Loca pasión. Mary Lyons

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Loca pasión - Mary Lyons страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
Loca pasión - Mary Lyons Bianca

Скачать книгу

enterraba la cabeza entre los senos de ella.

      Ante aquellas palabras, Samantha casi sintió que las palabras y la sensación de duda desaparecían, quitándole un gran peso de los hombros.

      Mientras Matt la acariciaba, ella se sintió invadida por la sensación de que efectivamente, todo parecía encajar, de lo bien que sus cuerpos parecían estar juntos.

      La piel de él estaba suave y húmeda y los músculos, fuertes y bronceados mandaban rápidos temblores bajo las caricias de Samantha que servían para acrecentar el deseo que ella sentía.

      De repente, se dio cuenta de que hacer el amor con Matt era como volver a los orígenes después de un viaje muy largo, era redescubrir una dicha familiar e íntima.

      En contra de lo que había sido su primer contacto, frenético, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran un oasis, Matt saboreaba lentamente los senos henchidos y los pezones de Samantha, explorando todos los rincones del tembloroso cuerpo de ella. La piel de ella tembló al contacto con la de él como una flor bajo el sol. Parecía que él se movía en el terreno del amor igual que lo hacía en el resto de los campos, suave y lentamente, midiendo los movimientos hasta acoplarse al ritmo de ella y hacer que Samantha perdiera todo el sentimiento de realidad. Toda la existencia de ella parecía concentrarse en aquella poderosa y deliciosa fricción, dejando paso a una sensación de plenitud tan salvaje que todo el mundo pareció explotar y desintegrarse a su alrededor, roto en fragmentos de luz y color.

      Cuando Samantha abrió los ojos, fue para descubrir que la luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Matt seguía dormido, con la oscura cabeza apoyada en la almohada, a su lado.

      Con cuidado de no despertarlo, ella se levantó de la cama y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de baño. Tal y como había esperado, había un albornoz colgado de la puerta del baño. Le estaba muy grande, pero con eso, y después de cepillarse los dientes con un cepillo nuevo que encontró en el armario, Samantha se encontró con las fuerzas suficientes para afrontar el día.

      Encontrar la cocina fue una tarea bastante difícil. Era un piso verdaderamente grande. Aparte del horrible salón, parecía haber otras dos habitaciones y un enorme estudio-biblioteca.

      Afortunadamente, parecía que la antigua novia de Matt, la chiflada diseñadora de interiores, había decorado al menos una habitación con gusto. Desde la puerta, Samantha contempló las paredes, alineadas con libros y el escritorio de caoba, cubierto con piel verde, a juego con la alfombra y las sillas.

      Aquella era una habitación dedicada a la paz y a la contemplación, para leer o trabajar. De hecho, podía haber sido el refugio de un caballero del siglo dieciocho, si no hubiera sido por el teléfono y el ordenador portátil que había encima del escritorio.

      Después de echar otro vistazo, por si Matt conservara una fotografía de su ex-novia, Samantha siguió buscando la cocina. Cuando finalmente la encontró, se alegró de ver que ésta era puramente funcional, con decoración muy moderna a base de acero inoxidable y madera, de estilo escandinavo. Le encantó el frigorífico, enorme, que tenía todos los accesorios que se pudieran imaginar.

      Tras haberse servido un poco de zumo de naranja, estaba experimentando con la máquina de hacer hielo cuando se llevó un susto de muerte al oír la voz de Matt, justo detrás de ella.

      –Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata –murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.

      –¡Por amor de Dios! –exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.

      –Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe donde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!

      –¡Y tú sigue soñando, su excelencia! –le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.

      –Bueno, esa era una de mis fantasías –bromeó él–. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?

      –¡Exactamente! –murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.

      Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Matt había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella. Pero ella ya no era una niña soñadora y sabía que las promesas y las dulces palabras susurradas en momentos de pasión se desvanecen a la fría luz del día.

      Lo que era más importante era que ella no estaba dispuesta a ser una aventura de una noche. Había habido una época, justo después de romper su matrimonio cuando había creído que el sexo podría suministrar algún tipo de compensación. Pero le había bastado un encuentro para darse cuenta de que aquello era una mentira. Para ella, la última noche había sido una experiencia mágica, pero para Matt, tal vez no hubiera sido más que una diversión.

      –Ven, déjame que te seque los dedos –murmuró él, limpiándole las manos con un paño de cocina, para luego estrecharla entre sus brazos–. Creo que ya va siendo hora de que me des un beso de buenos días, ¿no? –le dijo. La dulzura y calidez de la boca de Matt era maravillosa para reafirmarla en sus sentimientos–. Por cierto, por si tienes dudas sobre mis intenciones… Siento todo lo que te dije anoche.

      –¿De verdad?

      –Sí, te lo juro. No me voy a andar por las ramas, Sam. Los dos somos sensatos y estoy segura de que tú te das cuenta, lo mismo que yo, que lo nuestro es algo muy especial. Ya sé que te hice mucho daño en el pasado, pero no tenía elección. Estaban las autoridades universitarias pisándome los talones y, además, tú eras muy joven. Créeme, no había manera de que hubiéramos podido continuar lo nuestro.

      –Sí… lo entiendo. Aunque, en aquellos momentos…

      –Entonces me porté como un bruto sin corazón –admitió él con tristeza–. Pero ahora todo ha cambiado. Tenemos que olvidarnos del pasado, porque todo ha cambiado, todo, menos la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro. Los dos somos adultos y aunque nuestros estilos de vida son frenéticos, podemos hacerlo funcionar. Esta vez sí. Sólo se tardan cuatro horas en cruzar el Atlántico con el Concorde. ¡Yo mismo voy a encargarme de que esta vez funcione!

      Samantha se dio cuenta de que él tenía razón con respecto al pasado. Ya no era la niña de entonces y estaba segura de que él no podría volver a hacerla daño de nuevo. Además, él había dejado muy claro que estaba hablando de una aventura, lo que no implicaba ningún tipo de compromiso por ninguna de las dos partes.

      Samantha trató de convencerse de que podría manejar aquella situación. Hacer el amor con Matt era una experiencia maravillosa, estupenda, pero sólo era una parte de su vida. Su carrera era igual de importante para ella, y no estaba dispuesta a dejarla a un lado por ningún hombre, ¡aunque fuera el más sexy que hubiera conocido!

      No había nada de lo que preocuparse. No iba a volver a cometer el error de enamorarse perdidamente de aquel hombre. El deseo era una cosa, el amor otra muy distinta. No había ninguna razón para que no pudiera tener una aventura, intensa y maravillosa, con Matt. ¡Ninguna razón!

      –Bueno –le dijo Matt–. Por el amor de Dios, no te estoy proponiendo algo tan malo. Sólo quiero hacer el amor contigo, tan a menudo como sea posible. ¿Me vas a rechazar?

      –Bien…

Скачать книгу