Espero que no estés esperando que me disculpe por lo que acaba de ocurrir entre nosotros. ¡Pero que me parta un rayo si me disculpo!

      Fue algo glorioso, maravilloso, y completamente inevitable.

      Samantha se echó a temblar al sentir la posesión con la que él la abrazaba. Parecía que las defensas que ella había edificado a lo largo de los años estaban a punto de ser destruidas. Y con ellas, la sensación de ser dueña de su propio destino. Le daba miedo darse cuenta de que estaba tan indefensa.

      Ella había estado desesperadamente enamorada de Matt hacía todos aquellos años. Pero, ¿era lo que sentía en aquellos momentos un resurgir de sus sentimientos del pasado o era sólo deseo? Mientras Matt le estuviera acariciando, le resultaba imposible poner sus pensamientos en orden. Antes de que se diera cuenta, se vio entre los brazos de Matt, mientras él la transportaba a la habitación.

      –Creo que estaremos mucho más cómodos aquí –le dijo él, mientras la depositaba en la cama–. Y no quiero discusiones –añadió mientras se metía en la cama a su lado–. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde, ¿de acuerdo?

      Pero «hablar» no parecía estar dentro de la agenda cuando Samantha se despertó unas horas más tarde. Mirando la habitación a través de los ojos somnolientos, ella notó que Matt entraba en la habitación y parecía que acababa de darse una ducha.

      Tomándola cuidadosamente entre sus brazos, como si ella fuera su objeto más preciado, la besó en los labios, abriéndose camino luego hasta la base de la garganta. Ella sentía que la acariciaba, tan lenta y sensualmente que le generaba temblores de íntimo placer, haciéndole sentir la necesidad de que él volviera a poseerla.

      –¡Cariño mío! –le susurraba él–. Desde el primer momento que te vi esta tarde, tan nerviosa, supe que había sido un estúpido. Me sentí como si me hubiera atropellado un camión…

      –¿Un camión? –preguntó ella, que casi no podía concentrarse en hablar, pendiente sólo del aterciopelado roce de los dedos de Matt.

      –De repente me di cuenta de lo idiota que había sido. Siempre estuvimos hechos el uno para el otro, tanto mental como físicamente. Las dos mitades de un todo. Pero entonces, hace años, era imposible que funcionara… tú eras tan joven… con el mundo entero delante de ti.

      –¡Oh, Matt…!

      –Estoy

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